Por Elisa Macías Madrid*
Hace ocho años, murió Alonso Vidal. Se fue cuando en Hermosillo el calorcito ya va diciendo lo que serán los meses que siguen, las sofocadas noches “de la indecible poesía” que Carlos Pellicer poetizó en su canto al sexto mes del año, “junio me dio la voz, la silenciosa música de callar un sentimiento”.
Hoy, en estos días, con sus horas de junio marcadas por la resolana, la imagen y el recuerdo de Alonso llega, aunque en verdad siempre anda por ahí, en el concurso de poesía local que lleva su nombre así como en la plaza pública que está ubicada en el centro histórico, en la librería de la Universidad de Sonora, en sus versos inscritos en una de las paredes del palacio municipal. También en sus libros de creación: poesía, ensayo, novela, y en la memoria de quienes leyeron su escritura en periódicos y páginas culturales, y en la de escritores que fueron apoyados e impulsados por este hombre que es un referente en la localidad de lo que suene a literatura y difusión de la cultura.
Alonso Vidal vivía para escribir. Su plática, su pensamiento, su vida giraba en torno a la poesía y a la escritura de cualquier expresión que ocurriera en las letras, el arte, la cultura. Creación y difusión fueron de la mano en la máquina de escribir de Alonso; la imaginación, el sentimiento y la creatividad del poeta y escritor que él era, se combinó con el interés que se expresa en la crítica y la difusión de otros actores y de otros actos poéticos, artísticos, históricos y del conocimiento, que sucedían en el entorno.
Alonso nació en Nogales, Sonora, llegó muy joven a Hermosillo, a estudiar en la Academia de Comercio del profesor Enrique García Sánchez, quien al percibir los intereses literarios y creativos del adolescente de entonces, lo apoyó ofreciéndole su biblioteca y dirigiendo sus lecturas, así como incentivándolo a la escritura. En estos años obtuvo su primer triunfo en un certamen literario con su ensayo “Sonora Revolucionaria”.
De ahí siguió su carrera autodidacta. La década de 1960, esos años de cambio juveniles, encontró en este hombre “de afán tormentoso por las letras”, como le llama el escritor sonorense Luis Enrique García, un protagonista de las transformaciones en el ámbito de la literatura sonorense.
El joven Alonso había leído a las escritoras y escritores sonorenses de la generación anterior como Armida de la Vara y Enriqueta de Parodi, la poesía de Alicia Muñoz; luego su experiencia de vida, que por entonces ya estaba volcada a la escritura, el periodismo y la difusión cultural, tuvo un fuerte impacto al tener contacto con los versos de Abigael Bohórquez, el reconocido poeta de Caborca, Sonora.
Después vinieron, como parte del trabajo que desarrolló en la Universidad de Sonora tanto en el departamento de Extensión Universitaria como en la librería universitaria, la difusión, la presencia en Hermosillo de escritores e intelectuales mexicanos así como su propio crecimiento a través de lecturas de lo que se estaba produciendo en la literatura nacional e hispanoamericana.
Se bebió la poesía de Los contemporáneos y se asombró con la propuesta teórica de la poética que escribió Octavio Paz en El arco y la lira.
Así, Alonso Vidal fue testigo en Sonora de la ruptura con el verso rimado y la tradición en los modos de abordar el mundo, convirtiéndose en actor fundamental como impulsor, difusor, promotor, de quienes en la práctica de la creación literaria se deslindaban de las antiguas formas de ser poeta.
Los “cafés literarios universitarios”, promovidos por él, ocupan un lugar especial en el camino que tomaron las letras sonorenses desde la segunda mitad del siglo XX, ya que fueron el espacio cultural de lectura y convivencia para poetas y escritores, esto ocurría como decíamos, en los sesenta.
Habiéndose iniciado los cafés literarios en las instalaciones de la librería de la Uni-Son, y presentándose como un foro para la lectura de escritores y poetas, incipientes entonces, permaneció aunque de manera intermitente, como clara muestra de la pasión de Alonso por las letras. Durante las décadas siguientes en “Las lecturas de la lechuza”, por ejemplo, se gestaban otros nombres y nuevas generaciones de jóvenes interesados en la creación literaria que encontraron en esta labor promocional de Alonso, un sitio identitario en el ámbito de las letras.
Alonso vivió muchos años por el rumbo de la casa donde yo crecí, así que no recuerdo bien desde cuándo, antes de saber quién era, su figura caminando por estas calles se me volvió familiar. Su casa era un departamento de dos pisos, cuyo frente daba a uno de los primeros bulevares de la ciudad, el Transversal, hoy Luis Encinas.
Desde su terraza Alonso podía ver el viejo edificio del molino harinero de finales del siglo XIX, escuchar el sonido del reloj marcando las doce, ver incluso los últimos vagones del tren que seguían los rieles que pasaban a la altura de su casa. Podía también, cruzar la calle y visitar a su gran amiga la poeta Alicia Muñoz y compartir con ella su tema favorito: la poesía.
Por cierto, recuerdo en este momento la última vez que vi a Alonso Vidal: fue en el evento Horas de Junio, que se lleva a cabo en la ciudad y convoca a poetas y escritores de diversos lugares del mundo. Ese año, que fue el último en el que participó, se dedicó a la gran poeta sonorense mencionada Alicia Muñoz y me tocó compartir la mesa con Alonso pues él entregaría el reconocimiento al hijo de la homenajeada mientras que yo leería su poesía. Fue justo un mes de junio como éste, con sus horas.
*Encargada de difusión del Museo Regional de la Universidad de Sonora.