Por Roberto Campa Mada*
De la mujer se han dicho muchas cosas: que si es el ser más bello de la creación, que si es delicada y no se le debe tocar ni con el pétalo de una rosa, que si es instintiva y posee un sentido adicional, que si es polifuncional y puede hacer muchas cosas a la vez, que si su instinto maternal la obliga a sumisión y abnegación, que si daría la vida por sus hijos y sus seres queridos, que si es el depositario de la honra familiar, que si su lugar está en la casa y bajo la tutela de su padre o su marido. Entre todos hemos construido esa imagen de la mujer que prevaleció, con ligeras variantes, a lo largo de muchos siglos.
En Mujer en piezas, Sylvia Manríquez nos presenta un retrato literario de ese ser ya tan representado, pero lejos de reproducir la imagen idealizada y monolítica a que estamos acostumbrados, lejos de aquella mujer de una sola pieza que vemos en los monumentos a la madre que abundan en nuestros parques y jardines, la autora rompe el jarrón para presentarnos una mujer compleja y fragmentaria, una mujer post-cubista que nos muestra sus simultáneas facetas de ente a la vez imperfecto y virtuoso que lucha por igualdad y oportunidades en su cotidiana supervivencia.
Es así como Sylvia ha conocido a la mujer, es así como se ha configurado, poco a poco, esa imagen fragmentaria que ahora nos comparte: a partir de la cotidianidad de su trabajo como entrevistadora y periodista, en esas pequeñas pero significativas historias que va recogiendo, que va piscando, en la diaria y minuciosa labor que define su vocación. Porque la periodista y la poeta conviven en armoniosa pugna en cada una de las narraciones que conforman Mujer en piezas. Frente a la precisión y objetividad de la primera, que confronta al lector con la cifra, la estadística y el dato duro, aparece la ternura y solidaridad de la segunda, que con destellos líricos procura transmitirnos las motivaciones soterradas de esos seres marginales cuyas vivencias recrea su pluma.
Sylvia pertenece a esa índole de escritores llamados postficcionales, que pusieron en evidencia la relatividad de las categorizaciones que separaban rotundamente los elementos factuales de los ficticios y prefirieron los productos híbridos, “incestuosos”, como los llama Linda Egan. Manríquez es heredera, en ese sentido, de los representantes del New Journalism (Truman Capote, Tom Wolfe, Norman Mailer), que intentaron revitalizar el reportaje periodístico a partir de una mayor libertad, que incluía el uso de técnicas y recursos literarios, en la manera de organizar, narrar y hacer llegar al público la información recopilada en su labor periodística.
Según Rodríguez-Luis, Wolfe se proponía “recuperar para la narrativa su interés primigenio en la sociedad, en la realidad social, el cual, a su modo de ser, la novela abandonó para absorber las tendencias anguardistas y experimentales que caracterizan la modernidad”.
Es el mismo proceso de recuperación que asume Sylvia con Mujer en piezas, obra que da tratamiento literario a situaciones de la realidad social para hacerlas llegar al público lector. Situaciones que involucran a la mujer en sus diferentes facetas: niña, joven, adulta, anciana, trabajadora, madre, abuela, lectora, luchadora social.
Las historias de Mujer en piezas son variadas en temas y tratamiento, y tocan diversas problemáticas sociales. Desde el problema que afrontan muchas madres trabajadoras que tienen que dejar a sus hijos bajo el riesgoso cuidado de vigilancias ajenas hasta la pérdida de la inocencia, el abandono de los ancianos, la lucha contra el cáncer, las injusticias laborales y la inseguridad social.
A nivel formal se hace también notoria la doble formación –poética y periodística– de Sylvia Manríquez. En varios de sus cuentos, que caerían en la categoría de cuento reportaje, hace uso de recursos asociados a la práctica periodística. “Dame una mano”, por ejemplo, recoge, con estructura de entrevista, las opiniones de una anciana sobre el amor y la amistad. La autora cede la palabra a su personaje, que en respuesta a sus concisas preguntas va desplegando una filosofía de vida sencilla pero profunda.
Podemos concluir que los relatos de Sylvia Manríquez comparten con las otras formas de literatura postficcional esa indefinición que se niega a una categorización precisa y se aventura, en cambio, en ese tránsito intergenérico que le permite recoger, desde los más diversos ángulos, los ecos de los ámbitos más marginales de su ciudad para funcionar, como quería Miguel Barnet, como un “resonador de la memoria colectiva de mi pueblo. Que ese pueblo para quien escribo se reconozca en mi voz. Y descubra sus demonios apaciguados en la sustancia del tiempo. Periodista, historiador, cuentero, cualquiera cosa menos falseador de la historia de la gente que no pudo contar, para quienes me brindo en dulce y pronta servidumbre”.
*Doctor y catedrático de literatura.