Por Jaime Irizar Lopez*
Hace unos días, al parecer sin causa aparente, a mi corazón se le ocurrió tener unas crisis de taquicardias y arritmias, las que en un principio, en virtud de presentarse sólo de forma esporádica a lo largo del día, no les presté demasiada atención porque pensé que serian del todo pasajeras y no tendrían la mayor importancia.
Pasaron los días y los episodios se hacían más y más frecuentes, a tal grado que ese caballo desbocado en que se había convertido mi motor principal, también me daba la sensación de que se tropezaba tras un rato de galopar y esto ocurría con tal frecuencia que en ocasiones llegué a pensar que ya no se levantaría en una de esas caídas, razón que me obligó no sólo a tratar de buscarle a mis síntomas una causa o justificación tranquilizadora, sino que finalmente me orilló también a ir a el encuentro de ayuda especializada.
Les confieso que acorde con mi formación médica, inicialmente pensé ubicar como factor desencadenante de estas molestias a mi novedosa costumbre de ingerir a diario tres o cuatro tazas de café, misma que aunado al tomar medicamentos antigripales para aminorar unas molestias que tenia, según mi entender ello hizo sinergia y pudo dar pie a esa sintomatología cardiovascular como consecuencia de las reacciones secundarias propias de la intrínseca composición química de dicha bebida y la medicina ingerida.
Vale mencionar que pese a suspender totalmente la ingesta de esas posibles causales, los síntomas empezaron a crecer en frecuencia e intensidad y después de dos meses de haber iniciado esta sintomatología, la misma me hizo obligatoria la visita al cardiólogo y me indujo también a hacer una serie de reflexiones personales de carácter existencial que quisiera con ustedes compartir.
Lo he dicho muchas veces, soy un hombre de mucha fe, pero también es cierto que tengo una edad que como llave mágica me ha abierto ya la puerta al país de los “yo nunca…”. No he sido nunca una persona ordenada para nada, ni me he inclinado ni tantito hacia el culto del auto cuidado físico o al apego a regímenes alimenticios sanos.
Siempre he sido consciente de que al malgastar mi salud con excesos y descuidos, la vida tarde que temprano me habría de pasar la factura por estos desarreglos. Quisiera aclararles que gracias a la fuerza de mi fe nunca he sido miedoso y que siempre he tenido la plena conciencia de que todos tenemos, tarde que temprano, nos cuidemos o no, que compartir un destino fatal, mismo que te será mas fácil enfrentar cuando has recorrido todo el camino de la mano con tu Dios.
Lo irremediable de esta situación y la tendencia personal de ver con humor este tipo de sucesos, pero además por el hecho de ser médico y haber tenido experiencias ad hoc muy aleccionadoras de vida, me ha hecho ser un poco irónico e inducido a jugar verbalmente con lo que más teme la población en lo general: la muerte.
Pero hoy de manera excepcional les quiero confesar que los malestares arriba mencionados y mi entrevista con el cardiólogo, quien aún no termina de completar su diagnóstico, pero que sí me adelantó que si no cambio radicalmente estilos de vida, no tendré el mejor de los pronósticos a corto plazo en virtud de mi edad, obesidad, hipertensión, diabetes, sedentarismo y los para nada buenos antecedentes heredo familiares que me encontró.
Estas, entre otras lindas verdades que me dijo en la primera consulta mi estimado doctor, en apego a la verdad, si que me sacudió.
Contrario a mi actitud siempre optimista, esta consulta ha tornado mi semblante sombrío, me ha ensimismado sobremanera y orillado en consecuencia a hacer revisiones de mi historia personal para buscar explicaciones sobre mí actuar en el pasado y el presente, en relación específica con toda la gente que quiero y estimo.
Caminé imaginariamente por todas mis etapas de la vida. Como una película con colores vívidos recordé lo malo y lo bueno de mi existencia. Sin poder explicarles el por qué, mi mente no hacia juicios de valor sobre lo ocurrido.
Todo se convirtió en un mero repaso, sólo mío, en el que todo lo aceptaba sin grandes sentimientos de culpa o vergüenza. Consideré, en términos generales muy buena la vida que he tenido. Este sólo juicio aminoró considerablemente mi ansiedad y devolvió mi alma al cuerpo.
Aunque reconocí que en tiempos recientes si llegué ocasionalmente a quejarme en silencio por las situaciones difíciles que atravesaba, de las cuales salí siempre adelante sólo respaldado por mi fe en Dios y gracias a mi particular optimismo paradójico que emergía heroico en todas mis crisis.
Me ayudaba el pensar que aún en esas épocas de mi vida, por duras que fueran las cosas, hoy se los confieso con sinceridad, en muchos sentidos podría restarles importancia, si las comparaba con otros tiempos pasados que fueron peores.
Con éste ejercicio mental puesto en práctica, fácilmente concluía que estaba relativamente mejor que nunca, consolidando así una actitud positiva que fue la que siempre me ayudó.
Les preciso que este ejercicio catártico que mentalmente realicé tenía la intención de descartar o minimizar como factores causales de mi sintomatología, a mis emociones y/o las difíciles situaciones económicas que yo, al igual que miles de padres de familia mexicanos estamos sorteando.
