Por Jaime Irizar Lopéz*
Tengo un amigo que es más machista que orinar parado y salpicar sin contemplaciones la tasa del baño a sabiendas de que despertará la furia de las mujeres de la casa. Con él toco temas que con frecuencia desatan rudas polémicas en virtud de las posiciones tan radicalmente opuestas que asumimos. Aunque cabe decir en justicia, que con él también con cierta regularidad, coincido en ideas y opiniones de diversa índole, y de manera particular, en aquellas que están relacionadas con la nada fácil tarea de intentar formar una familia. Sobre él, versará esta entrega, dado que me pareció muy interesante su punto de vista, razón por lo cual trataré de hacer una breve relatoría de su charla. Hace unos días sin mayor preámbulo y casi inmediatamente después de saludarme me preguntó que si en verdad pensaba que los padres del México moderno estábamos haciendo bien la parte que nos corresponde para orientar y forjar unos hijos que realmente vayan a servir al propósito de mejorar la convivencia social y ser hombres y mujeres de bien que realmente puedan llevar a mejores estadios a nuestro país cuando a los miembros de su generación les toque el turno de dirigirlo.
El reconocía en la intervención que siguió a la pregunta inicial, la importancia de la genética para definir el carácter, la personalidad y la conducta de las personas, pero señalaba con énfasis, que en su modesta opinión, el entorno familiar, educativo y social hacia las veces del pulimento fino que daba la forma y el fondo a la obra natural que llamamos hijo. Tomando lo anterior como premisa fundamental, no se explicaba por qué los padres no le damos la importancia que se merece al hecho de dirigir con más firmeza a nuestros descendientes, pues tal parece que estamos asumiendo una actitud caracterizada por el dejar hacer, dejar pasar, lo que está ayudando sin duda alguna, a construir y consolidar lo que me ha dado insistentemente en llamar como la generación de la comodidad o el confort.
Preocupa en verdad seguía diciendo, que actualmente son muchos los factores externos que pueden influir en el propósito central de formar hombres y mujeres de bien, como solían decir padres y abuelos, y que tan sólo algunos de ellos, en el mejor de los casos, están dentro de nuestro control como padres y ni siquiera sobre esos pocos, queremos asumir con madurez nuestra responsabilidad. Algo serio está ocurriendo en ese sentido, de tal suerte que vamos dejando muy atrás la tan cacareada “cultura del esfuerzo”, dentro de la cual fuimos formados los de la generación que ya se va, a la cual pertenecemos tú y yo. Pienso seriamente que no deberíamos minimizar ni mantenernos distantes o ajenos a este serio fenómeno de la conducta social.
Señaló además, que hay que entender que la avanzada tecnología aplicada a los medios de comunicación, la influencia marcada de una sociedad industrial y de consumo, así como la dificultad para encontrar dignos ejemplos aseguir en nuestro medio, ha hecho que hoy más que en ningún otro tiempo, tengamos serias limitaciones y preocupaciones a la hora de querer formar a nuestros hijos de manera responsable. El ser padre, a pesar de su gran importancia familiar y social, siempre ha sido una de las actividades humanas más empíricas y erráticas, sólo influenciada por el afecto y las buenas intenciones y producto casi siempre del ensayo y el error. La revolución industrial, en aras de abaratar la mano de obra, sacó de casi todos los hogares a las mujeres que otrora cumplían la noble función de ser madres y de replicar de forma directa los valores y principios que nos daban sentido, identidad y cohesión social.
Sus dolorosas ausencias laborales hoy en día les generan ciertos sentimientos de culpa que se traducen por lo regular en sobreprotección, complacencia y tolerancia extrema hacia sus vástagos, casi olvidando como consecuencia de ello, la orientación producto de una buena comunicación y del normar con sanciones disciplinarias las desviaciones conductuales que observan los familiares, amigos o gente de paga, a quienes les dieron la gran responsabilidad de cuidarlos durante sus ausencias. Ante la falta de guías firmes dentro del hogar, los hijos tienen que voltear a ver en su entorno y buscar dentro de sus contactos las figuras ejemplares que remplacen temporalmente a sus padres que laboran casi todo el día y que por ende, aunque quisieran, no les pueden regalar la asesoría de afecto y sabiduría que dan casi siempre los años vividos.
La realidad es que ni hay mucho para donde ver y poder encontrar a los hombres y mujeres que sean depositarios de valores y ejemplos dignos de seguir por nuestros hijos, de ahí que tengamos que replantearnos seriamente el problema para encontrar nuevos esquemas de participación social que incida en la búsqueda de una nueva alternativa de solución. No hace mucho les comentaba a mis hijas que en los tiempos actuales se habla hasta el cansancio de equidad de género, igualdad, tolerancia, diálogo, liberación femenina, libertad sexual, y respeto; entiendo que todo esto es en aras de construir a la brevedad posible una nueva conciencia social que fortalezca la democracia.
