“En el número anterior del Periódico cultural “La voz del Norte” escribí sobre “Los Pozos, la Hacienda ganadera de mayor éxito en el Municipio de San Ignacio, en los años cuarenta del siglo pasado; de su privilegiada ubicación; de sus propietarios, quienes con su visión, hicieron posible este desarrollo agropecuario que impulsó la economía en la región del rio Piaxtla y consecuentemente, la mejoría de las familias de todos aquellos pobladores que encontraron trabajo bien remunerado y permanente en la referida Hacienda. en esta segunda parte, recuerdo a uno de mis personajes, Federico Nafarrate, Hijo, de profundo contenido tanto en lo profesional como en lo humano que influyó bastante en mis lecturas de estudiante de secundaria, con cierta orientación formal” EL AUTOR.
Por Salvador Echeagaray*
Pero hubo una trágica tarde de toros en la que nuestro personaje, estuvo a punto de perder la vida.
Iniciada la fiesta, después de un principio alentador en el que el torero, posterior al tercio de varas, lució mandón con una serie de verónicas, derechazos y pases de pecho y la expresión de ¡torero! ¡torero! en el abarrotado Coso, y la gente de pie aplaudiendo en los tendidos; ya en la suerte suprema, le exigió el matador mayor entrega al astado, al sentirse muy por encima de las condiciones del bruto, sin obtener la respuesta exigida, en la culminación del tercio, se vio la reacción instintiva del animal hecho para la lidia en la lucha a muerte, al sentir el estoque que le penetraba hasta la empuñadura, de súbito testeó, con trayectoria de abajo hacia arriba, ensartando uno de los “pitones” en la ingle derecha desgarrando piel, músculos y arterias del arrojado torero, que sobre la tierra del “redondel” quedó inerte.
El propio Don Federico puso en mis manos, el periódico en el que se publicó la nota que narró la cornada que retiró para siempre de los ruedos, al “Españolito” Nafarrate. En la misma, el autor citó: ¡“lástima”!.
En el infortunado “españolito”, la fiesta vio con él, la llegada de una frescura que caló muy hondo”, lamentando la trágica cornada.
Don Federico convaleció durante varias semanas en Ciudad de México, Guadalajara y Mazatlán, decidiendo finalmente, restablecerse física y emocionalmente en la hacienda de Los Pozos, distante sólo 74 kilómetros del puerto de Mazatlán, lo que logró plenamente, dedicándose a su administración en respaldo a su ya anciano padre, y sobre todo, al ejercicio de la medicina, aportando con ello, enorme beneficio a los habitantes del municipio de San Ignacio, que años más tarde, lo eligieron Presidente Municipal.
Aquí advertimos lo que las circunstancias en la vida pueden determinar el destino del hombre; el de Don Federico, con un proyecto firme que implicaba esfuerzo, sacrificio, constancia en la vocación, en su pretensión de alcanzar su consolidación como torero en la capital del país, y con ello el reconocimiento de los amantes de la fiesta brava en el mundo, lo que no logró al ser embestido de gravedad y que lo puso al borde de la muerte, y el hecho de que habiendo superado el trance que significó para él, la cornada que lo retiró para siempre de los ruedos, decidiera dedicarse, a través del ejercicio de la medicina, al servicio de una comunidad provinciana.
*Notario público y autor