En este sentido concluí de forma humorística, que si la ruina o la estrechez económica fueran causa de afecciones cardiacas, no alcanzarían los especialistas de todo el mundo para atender a los millones de paisanos que sufren situaciones similares en nuestra patria.
Estoy convencido, por muchas razones que ustedes ya podrán fácilmente conjeturar, que en breve habré de tomar unas vacaciones muy largas y definitivas, por ello es necesario que me disponga desde hoy a hacer mis maletas.
A donde voy tendré que ir solo. En lugar de llenar como es usual en todo viaje, mi veliz con ropa, calzado y enseres de higiene personal, en este caso particular lo que haré será mas bien sacar de mi bagaje personal todo sentimiento o idea no expresada que me es imprescindible para aligerar la carga emocional antes de partir.
En este mi previsor e importante acto de honesta confesión, empezaré por pedir perdón a los que voluntaria e involuntariamente ofendí. Agradeceré a mis hermanos y amigos su afecto y la solidaridad otorgada con gran oportunidad en mis tiempos difíciles, así como la comprensión desinteresada y la tolerancia extrema a mis múltiples defectos. Este recuerdo de ellos hará mas leve y grata la despedida.
A mis hijos quiero decirles con emoción, que si bien no fui el ejemplo de padre que en su interior se dibujaron cuando niños, si es una gran verdad que asumí este roll, como todos los de mi generación, sin enseñanza previa, y sólo confiando en mi cariño y las más buenas de las intenciones para formarlos y orientarlos en la vida.
Si de su juicio final se desprende que actué mal, que ello les sirva como marco de referencia para no cometer con su descendencia los mismos errores y de esta manera indirectamente habré cumplido, aunque sea de manera parcial, con el papel de padre que ellos siempre esperaron de mí.
Les recomiendo que no adelanten juicios severos sobre mi actuación, hasta que tengan varios años de vida adulta y hayan tenido las vivencias y las experiencias suficientes para entender las circunstancias, emociones y las razones que norman e influyen en la conducta de los hombres en general y de los padres en lo particular.
A mi esposa, la madre de mis hijos, la que para bien o para mal se eslabonó tan estrechamente a mi vida y a mi afecto, y quien seguramente cargó con la peor de las partes en esta relación conmigo, le digo que siempre fui de la idea que son muchas y diferentes las formas que tiene el amor para expresarse, la mía seguramente no fue la mas ortodoxa pero si la mas sincera; quiero que tenga la certeza de que pese a mis limitaciones, traumas y formación poco expresiva, la permanencia y duración en esta relación matrimonial estuvo siempre sustentada en el amor que se despertó en mi desde el primer día que la vi, mismo que nunca ha mermado ni aun con el paso del tiempo, los problemas vividos y lo difícil que ha sido para mi el entender y aceptar el hecho de perder un poco de libertad a cambio de un trato cariñoso y comprensivo, y de tener además la oportunidad de compartir con ella la gracia divina para formar una buena familia y dejar una descendencia que nos pueda representar fielmente en la importante tarea de perpetuar el ciclo vital.
Estoy pues en la fase de preparar mis maletas, aligerando mi alma y el corazón. Deseo que mi partida cause gozo entre los que quiero y no limite en nada la búsqueda activa de su felicidad. Viví con honestidad y congruencia. No gaste energía alguna en tratar de demostrar o aparentar lo que no era. Fui auténtico. Fui feliz en todos los sentidos que un hombre, padre de familia, y amigo pueda aspirar.
No sufrí envidias ni ambición desmedida. Dios me dio todo excepto dinero y riquezas. Sólo el sabe sus razones. Hay que verle el lado bueno a las cosas, esta situación tan particular, tal vez evite divisiones y pleitos familiares posteriores a mi muerte y seguramente que les ahorrará vueltas a los juzgados y con los notarios al no haber nada que repartir.
Acorde con lo que creo, a donde iré en breve no es un final, es mas bien un reencuentro con Dios, la tierra, mis padres, hermanos y mis amigos, con quienes tendré toda la eternidad para reiterarles mi cariño y charlar largo y tendido como antes lo hacíamos y para sentarme pacientemente a esperar, sin desearlo, a todos los que hoy quiero y estimo para darles un gran abrazo a su llegada.
Pienso por último que sólo se debe llorar a quien malgastó su oportunidad de vida y por aquel que no fue feliz. Ese no es mi caso. A los que lo fueron, hay que honrarlos tratando de entender que la vida es muy breve y que a diario hay que luchar para encontrar las razones para estar feliz. Siempre las habrá, si se aprende a gozar lo que se tiene y si se trabaja arduamente hoy, para obtener mañana, todo lo que se desea.
Finalmente les digo que lo único que me falta para redondear espiritualmente mi paso por éste mundo, (mi cuerpo no requiere mas redondeos, siempre lo ha estado), es tener lo suficiente para organizarme una gran fiesta de despedida, a la que acudan todos los que realmente deseen celebrar, no un cumpleaños ni un onomástico más, sino una vida que he dictaminado finalmente como muy buena: la mía.
*Doctor y autor