Nacional

La realidad como espejismo del lenguaje

Por domingo 4 de mayo de 2014 Sin Comentarios

Por Iván Escoto Mora*

¿Qué es lo que se expresa cuando se manifiesta algo en palabras? La realidad ocurre, la naturaleza acontece más allá de las categorías lógicas en las que el pensamiento la circunscribe. El ser humano conceptualiza para entender, limita para explicar y explicarse, el juego de la comunicación se vuelve un diálogo de espejismos artificialmente construidos para someter lo que resulta ajeno. Octavio Paz (1942) en su ensayo “Poesía de soledad y poesía de comunión” señala: “no es la realidad lo que realmente conocemos, sino esa parte de la realidad que podemos reducir a lenguaje y conceptos”. El lenguaje  tiene un fin pragmático, más complejo que el de la transmisión de mensajes, su finalidad o pragmatismo se advierte en la posibilidad de vincular la captación de la realidad con la comprensión.

Poesía, religión, mito, ciencia, todas estas son estructuras de representación del mundo a través de las figuras del lenguaje, intentos de los hombres por describir  y apropiarse de la realidad que se muestra como una pantalla enorme, envolvente, a la cual el ser se enfrenta tratando de entender, de llevar al terreno de la lógica y de la estructura de representación. El ser humano intenta comprender, pero sólo logra describir a través de sus conceptos, percepciones, creencias. En tal escenario, probablemente podría afirmarse que todo conocimiento resulta irreductiblemente ideológico, descifrable exclusivamente a la luz de los códigos intersubjetivos de un lenguaje convencional.      El conocimiento se despliega como una construcción artificiosa “un proceso de indagación que tiene como punto de partida la interrupción del flujo de la experiencia, el cual es seguido de la formulación y evaluación de hipótesis que permiten crear expectativas y creencias” (Vallejos, 1999).

El flujo de entendimiento opera a través de supuestos, convenciones, percepciones socialmente determinadas y aceptadas, a través de las cuales se explica el funcionamiento de la realidad. En este contexto la tradición, como experiencia generacional, ocupa un lugar fundamental. En ocasiones esa experiencia está sostenida en creencias metafísicas o místicas y en ocasiones, en relaciones causales surgidas bajo circunstancias de regularidad. Ejemplo del primer caso es el rito de quien reza antes de cocinar una cazuela de tamales, cuando se cumple con el rito, se asegura –según el dicho popular- que los tamales se cuecen adecuadamente, cuando no, salen crudos. En el segundo caso se encuentra la anécdota a través de la cual Semmelweis, médico húngaro, descubrió en el siglo diecinueve que la mortalidad producida por la fiebre puerperal podía reducirse preservando las condiciones de asepsia.

A partir de  la experiencia se configura un rito, una práctica o protocolo que permite (o al menos pretende) garantizar las condiciones necesarias para la producción del resultado esperado. Cuando el resultado esperado no se cumple a pesar de haberse observado el rito, se interrumpe el flujo operacional de la experiencia y entonces, resulta necesario buscar nuevos ritos. Podría afirmarse con veracidad que el caso del cocinero de tamales y el del médico húngaro son distintos, porque las observaciones sobre las que se construyen sus ritos responden a métodos y características diversas, sin embargo, lo que se quiere subrayar ahora es al mecanismo a través del cual el ser humano construye su pensamiento y su actuar a partir de la aceptación de prácticas determinantes de la conducta, prácticas que son expresadas en términos de un lenguaje específico, asumidas como explicación de la realidad y orientadoras de la acción: siempre rezar, siempre lavarse las manos, etc.  Cabría preguntar: ¿El conocimiento tanto como la acción cotidiana es producto de la conjetura y el condicionamiento lingüístico-cognitivo? ¿Cuánto podemos conocer de la realidad y cuánto se cifra en el campo de la percepción-especulación?. En la física, en la química o en la biología (y quizá con mayor claridad en la matemática) podría cuestionarse de dónde y cómo surgen los conceptos, los nombres, las voces a través de las cuales se dota de significado al conocimiento que sobre esos saberes (aparentemente exactos) se construye. Pero ¿cómo se establecen los conceptos a través de los cuales se argumenta y sostiene el aparato teórico en tales ciencias?.    A manera de ejemplo valdría mencionar que la palabra “átomo”, por su origen etimológico, significa “lo indivisible”, este concepto se acuñó pensando en que todo en la materia, a pesar de estar compuesto por elementos diverso, en algún punto sustancial, estaría conformado por partículas esenciales indivisibles. De esta manera era concebida la realidad en el mundo antiguo griego hasta que, siglos más tarde, la ciencia descubrió que los átomos, de los cuales estaban compuestos los cuerpos, podían dividirse en partículas más pequeñas a las que se denominó “quarks”.       La palabra “quark” fue ideada por Murray Gell-Mann, a quien la historia reconoce como descubridor de estas partículas elementales. La palabra “quark” no hace referencia a ninguna característica del objeto al que se refiere, es una denominación arbitraria que permite a los astrofísicos contemporáneos realizar estudios que pretenden revelar y explicar el origen de la materia en el universo. ¿Paradoja borgiana?, la explicación objetiva de todo el universo se funda en la ocurrente creación de la subjetividad. Podría decirse que la imaginación humana es el Aleph, fuente de toda realidad posible.

Ante esta anécdota, quizá valdría preguntar, junto con Paz, cuánto conocemos realmente del mundo,  si éste es sólo representable a través de un lenguaje construido aleatoriamente y sin referencia directa a la materia que describe.

*Lic, en derecho y filosofia

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