Por Alberto Ángel “El Cuervo”*
Había permanecido leyendo a Artaud durante quince días… Quince días seguidos… Por momentos, llegó incluso a intentar inventar nuevas palabras en una búsqueda del mimetismo que le permitiera justificar su menosprecio por la existencia… Y ¿si también él estuviera loco…? O ¿Qué tal si solamente quisiera estar loco…? O ¿por qué no juzgar locos a todos y solamente cobrar conciencia de ello en la medida en que se aceptara la felicidad…? Después de quince días de apenas dormir, apenas alimentarse, apenas tener contacto con el infinito exterior y haber permanecido sumergido en el ínfimo interior ya podía sentir el estrujar de todas las vísceras…
Al hablar estrujaba su propia lengua hasta hacer brotar esas palabras nuevas que paría su búsqueda de la creatividad… Entonces… ¿Es menester estar loco para ser creativo…? Como un lagarto sediento bebía las palabras de Antonin y cada vez más sentía flotar en la estratósfera de la semántica… Su risa se convertía en carcajada y en una mueca dolorosa del cáncer…
¿Moriría acaso igual que su padre…? Y ¿a quién le importaba la muerte, el cáncer, el dolor, la presión que ejercen las buenas costumbres y la moral absurda de lo que quedaba de la burguesía…? Lo importante era en ese momento crear a partir del bendito universo de la locura… Por ello había escogido ese hotel… ¿Sería el mismo hotel o tal vez lo habían derruido y se trataba de otro edificio? No, eso no era probable ya que coincidía con lo que Artaud comentaba acerca de el lugar donde se hospedó en aquel entonces… Ese entonces de L’Atelier y su etapa de actor tan polémico en su conducta y la interpretación sui generis de sus personajes…
Y ahí estaba, en el hotel de la Avenue Montaigne frente al Thèatre Des Champs Elysèes… En ocasiones, no dormía en el hotel sino en el teatro mismo, en algún palco, entre bastidores e incluso en la sala de calefacción para combatir el frío del invierno… Ahí lo encontraban a veces los operadores de las máquinas… Por eso había escogido ese hotel…
De ahí era sólo cuestión de cruzar la calle para llegar al teatro donde había representado el papel de Pedro de Urdemalas y muchos otros… “Pedro de Urdemalas…” Qué curioso, así se hacía llamar (a veces Urdemalas y otras Urdimalas) el compositor de la música de “Amorcito Corazón” Jesús Camacho Villaseñor… Seguramente lo había tomado de alguno de los papeles de Artaud…
Después de todo, el también autor del argumento de las célebres películas mexicanas Nosotros Los Pobres y Ustedes Los Ricos, mostró siempre una conducta un tanto surrealista que le llevó incluso a renunciar como escritor del libreto cinematográfico de la película Los Olvidados realizada por Luis Buñuel por no estar de acuerdo en una escena… Los Olvidados… Inolvidable… Si Artaud hubiera actuado en esa película, seguramente el papel, el que le dieran, lo habría desarrollado como pez en el agua… Artaud era, de algún modo, uno de los olvidados del mundo.
Ahí estaba, leía y releía diversos textos de Antonin que previamente habría seleccionado para que le sirvieran como detonador del escindirse de la realidad para convertirse en un alienado usurpador de la personalidad de Artaud… “Tienes que comprender que la cosa primordial, la cosa más importante es la INTENSIDAD del sufrimiento. Tú me hablas de mi vida, de mi futura curación, pero tienes que entender que la idea de sufrimiento es más fuerte que la idea de curación, la idea de vida. Y el problema para mi es aliviar este sufrimiento, la misma intensidad de este sufrimiento me impide pensar en otra cosa. Tú jamás has sopesado la intensidad de este sufrimiento…” Así le había escrito al Dr. Dupouy quien le atendía en el Psiquiatrico de Sainte-Anne y le hablaba de la esperanza de la cura…
Pero ¿qué es la cura…? A quién le importa… No entendían, no entendían nada, por eso había escogido aquel cuarto del hotel de la Avenue Montaigne, para empaparse de la atmósfera que Antonin Artaud había vivido y así poder comprender el proceso creador que desde la locura envolvía al insigne actor, pintor y poeta francés… No entienden nada… Nada… Por eso Artaud se había visto en la necesidad de inventar palabras… Porque las palabras existentes se habían desgastado de tanto uso que le daba la normalidad… Era necesario inyectar en la semántica del mundo entero, un poco de antídoto contra la cordura…
Era indispensable para poder continuar el camino… Solamente así podría defenderse el lenguaje, pero mientras eso lograba conseguirse, había que inventar palabras para que con un lenguaje nuevo la creatividad pudiese darse en absoluta libertad… Y como Artaud, Inventó varios tigomigos y otros tantos molistefundos… Como Artaud que decía: “…El hombre sólo tiene una pequeña idea del mundo/ y quiere conservarla eternamente,/ proviene de que, un buen día, el hombre/ detuvo la idea del mundo… “ y continuaba impactante: “Dios sólo existe como el vacío que avanza con todas sus formas y cuya representación más perfecta es la marcha de un grupo incalculable de ladillas”.
