Por Verónica Hernández Jacobo*
El psicoanálisis ha planteado que existe una crisis de las normas, no en el sentido axiológico de las moralidades, mucho menos de meter a todos a la misma bolsa, sino el echo simple de la falla de autoridad, suponiendo que la civilización se regula por su operatividad y no por su desecho, esto implica que somos hijos de la ley, desde esta mirada la ley en nuestra sociedad contemporánea se encuentra forcluida.
El padre para el psicoanálisis lacaniano es fundamental, recordemos que Lacan, ubica al padre en el lugar de una función, esto nos lleva a suponer cierta dimensión algorítmica, el padre para ser mas exactos se ubicaba en la dimensión de estructura, aunque Lacan insistía en que esta funcion estuviese encarnada en alguien incluso mas allá de la simple función simbólica. Encarnarse en el cuerpo implicaba hacer de este padre un síntoma recordando que el síntoma inscribe un acontecimiento del cuerpo.
Desafiar la norma por el sujeto de lo infantil es suponer el extravió de estas mismas, pero sobre todo de un padre, que sintomáticamente lo encarne, este extravió lo promueven incluso las sociedades del conocimiento, donde tras la hegemonía del discurso psicológico donde se plantea el discurso sadiano del todo te esta permitido, se invita al extravió del padre y la caída de la ley, ante esta caída, el sujeto de lo infantil nada tonto, se apropia de esta debilidad del seno familiar y reta al profesor u otras instancias que el Estado le ofrece para su formación en una eterna fricción con esos representantes de la ley.
La función del padre en el seno familiar es importante ya que por medio de este se intenta regular el goce, bajo el supuesto de: no todo te esta permitido, es decir que el padre tiene la función de transmitir los limites que regulan los actos del sujeto de lo infantil, transmiten lo que la ciencia no podrá transmitir la singularidad, el deseo, o bien la incorporación al régimen de los goces, de tal modo que debería de pensar este psicologismo academicista antes de pulverizar al padre, ya que este fue durante mucho tiempo soporte de lo familiar nos guste o no, mal que bien, y las cosas funcionaron no como uno quisiera pero funcionaron.
Sabemos desde la posición lacaniana que el padre no es perfecto, es un síntoma, hace corajes, algunas veces desatiende, otras veces se pierde en los placeres, pero al fin es un padre, cuya función por lo menos es instalar la ley, digo cuando el padre se ganó el respeto de instalador, porque hay padres que desgastaron esa función haciendo colisionar brutalmente la familia, y no hablo de la separación sino de un padre venido a menos, porque hay padres venidos a más en su condición de crianza. Esos padres que venidos a menos quedaron atrapados, en su irresponsabilidad, donde no responden a la demanda del hijo, sino que asesinan sus demandas y en este sentido el padre muere para el hijo, cuando el padre sigue sus propias demandas sin escuchar las demandas del hijo, él queda eclipsado y en ese sentido reducido a un desperdicio, cuando el padre reducido aparece intentando imponer una ley el hijo lo denostará, lo rebajará lo anulará, lo hace mierda. Se puede decir que el padre queda rebasado por el hijo y menoscabado en su ley.
Por ello es importante que el padre, si pretende ser ese significante, tiene que asumir su función desde el principio, digamos no deja de ser semblante, pero sin lugar a dudas necesario, si el padre se sigue por sus propias demandas sin responder a las demandas del hijo entonces no es padre. Responder a la demanda no es llenarlo de regalos, ni de sacarlo a comer a todas partes, o comprarle un auto, responder a la demanda es que el padre se instale en su función de crianza, proponer le guste o no al niño y niña limites necesarios para la humanización.
*Doctora en educación