Por Jaime Irizar López*
Hace unos cuantos días estaba leyendo un libro sentado en una de las mesas del Restaurant la Esquina del Hotel Misión de Mocorito, se me acercó Jorge Sosa Valenzuela,- hijo del Ing. Carlos Antonio Sosa, (amigo de la cultura y principal impulsor de este semanario, joven profesionista, entusiasta, alegre y a mi juicio con visión equilibrada de la vida, pues igual que lee y trabaja, sale con los amigos a practicar deporte.
Este joven, después de preguntar cortésmente por mi salud y de hacer unos comentarios breves sobre lo que en ese momento leía, me dijo: ¿oiga, a usted le ha sentado bien el vivir en Mocorito verdad? ¿A que no extraña Culiacán u otras muchas ciudades donde sé que ha vivido. Yo, soy muy feliz aquí, remató su intervención para invitarme a dar una respuesta.
La respuesta fue la que en ese momento mi corazón dictó, dije que tenía razón, que aquí cualquiera puede encontrar las razones suficientes para ser feliz. Que sin presiones de ningún tipo, puedes escoger estilo de vida, círculo social y desarrollar las actividades complementarias para divertirte y redondear tu vida. Asintió y sin más comentarios se instaló con un grupo de amigos en otra mesa y me dejó pensando en lo que es y ha sido Mocorito para mí.
Empecé a hacer un ejercicio mental de repaso desde mi infancia, cuando venía de vacaciones a la casa de mi hermano Fernando, en este hoy, nombrado Pueblo Señorial y con aspiraciones fundadas de tener en breve la distinción de ser categorizado como Pueblo Mágico, por sobrados méritos.
Me asaltaron tras este recuerdo, imágenes de las casonas coloniales con grandes puertas y ventanales con bellas protecciones de herrería artística coronadas por puntas de lanza y grecas; patios interiores con portales de arquerías de medio punto, habitaciones de techos altos, frescas; con amplios corredores y grandes patios traseros que daban asiento y vida a arboles de naranjitas, limoneros, toronjas, guayabos, y mangos, mismos que competían por los espacios y los nutrientes de sus suelos con los rosales, jazmines, jacintos, gardenias, crotos, palmas centenarias, y buganvilias tan solo por citar algunas de las variedades de árboles frutales y plantas de ornato que daban oficio y regocijo a las madres de familias Mocoritenses.
Quiero citar textualmente en este artículo, intercalados con mis párrafos fragmentos de poemas creados por uno de los siete dioses mayores de la lírica, el “Dr. Enrique González Martínez” a la postre ilustre hijo adoptivo de esta tierra, para ayudarme en ésta y las siguientes descripciones de este bello lugar:
“del jardín me atraían el jazmín y la rosa
(la sangre de la rosa, la nieve del jazmín)
sin saber que a mi lado pasaba temblorosa,
hablándome en secreto, el alma del jardín.
Halagaban mi oído las voces de las aves,
la balada del viento, el canto del pastor,
y yo formaba coro con las notas suaves,
y enmudecían ellas y enmudecía yo. . .”
Casi todos los pueblos tienen un rio que es fuente de vida e inspiración de poetas, enamorados y juglares. El de Mocorito, hermosamente flanqueado por álamos gigantescos, sauces llorones, eucaliptos, cedros, y madroños, guardianes celosos que cuidan su cauce porque saben que su caudal arrastra vida, esperanzas y sueños, lo mas valioso para los pueblos.
Al respecto me llama mucho la atención ver como todos los pobladores de este lugar, cuando saben que las lluvias cayeron generosas en la región, se arremolinan sobre el puente y en las riberas, a mirar embelesados como va creciendo su rio, como se desborda su cauce, como arrastra impetuoso entre sus aguas tormentosas todo tipo de árboles, troncos, piedras y animales que sucumbieron a su furia y fortaleza; quedándose también los lugareños, como presos de un embrujo, a mirar por horas enteras las olas que genera su empuje, reflexionando quizás, en todo lo que esa agua significa para su familia y su pueblo o tal vez imaginando que el rio es el cartero de Dios que les traerá noticias de sus familiares, amigos y amores que saben viven aguas arriba y que seguramente vieron pasar esas mismas aguas venturosas.
El agua que cae del cielo, siendo cristalina e inerte, pinta de verde el paisaje y da vida a todo, fortaleciendo con ello la idea en las gentes de la grandeza de Dios o de las maravillas que hace la naturaleza, según sea la creencia respetable de cada cual.
“yo sé que viento y lluvias con ímpetu salvaje
suelen barrer las frondas; mas tengo yo un asilo
callado y misterioso en que esperar tranquilo
a que el sosiego torne y a que el torrente baje”.
*Doctor y escritor.