Por Juan Carlos González*
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Gabriel García Márquez (1928 – 2014) Cien años de soledad (1967)
Quise empezar con la primera frase de la novela más importante del recién finado Premio Nobel de Literatura puesto que en esta tierra, quien a muchos de nuestros coterráneos nos hizo conocer la nieve llevaba por nombre Eligio López Bojórquez, era de Mocorito. Lo recuerdo siempre muy serio, pero vacilón; y como lo dije, vendía nieve. Aclaro que para los que somos de Mocorito, la nieve es elaborada con leche, en otros lugares le llama helado. Don Eligio usaba una carretita de madera con dos llantas en la que acomodaba sus conos, la garrafa y la ilusión de vender todo para regresar a casa con dinero.
Quien sea de mi tierra querida, llegó de visita o por algún negocio, conoce esta tan apreciada nieve de la que les voy a platicar. Eligio, por mucho tiempo tuvo una refresquería en la plazuela Miguel Hidalgo donde ofrecía refrscos, raspados y nieves, estaba ubicada muy cerca del kiosco, por la calle Morelos, en el lugar donde está el jardín de la esquina, aproximadamente donde está una palma de dátil muy grande, ahí preparaba su producto.
Platicando con la señora Panqui, su hija, me dice que su papá se dedicó a elaborar nieves de varios sabores, así en plural; y le digo que además de la de vainilla, me acuerdo haber probado una muy rica que hacía de piña, a lo que ella me corrige y me informa que también hacía de fresa, la cual por cierto era muy procurada.
Yo me imagino a ese hombre alto, moreno, de carácter serio y de hablar escaso, en su refresquería, que por cierto estaba debajo de un muy frondoso bambú. No ofreciendo, sino vendiendo a los paseantes su riquísimo postre. Supe que en las visitas que hacía el entonces. Gobernador del estado, General Pablo Macias Valenzuela y su comitiva, era seguro que acompañado de Don Ricardo Riveros, Blanquita Lugo y otras personas, llegaran a los Bambúes para pedir sus nieves.
Esas nieves, que con manos de artesano preparó por tantos años, conservan muchas de las características de aquellos ayeres: se trae la leche, la ponen al fuego, agregan el característico sabor con una base, se deja reposar para enfriarse, pasa al envase de aluminio de la garrafa, agregando sal gruesa al hielo para que no se derrita y empieza el movimiento de manos que hacen girar por incontables veces, sólo interrumpiendo para despegar la nieve hasta lograr esa consistencia especial. He probado muchas nieves pero la de Eligio tenía un punto de congelamiento característico.
Después, de eso sí me acuerdo, las nieves las ofrecía Don Eligio en una carretita de dos ruedas. Se instalaba a las afueras del mercado municipal, entre la tienda de Mon Velázquez y la muy surtida tienda de mi Nina Lupita y Reyes Inzunza. Como mi Amá tenía su restaurant cerquita de ahí, nos daba para comprar una nieve y nosotros llevábamos nuestro vaso para que nos sirviera en él, era costumbre de este buen hombre decirnos casi siempre este diálogo con un dejo de sarcasmo, por el vaso tan grande: -cuánto quieres?, -un peso. -no pudiste traer un vaso más grande?, ahí no va a caber…
Así pues, las nieves de Don Eligio, se han convertido en toda una expresión de una tradición y a la vez una costumbre; y cómo no, si es un producto artesanal, porque se elabora a mano, desde hace más de setenta años. Siete décadas de dar identidad a nuestro pueblo.
Hoy por hoy, uno de sus tantos nietos, se dedica a preparar y vender la nieve, ahora en singular, pues Martín Serrato, a quién le decimos «Tilín» solamente ofrece la nieve de vainilla a base de leche de vaca. La ofrece a la salida de las escuelas o de la misa, no tiene un lugar fijo, pero sí una clientela muy amplia que en ocasiones precisa a los ruegos para poder saborear aunque sea un cono de una bola al ver que Tilín ya casi raspa el fondo de la garrafa.
Don Eligio Lopez Bojórquez nos ha dejado un legado. Logró ser parte de la tradición y de las costumbres de nuestro pueblo, por ello este es recuerdo que se queda por siempre en nuestras mentes y corazones.
*Docente UAS – Mocorito.