Por Alberto Ángel “El Cuervo”*
–¿Qué miras…?
—El cielo…
—Y ¿qué ves en el cielo…?
—Las estrellas… ¿Y tú…?
—Yo veo a Dios…
—¿A Dios…? ¡Pues vaya con tu imaginación para ver algo inexistente!
—Creo que el que está viendo algo que no existe eres tú…
—¿Que no existen las estrellas, dices…?
—No… Cuando menos no de la forma en que crees verlas… Muchas de ellas ya explotaron, otras ya se enfriaron y unas más pueden haber chocado con otras destruyéndose mutuamente… Lo que estás mirando en el cielo es solamente un pasado… Algo que ya no existe porque el tiempo que tardó la luz en llegar a La Tierra, hace que lo que percibimos sea lo que fue y que ya no es… En cambio Dios… Dios es eterno…
—Pobre… Se ve que no has leído a Nietzche… Aún no te enteras de que Dios, ha muerto…
Varias veces nos fuimos a comer estrellas al regreso de las tardes literarias en Cuernavaca… Mi hermano el Gato me enseñó a degustarlas… ¿Qué pasaría si ponemos a observar el cielo, las estrellas, el universo a diez o veinte individuos de distinto origen en el tiempo, en la historia, en la geografía y en su formación? Desde luego cada uno imprimiría un concepto totalmente distinto a la concepción del universo. Y es que, dependiendo de su cultura, de su origen, de su formación, los individuos introyectan la estratósfera de manera completamente diferente. “Por cierto que no podemos caernos de este mundo: Henos aquí de una vez por todas”.
Christian Dietrich Grabbe. 1687
Y ¿Qué significado ha tenido para los seres humanos la posibilidad de caerse del mundo? Necesariamente tendríamos que remitirnos a la teoría geocéntrica del universo o tal vez sea más adecuado decir: Del Mundo. Caerse de la Tierra… Una frase que puede haber sido verdaderamente aterradora dada la concepción geocéntrica… Más allá del mundo, de La Tierra o fuera de ella, no hay nada más que una soledad etérea… Una especie de purgatorio…
De hecho, casi todas las religiones sitúan al purgatorio en un sitio que está entre el cielo donde se encuentra la divinidad señalado por Aristóteles y que se supone está o estaría en la “extrema periferia del Universo” ahí estaría enclavada, según los conceptos aristotélicos, la divinidad. Por eso, debe haber sido aterrador el pensar en la posibilidad de caerse de la Tierra… Quedaríamos eternamente perdidos en ese limbo que no alcanza a llegar a la sede de la divinidad.
Yo recuerdo allá en mi lejana infancia, haber permanecido durante horas de panza al sol mirando acuciosamente al cielo porque estaba plenamente convencido de que en cualquier instante, sobre una nube, podría llegar a ver a la santísima trinidad de forma idéntica cuando menos en imagen, a las diversas representaciones que las abuelas tenían en esos cuadros que en los paseos a la Villa de Guadalupe compraban para ganar indulgencias y que nunca supieron explicarme bien a bien en dónde estaba el beneficio de la compra para alabar a Dios… Pero así como yo observaba el cielo de esa manera, un compañerito de infancia de religión distinta a la católica, me decía que las imágenes religiosas de los católicos eran pura superchería y que nada de eso sucedía en el cielo…
El cielo era el cielo y ya… Lo que, desde luego, tampoco me convencía… Con el tiempo, en la adolescencia, cuando llego como muchos de los jóvenes de esa mi época de juventud a las teorías marxistas, me enfrento con la frase acuñada por quien tal vez haya sido el filósofo más leído en esas generaciones: La religión es el opio de los pueblos… ¿De qué manera contemplaría entonces un marxista el cielo al lado de un religioso…? Contemplar el cielo como la sede de la divinidad, creo que no sería una posibilidad para ellos… Para el marxista, habría que contemplar el cielo desde un punto de vista útil para el hombre en general y con una consideración científica del mismo…
Y ¿qué pasaría si un científico de orientación marxista o simplemente de creencias agnósticas… Un ateo, viajara al universo en la época actual? Se hace necesario recordar aquí a uno de los más afamados astrónomos contemporáneos cuya búsqueda permanente fue siempre la llamada inteligencia extraterrestre. Me estoy refiriendo al Dr. Carl Sagan, quien para delicia de los televidentes nos hablara cada semana de los misterios en el universo y enviara en aquellos satélites voyager, un mensaje de paz con datos de todas las culturas de la tierra.
