“La cabellera caía en abundantes ondas acariciando la curva de su frágil cintura. La piel de la bella adolescente así como la mata de su pelo suelto, ofrecían ante la vista absorta, variadas tonalidades que reflejaban sus ojos pintados de violeta y verde… como el mar… o el crepúsculo presumiendo colores en cada atardecer”. EL AUTOR.
Por Salvador Antonio Echeagaray Picos*
Lo fue… y sigue siendo inolvidable para el que narra, aquella prima de mi juventud primera… de impresionante belleza, coqueta y vanidosa… presumía en todo momento y en cualquier lugar, lo que la naturaleza le había brindado en abundancia. Pero lo que de belleza ofrecía…de sentido común carecía. Representaba un permanente dolor de cabeza para la Madre que a falta de Padre, enfrentaba, sin éxito, la conducta irreflexiva de la hija.
Para antes, permítanme hacer un justo reconocimiento de estética filial. Se dice que lo que “se hereda no se hurta”. Expresión que en el tema que narro resulta de precisa aplicación, ya que la Madre de mi prima era de una belleza impresionante.
Alta, rubia, cintura breve, cadera voluptuosa, piernas largas y torneadas, significó para la época, una representación ideal de la mujer “Culichi”. Hay certeza en lo que afirmo, pues recuerdo que tanto hombres como mujeres acudían al abarrote buscando la oportunidad de admirar, con suerte, al par de hermosas mujeres, aunque no tuvieran intención de comprar mercancía alguna. Tenía la hija escasos 15 añoscuando quedó embarazada. El escándalo social se evitó cuando de “repente” la hermosa y sufrida madre tuvo un “inesperado embarazo” que coincidió, por supuesto, con el obligado y previo ocultamiento de la “inocente” prima, en una ciudad fronteriza con Los Estados Unidos.
La Madre de la prima, después de soportar más de ocho meses, las almohadas de distintos tamaños que fue colocando sobre su estómago en su ejemplar actuación de mujer embarazada; a su tiempo, se trasladó oportunamente al lugar donde residía la hija para ser “atendida de parto”, regresando la prima por fin a Culiacán, en compañía de su “hermanito”, un varón que parecía el vivo retrato a todo color, de su verdadera progenitora. En mi época de estudiante de Secundaria, viví con una Tía Abuela, donde precisamente tuve la oportunidad de conocer, tratar y compartir parte de mi vida púber, con estas mujeres de ejemplar hermosura.
La finca de la Abuela se ubicaba en estratégica esquina por la avenida Obregón y la entonces calle Nicaragua, donde funcionaba una acreditada tienda de abarrotes, llamada “Los Pinitos”, en la cual me ocupaban en el desempeño de todas las tareas imaginables, solo por habitación y comida…y una pequeña Alberca… inolvidable, por lo que más adelante contaré…
Me despertaban a las 4 de la madrugada y todavía a oscuras, acompañaba al responsable de las compras que se hacían en el “Mercado Garmendia”. La tienda de Abarrotes atendía a su clientela a partir de las 6 de la mañana. Me ocupaba tanto en las compras de mercancía, atender “mostrador”, hacer “mandados”, el jardín y mantener limpia la Alberca. Apenas me quedaba espacio para estudiar, dormía pocas horas, motivo por lo que considero esta corta etapa de mi vida difícil, ciertamente, pero reconociendo que viviría para repetirla…
Recuerdo que se iniciaba el verano cuando se hicieron ciertas reparaciones que requería la Alberca familiar, con todo lo que dichos preparativos implicaban, que tenían que ver, como el avezado lector lo anticipa, con la posibilidad para el que narra, de admirar a plenitud, a las dos hermosas mujeres que mostrarían sus cuerpos en traje de baño. Fue angustiante la espera cuando se decidió que la Alberca se usaría ese mismo fin de semana.
Empezó la “temporada” de alberca el sábado que dio inicio a los festejos del día del Estudiante. Cuando regresé, sólo al entrar a la Finca, escuché la algarabía de la familia disfrutando de las frescas aguas de la Alberca, buscando ansioso si se encontraban ya ahí, las atractivas parientes. Y sí, las dos hermosas mujeres jugueteaban, presidiendo, cuales mitológicas Ninfas, la celebración del Equinoccio de “La Primavera” de sus vidas, que en esa ocasión compartían con nosotros, simples mortales.
No obstante tener parentesco, me sentía ajeno al primer círculo familiar, por lo que procedí con toda discreción a localizar un buen y “estratégico” lugar desde el cuál admirar a “mis anchas” tanto a la hija como a la madre, mientras no se le ocurriera a alguien ordenarme hiciera tal o cual cosa.
De repente, y para mi gran sorpresa, cuando apenas ocupaba una silla en el lugar elegido, escuché la cristalina voz de mi prima que me preguntaba, primo ¿sabes nadar?, todavía me escucho respondiendo de inmediato de la misma forma que desde luego, nadaba como pez en el río. Y entonces… la sorpresiva invitación por parte de la prima, que frente a toda la familia gritó: ven, metete a la Alberca, para que me enseñes a nadar…ni más ni menos.
(CONTINUARÁ)
*Notario público y autor