Pero llama la atención, les dije, que casi nadie habla lo suficiente para conceptualizar claramente la importancia del talento, la disciplina, el esfuerzo, la entrega, las obligaciones o del compromiso que se tiene que adquirir con las generaciones que vienen para actuar en consecuencia. Pareciera ser que les estamos construyendo a nuestros hijos tan sólo un mundo de derechos con mínimas obligaciones, y eso los inducirá aún más a la diversión al dibujarles subliminalmente un mundo fácil, con todo resuelto, que no requerirá de su participación comprometida y hará con esta actitud cómoda, fácil su manipulación mediática y con mayor razón la política. Cierto es, que hoy por hoy, la democracia es el mejor sistema social conocido. También lo es, que es perfectible, no perfecta. Vale decir en ese sentido, que hay que enseñar que no siempre las mayorías tienen la razón y que la historia nos ha regalado muchos ejemplos para respaldar esta aseveración. Cito tan sólo algunos: la tierra no era plana como creyeron en un tiempo casi todos, sino redonda; las enfermedades no son la consecuencia de un castigo divino, ni de miasmas o humores sino de otros múltiples factores entre ellos las bacterias y los virus: Pasteur; no es la tierra el centro del universo y no giran los astros en torno a ella como pensaban los geocentristas con el ego exaltado: Galileo Galilei; el tiempo y el espacio son relativos tal y como nos reveló en su famosa teoría el sabio del siglo veinte: Einstein. En fin son muchos los casos que se pueden citar para abrir nuestra mente y atrevernos a pensar que no en todo lo que coinciden las mayorías, ni todo lo que es aparentemente lógico y bueno, tiene que ser obligadamente una verdad o servir para un propósito de mejora y desarrollo. Dudar de todo para investigar y construir nuevos juicios, ese es uno de los principios básicos del saber. Vivimos en una sociedad que actualmente se rige por una “normalidad estadística”, queriendo con ello decir, que la mayoría de los jóvenes y muchos de los adultos también, piensan que si todos lo hacen, por esa sola razón, es normal y debe de ser bueno.
Por dicha influencia, los jóvenes de esta generación están más orientados a buscar espacios de entretenimiento que en encontrar los caminos de la real superación personal. Los miembros de esta generación lo reitero, están enfocados en seguir los ejemplos que los lleven en el menor tiempo posible a alcanzar el estatus económico y social que desean, pero con el más mínimo de los esfuerzos, no importando que ello sea sólo posible actuando al margen de la ley o actuando y viviendo dentro del mayor lodo social que significa la corrupción ofensiva que campea imbatible y sin rienda en la patria.
Ellos saben que la impunidad es el aliado mayor que los ayudará a fortalecer el alcance de sus metas y que las leyes solo sirven para normar las conductas de los pobres y débiles, puesto que para los ricos y poderosos, son tan sólo letras de discurso o garrote para aplastar a quien se atreva a afectar mínimamente sus intereses. Por eso la prioridad actual es hacer dinero sin importar los medios. El fin lo justifica. Y de esta manera estar en condiciones de responder satisfactoriamente a tantos estímulos de consumo con que a diario nos bombardean los genios de la mercadotecnia.
Pareciera ser que en nuestra particular democracia, junto con el hecho de ser electos o nombrados funcionarios va la “patente de corso” para actuar con libertad casi absoluta, con la plena certeza de que tan solo ellos, por mal que actúen, no podrán ser sancionados ni sentirán el rigor de las leyes, salvo contadas políticas excepciones. Las madres, ni los padres, estamos inculcando a los hijos (con la energía suficiente) el valor del esfuerzo, estudio, tenacidad y la perseverancia como medios honestos para alcanzar todo propósito, ni hemos enseñado a vencer el tedio que agobia a niños y a jóvenes por igual, mediante el trabajo productivo, sin embargo los dejamos en franca libertad de que por sí solos decidan qué hacer con sus horas muertas o vacías, y en ocasiones los inducimos con nuestra débil participación directiva, a la búsqueda de más diversión. Les he dicho a mis hijos, dijo finalmente mi amigo, que es que justo que se de en todas las esferas la equidad de género, y que también lo es, y que ojalá en este propósito no se caiga en el fenómeno de basculación social como sucedió con la libertad sexual, y evitar que de un extremo se vaya hacia al otro, pues también ello será nocivo para la sociedad. Es importante recordar que ya por decreto de ley se ha consolidado la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, pero el talento, la responsabilidad y la inteligencia no se pueden adquirir por la misma vía. Estos se tienen que inculcar y cultivar. No olvidemos que todos por igual tenemos que luchar por cambiar el estado actual de las cosas. Transformar el mundo real con acciones que vayan más allá de la influencia virtual de las redes sociales, mismas que entretienen y distraen a la mayoría de los jóvenes y no los dejan en libertad de pensar bien en su futuro primero, para luego poder cumplir a plenitud con su responsabilidad generacional y poder tratar de heredar un mundo mejor. Quienes saben de estadísticas explican que si una tendencia está claramente definida, ésta no cambiará su curso a menos de que se lleven a cabo acciones extraordinarias para modificarla.
Preguntó “¿Jaime que estamos haciendo sociedad y gobierno para retomar el rumbo correcto o si de plano esto que te comento es lo que de veras nos conviene?” Nadie puede precisar si esta nueva conducta generacional va a ser buena o mala para las sociedades futuras; recordemos que la especie humana es la que tiene un mayor nivel de adaptación según señala la teoría darwiniana, pero lo que si te puedo decir, es que la tendencia mayoritaria a ver la vida como una oportunidad única para divertirte y distraerte, a la larga creará una conciencia social dada a la disipación, el relajamiento y la indisciplina, los cuales siempre han sido signos premonitorios de toda sociedad en decadencia, así como lo han sido el hambre y el hartazgo los que siempre preceden a la aparición de las revoluciones sociales. La mayoría lo hace, argumentaba en una ocasión un amigo para defender la postura moderna de sus hijos: las mayorías le repliqué, no siempre tienen la razón. Piensen en ello.
*Doctor y autor.