—¿Está usted loco, señor Artaud, y la misa?
—Reniego del bautismo y de la misa, no hay acto humano que, en el plano erótico interno, sea más pernicioso que el descenso del supuesto Jesucristo…
…a los altares.
No me creerán
y desde aquí veo cómo el público se encoge de hombros
pero el llamado Cristo es quien
frente a la ladilla-dios
aceptó vivir sin cuerpo
mientras un ejército de hombres,
descendiendo de la cruz
a la que dios creía haberlos clavado desde hacía mucho,
se rebeló
y ahora esos hombres
armados con hierro,
sangre,
fuego y osamentas
avanzan, denostando al Invisible
para terminar de una vez con el JUICIO DE DIOS.
Una y otra vez, desde hacía quince días, leía y releía los textos crudos, terribles, malditos (cuando menos literariamente hablando) de la poesía de Antonin Artaud… Pero por más que en su interior, para si mismo, buscaba el mimetismo sacroinfernalmalditocelestialavernico con este el representante por antonomasia de los poetas malditos, solamente se causaba una ansiedad que ante la posibilidad de producirle una hiperventilación que lo llevara al infarto al miocardio, intentaba controlar…
Así, en la cama donde supuestamente había dormido Artaud, en el cuarto donde supuestamente se había hospedado Artaud, en el hotel donde supuestamente había vivido Artaud, él se intentaba convertir como en Metamorfosis de Kafka, en ese escarabajo que fuera Antonin Artaud… Ese guiñapo que se puede palpar en su fragilidad en cada fotografía que del poeta encontrare… La respiración rítmica, se fue haciendo calmada y musical… Como una danza… Si hubiera sido en el momento de ansiedad tal vez sería palpitar de son o de huapango… Pero ahora su respirar era de danza o de las llamadas canción mexicana… “Borrachita me vooooyyyy… Para olvidarleeeeee… Le quero muuuuuchoooo… También me quereeeeee…” recordó a Tata Nacho y cómo le había apoyado siempre…
Que curioso… O no, nada es casual según el excelso Dr. Freud… Más bien era justamente debido a la situación por lo cual había comenzado a tararear una canción de Tata Nacho, porque habiendo sido amigo de Antonin Artaud, decidió visitar México en busca de la magia gracias a sus charlas con el Maestro Ignacio Fernández Esperón… Así fue que llegó a la ciudad de México donde Jaime Torres Bodet entonces Secretario de Educación, le consigue dar conferencias y colaborar escribiendo en algunos de los diarios más importantes de México. Pero el interés de Artaud era la magia de las culturas del México antiguo y por fin logra que se le apoye para viajar a la Sierra Tarahumara y, viviendo con ellos, asistir como observador y también activamente al ritual del peyote…
Sobre ello escribiría muchas cosas que serían publicadas en varias etapas hasta ser publicado en 1955, postmortem un libro titulado: Les Taraumaras. Mismo que incluye Le Rite du Peyotl, La Montagne des signes, Le Pays des rois mages, La dance du peyotl, Tutuguri y otros… Muere Artaud en 1948… El jardinero que le procuraba en el Psiquiátrico es quien le encuentra al llevarle el desayuno…
La poesía de Antonin Artaud, le brinda a este rubro del arte literario, la dimensión fonética por antonomasia al escribir con neologismos personalísimos en muchas ocasiones onomatopéyicos pero otros constituyendo un nuevo idioma… “Klaver striva/ cavour Tavina/ Scave Kavina/ okar triva” (L’Execration du père-mère) Lo intentaba… Con toda la fuerza de su alma lo intentaba, pero cuando mucho lograba articular palabras mono o bisilábicas con una clara influencia onomatopéyica…
Terminó por agotarse… Entre los dolores y la frustración, decidió que ese no era el día ni para morir, ni para lograr evocar y mimetizarse con su admirado Antonin Artaud… Se levantó… Cuando cobró conciencia de su caminata, había llegado hasta la parte del Sena desde donde aparece majestuosa la Tour Eiffel… Quince días… Quince días leyendo a Artaud había pasado en el intento de mimetización.
*Cantante, compositor, escritor y pedagogo.