Por Iván Escoto Mora*
Podría afirmarse, atendiendo a su raíz etimológica, que moral (mos) y ética (ethos) refieren a lo mismo: la acción del hombre dentro de la sociedad. Sin embargo, existen algunas sutilezas conceptuales que permiten diferenciar ambos términos.
Para Adolfo Sánchez Vázquez (2006) la moral se refiere a la acción, a la necesidad de resolver problemas prácticos que responden a una pregunta fundamental: ¿Qué debo hacer? Esta interrogante, que presupone el ejercicio de la libertad, tiene implicaciones sociales profundas porque el hacer del hombre está indefectiblemente ligado con el otro, con los seres con quienes el hombre interactúa y está involucrado.
El hacer de una persona impacta a otro, al mundo vinculado con el hombre. De este modo sería válido sostener que la pregunta ¿qué debo hacer?, se encuentra conectada con otro cuestionamiento: ¿Cómo afecta mi acción a los demás?
En adición a lo anterior, una tercera interrogante surge en escena: ¿Qué se espera de mí? De este modo, son tres elementos los que se suman al problema de lo moral: a) El yo actuante, b) El otro que se ve afectado con la acción del yo actuante y, c) El ello que constituye una carga cultural delimitante de lo socialmente esperado.
Como consecuencia de esta triada surge un juicio doble: a) El juicio personal que recae sobre el propio yo que, cuestionando su propia conducta, desea saber si ha obrado correcta o incorrectamente, b) El juicio social que analiza la justeza de la acción emprendida por ese yo particular, inmerso en un contexto cultural específico.
La moral es, en este sentido, una práctica de vida, una experiencia particular que se enfrenta a problemas específicos, poniendo en juego el deber de lo socialmente esperado y el hacer personal, ejercido libremente.
La ética, por su parte, es un juicio reflexivo, una crítica sobre los contenidos del deber que nutren, dentro de una cultura, las nociones de lo moralmente aceptado o reprobado. Esto apunta, según afirma Sánchez Vázquez, a un análisis general que, aun cuando indirectamente pueda orientar la conducta particular del hombre, tiende más a la construcción teórica de la moral que a la determinación práctica de la conducta, ésta última, postrada primordialmente frente al problema inmediato del ¿qué debo hacer en este momento?.
Si ética y moral se refieren a la conducta del hombre en sociedad, ¿podrían realmente advertirse como conceptos distintos? Independientemente de la postura que se adopte, quizá podría indicarse que un tema de mayor prioridad es el de definir los contenidos que orientan el sentido interpretativo del comportamiento humano, es decir: ¿cómo se construyen los criterios morales y éticos en una sociedad determinada? Para valorar este planteamiento en el terreno de lo real, sería conveniente recordar, a manera de ejemplo, la nota revelada el pasado mes de mayo por la prensa internacional, en la cual se dio cuenta de la detención en Irán de seis jóvenes acusados de realizar actos inmorales.
En los países árabes en los que ha impuesto la Sharia, código legal y moral árabe, las reglas de conducta, y por ende las expectativas de lo socialmente esperado, son observadas con tal rigor que incluso existe una policía moral, encargada de vigilar el cumplimiento de lo “permitido y virtuoso” y perseguir, según los cánones del Corán y sus intérpretes, lo “prohibido y pecaminoso”.
En La República Islámica de Irán, lugar donde la Sharia tiene vigencia, fueron detenidos seis jóvenes por bailar al ritmo de Happy, éxito musical del cantante pop norteamericano Pharrell Williams. El grupo de jóvenes fue detenido por realizar prácticas “inmorales” consistentes en: a) Bailar música occidental, b) Bailar en un grupo integrado por hombres y mujeres, c) Exhibir imágenes de mujeres con el pelo descubierto (despojadas del hiyab), d) Grabar en video su performance y colgarlo en el sitio de Internet YouTube. Casi inmediatamente después del arresto, los tres hombres y las tres mujeres que integraban el grupo fueron puestos en libertad, sin embargo, el director del video, Sassan Soleimani permaneció retenido.
Todos los pueblos tienen derecho a establecer sus patrones de conducta, conservar sus tradiciones y definir sus expectativas sociales, de conformidad con las costumbres que detenta su cultura. Cualquier crítica a este derecho podría advertirse intolerante si no se realiza desde la óptica interior en que se configuró la estructura moral determinante de la conducta analizada. Sin embargo, atendiendo al juicio crítico de la ética, ese que Sánchez Vázquez denomina moral reflexiva, resulta indispensable cuestionarnos por el contenido de las categorías morales que limitan la libertad. La moral está directamente conectada con la libertad y la responsabilidad. Si la moral implica accionar, debe precisarse que esta acción se refiere a un despliegue conductual libre, el cual permite tomar posición frente a un fenómeno o circunstancia y, en consecuencia, asumir responsabilidad sobre sus efectos y sobre el juicio moral que en ellos recaiga.
Donde no existe libertad el juicio moral pierde sentido, ya que no puede existir responsabilidad frente a las consecuencias producidas por una conducta sujeta a la opresión. Cuando el código moral deriva de la imposición de criterios unidireccionales, ajenos de la razón y anuladores de la libertad ¿sería ético aplicar su contenido?. ¿Qué es lo inmoral en ser joven, bailar, cantar, expresarse sin límites ni velos? ¿Qué hay de inmoral en buscar esa compleja alquimia denominada felicidad? Preguntas sin respuesta en medio de la aparente civilidad del siglo XXI.
*Abogado y filosofo / UNAM