Ese afán, llevó al Dr. Sagan a escribir una novela sensacional que tituló Contacto y que fuera tan popular que fue llevado a la pantalla grande estelarizada por Jodie Foster… En uno de los parlamentos cuando la astrónoma hace contacto con otras inteligencias allende las estrellas, la Dra. se ve verdaderamente rebasada en su capacidad descriptiva circunscrita al pensamiento científico y exclama: “¡This is indescribable beautiful… You should send a poet!” (Esto es indescriptible, debieron haber enviado un poeta) Y es que el poeta vería el cielo de manera completamente distinta aún dentro de las consideraciones astronómicas científicas. Prueba de ello es el poema El Gran Viaje de Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, Amado Nervo, poeta y prosista mexicano nacido en Tepic:
“¿Quién será en un futuro no lejano,
el Cristóbal Colón de algún planeta?
¿Quién logrará, con máquina potente
sondear el océano del éter
y llevarnos de la mano
allí donde llegaron solamente
los osados ensueños del poeta…?”
Desde el principio de la Historia de la Humanidad, la Estratósfera y más allá… Los cielos, el universo, el infinito, ha sido un imán ineludible para el pensamiento y la creatividad… Todas las culturas del mundo, aún cuando presenten variaciones en la concepción, piensan en el espacio más allá de la estratósfera como la sede de las divinidades.
Dios, habita en la orilla del Universo donde se encuentra, como decían los antiguos mexicanos, la región donde reina el señor del cerca y el junto…
“¿Dónde iré, dónde iré?
¡Allá donde está la dualidad!
¡Todos nos vamos, todos nos vamos
a la casa del sol…”
Los Griegos en su mitología o los romanos en la propia, siempre nos hablaban de un lugar especial donde los dioses permanecían observándonos, el Olimpo, cuya sede es precisamente en la estratósfera… Cuando el hombre por primera vez alzó la mirada hacia la Luna llena, y pudo comparar su redondez brillantísima con los ciclos agrícolas, comenzó la cultura de los astros…
La luna y las estrellas se hicieron motivo de loas y homenajes ante el misterio que representaban convirtiendo así en deidades a los habitantes de los cielos… No ha habido cultura alguna sobre la tierra que no haya hecho de los fenómenos astronómicos y cuerpos astrales parte importantísima de su historia, de su modo de vivir, de su religión, de su ideología, de sus artes y ciencias así como de su tradición heurística…
Y es que lo que sucede en El Cielo es algo tan mágico ante la imposibilidad de explicarlo bien a bien en palabras cotidianas… Por eso el poeta sucumbe y surge así la luna de Lorca… Por eso el trovador evoca las estrellas que contadas por millones no alcanzan a cubrir los besos que guarda para su amada… Por eso el universo ha sido motivo de inspiración en artistas plásticos y literarios… Por eso el Pueblo del Sol en la cosmogonía de los antiguos mexicanos de ahí lo que Sigmund Freud menciona en El Malestar en La Cultura en torno al concepto de que el hombre está inmerso en una “sensación de eternidad” misma que se despierta cuando surge la conciencia y acaso el pensamiento mágico que resulta generador de religiones…
Es así cuando, según un amigo de Freud, Christian Dietrich Grabbe, se genera ese “sentimiento oceánico” del hombre… Nunca es grato, nos dice Freud, someter los sentimientos al análisis científico… Se trata esto, sigue Sigmund, “de un sentimiento de indisoluble comunión, de inseparable pertenencia a la totalidad del mundo exterior”… Así, cuando en busca de la creatividad vuelve uno la mirada al cielo, extasiado en la inmensidad y su misterio, nos damos cuenta que el arte y la cultura, a la par de la historia del hombre, se encuentran no sólo en La Tierra, sino más allá de la estratósfera.
*Cantante, compositor, escritor y pedagogo.