“En esos inolvidables ayeres, un día regresó al pueblo,
una joven y guapa enfermera originaria del lugar,
que ejercía su especialidad de “Instrumentista” y “partera”
en una prestigiada clínica de Mazatlán, su llegada levantó
comentarios en voz baja….” que llegó de noche”…
”en un carro de modelo reciente”…
”que entró a su casa con un niño en brazos”…
Por Salvador Antonio Echeagaray Picos*
En lo que se rescata de la memoria, lo que permite ver la “telaraña” de los sucesos fechados en los lejanos años cuarenta del siglo pasado, tengo aún presente, la visión del Tío Genaro, de gratísimos recuerdos que me brindó su cariño, me cuidó y orientó, tanto como mi “Tata” Miguel, al igual que un padre amoroso se entrega al hijo de su predilección.
Después de la experiencia de aquella imprudente y peligrosa “clase” de natación en una poza del rio Piaxtla, que ya relaté, en este mismo periódico de la cultura Sinaloense, y en la cual estuve a punto de ahogarme, mi Tío Genaro se dedicó a enseñarme a nadar como la experiencia y la práctica lo prescriben; en su agradable compañía hice exitosas excursiones en la pesca ribereña conociendo sus secretos, así como la ubicación de los “hondables” más productivos para la pesca con caña de carrizo anzuelo y lombriz. ¡Qué felicidad cuando el nieto favorito de los abuelos llegaba a la casa con una “sarta” de lisas, bagres y machuros, que luego guisaría la abuela con su mano santa! en el mediodía lluvioso de aquellos veranos felices que tanto disfruté en mi tierra.
En esos inolvidables ayeres, un día regresó al pueblo, una joven y guapa enfermera originaria del lugar, que ejercía su especialidad de “Instrumentista” y “partera” en una prestigiada clínica de Mazatlán, su llegada levantó comentarios en voz baja….”que llegó de noche”….”en un carro de modelo reciente”….”que entró a su casa con un niño en brazos, acompañada de una “nana de leche”….”que del flamante automóvil, así como de una camioneta de redilas, bajaron elegante cuna, varias maletas, camas, colchones, cartones de diferentes tamaños y quién sabe cuántas cosas más”….” “que de donde había sacado dinero la enfermera para traer a San Javier tantos tiliches”…
Fue el “acontecimiento” que entretuvo durante bastante tiempo a las mujeres del pueblo, y alguno que otro varón mitotero y sin oficio. Siguió el misterio alrededor de la mujer y del niño que era celosamente resguardado de las miradas ansiosas; desesperados, los vecinos se daban cuenta de que al niño no lo sacaban para nada de la casa, la que por cierto, en “el colmo”, empezaron a reconstruir a marcha acelerada, para mayor comodidad de los recién llegados. La gente se preguntaba quién era el padre del bebé que había embarazado a la atractiva enfermera… que cuando menos el padre tenía que ser rico por el carro lujoso que trajo a la supuesta mamá…la camioneta…, la nodriza… la cuna… los arreglos a la casa… puras interrogantes sin respuestas que angustiaba a los pueblerinos, ante la dificultad de conocer la incógnita y el misterio que envolvía a los recién llegados.
A alguien se le ocurrió que el cura de la Parroquia podría tener acercamiento con la madre, con el pretexto de ofrecer el sagrado sacramento del bautismo para el niño, pero nada. Cuentan que el padre de la enfermera, adusto ex revolucionario de fuerte carácter y de pocas palabras, recibió y atendió al de la sotana, entregando generosa limosna, diciéndole: -“cuando sea necesario, se le buscará, señor cura”-.
El pasante de medicina, responsable de la Clínica, originario de Mazatlán, que por cierto llegaba el lunes al mediodía y se regresaba al Puerto los viernes en el primer camión que salía a las ocho de la mañana, situación irregular en cuanto la prestación de los servicios médicos, que mereció que un anónimo bromista escribiera un letrero supuestamente suscrito por el propio pasante, que se colocó en la puerta de entrada de la Clínica, que decía “prohibido enfermarse de viernes a domingo”, por lo tanto este profesional no calificaba para una posible “infiltración” en el ambiente de la familia. En estas circunstancias de colectiva ansiedad, en torno de referido misterio, llegué al pueblo para disfrutar de las vacaciones de verano, o de “aguas” como entonces le llamábamos.
¿A la casa de qué familia suponen que llegué?
Pues sí, precisamente a la casa paterna, a la que había llegado la enfermera, Tía mía, hogar de mi queridísimo abuelo quién luchó en las fuerzas maderistas, el “horcón del medio” de la familia Picos Torres, conocido con el mote de el “cuate” Miguel, personaje no sólo temido sino también respetado por la comunidad, quién de soldado raso “de a pié” mereció y obtuvo ascensos hasta llegar a Capitán de tropa, grado que rechazó al decidir reintegrarse a la vida civil para reencontrarse con su familia y a las tareas agropecuarias a las que se había dedicado desde siempre.
*Notario público y autor