“Un desconocido, gritó ¡bravo! y prorrumpió un aplauso. Una mujer le hizo coro “por su novela” le dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso instante en que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrador aleteo de sabanas, como Remedios la Bella y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos vientos de los que son inmunes a los estragos de los años.” (1).
Por Salvador Echeagaray Picos*
En cuanto salíamos de la escuela en la que estudiábamos la instrucción primaria, hacíamos la “pinta” rumbo al río, para bañarnos en sus frescas aguas. Me incluía en el grupo de plebes vagos que “bichis” se lanzaban desde lo más alto de la llamada “Peña Tendida”.
Eran los mayores, sabían nadar y tirarse para sumergirse en las aguas de la poza que rodeaban la impresionante “Roca Pelona” que sobresalía a varios metros de altura sobre el nivel del rio, utilizada por consumados nadadores como trampolín para lucir arrojo y habilidades.
Recién llegado de Culiacán, sin saber nadar, sólo sumergía mi cuerpo a la orilla del río de aguas cristalinas.
El líder del grupo, 3 o 4 años mayor y primo mío, me había prometido que en cuanto llegara del puerto de Mazatlán el “Memo”, otro pariente y experto nadador en aguas profundas del mar, me daría la “clase” que necesitaba para aprender , incluyendo desde luego la técnica de los clavados.
A los días de iniciarse las vacaciones de verano, por fin llegó al pueblo en esperado “maestro” y fui convocado para reunirme en el río frente a la “Peña Tendida”, contando con la presencia de los compañeros de escuela que serían testigos de mi primera “clase” de natación.
Me dispuse a seguir las instrucciones del “experto”, quien para empezar me indicó me parara en la orilla de la poza, diciendo con voz doctoral: “Levanta tus brazos sobre la cabeza” “y dobla las rodillas”, le obedecí en el acto, luego, con voz de mando me instruyó: “Respira profundo primo Chava…Listo!
A continuación, sentí sobre la espalda un violento empujón que arrojó mi flaco cuerpo hacia las profundas aguas del hondable…me sumergí irremediablemente en las heladas aguas de la poza y, a punto de que me estallaran los pulmones, logré salir a la superficie dando angustiantes manotazos para mantenerme a flote…
La distancia a la otra orilla era de entre 8 y 9 metros, que me parecieron en esos momentos, el largo de una alberca olímpica.
A este nivel de la “clase de natación”, empeñado en mis desesperados intentos por salvarme, alcanzando la “distante orilla”, créanlo o no, escuché la voz de mi “entrenador” gritándome a todo pulmón: “¡O nadas cabrón…o te ahogas!”,… y pues viví para contarlo, -como lo refirió en su libro biográfico, el clásico y premio nobel Gabriel José de la Concordia García Márquez-.
1.- “Una vida”, Gerald Martín, biógrafo
*Notario público y autor.