Nacional

García Márquez Cien Años, Beatles y gramática

Por domingo 27 de abril de 2014 Sin Comentarios

Por Carlos F. Lavín Figueroa*

pag 6 Carlos Lavin1Gabo llamaba a la Ciudad de México, “ciudad luciferina” y con toda razón, por eso tenía casa aquí en Cuernavaca en el Condominio Las Quintas en el Barrio de Acapantzingo.

Viajando de la Ciudad de México a Acapulco, antes de que comprara casa en Cuernavaca, García Márquez tuvo un percance en esta ciudad, una vaca se le atravesó en el camino y por ello retornó a la ciudad capital, él contaba que en ese instante vislumbró la idea para escribir su gran novela, Cien años de soledad, contaría después que “tenía tan madura la idea que hubiera podido dictar ahí mismo en la carretera de Cuernavaca el primer capítulo palabra por palabra a una mecanógrafa”, a partir de ese momento García Márquez se encerró a escribir durante año y medio en su estudio de Ciudad de México, sí; fue en Cuernavaca / cuando en unas vacaciones / se le atravesó una vaca / donde García Márquez / ideó su obra más bacana.

Fue en esta Ciudad de la Eterna Primavera donde García Márquez recibe propuestas desde Hollywood para adaptar su obra cumbre y se niega rotundamente, hasta aquí llegó Antony Quinn y después de unos tequilas le ofrece un millón de dólares por los derechos de su novela, se habló de tres y no lo convenció.

En los años sesenta fue cuando saludé al Gran Gabo en varias ocasiones aquí en el centro de Cuernavaca -como lo comenté en anterior artículo que titulé “Y el tiempo regresó” donde también menciono a los Beatles-, era asiduo del restaurante-terraza “La Universal”, siempre acompañado de su esposa Mercedes, sentado solo para ver pasar a la gente, sin que nadie que lo acosara, era otra Cuernavaca, acostumbrada a ver personajes sin que fueran molestados, lo mismo pasaba con Siqueiros y otros.

Varias veces fuimos vecinos de mesa, intercambiamos comentarios, osaba yo sacarle plática, hablábamos de mesa a mesa de lo que fuera, lo que si recuerdo es que me decía que escribía del mismo modo que le narraba historias su abuela, que de ellas aprendió a expresarse y que con el mismo estilo escribía, que sólo lo hacía para sus amigos, que al principio no le interesaba publicar, y cuando le pregunte cuanto tiempo se tardaba en escribir un libro se reacomodo en la silla y me dijo que años, que a veces un párrafo lo repasaba semanas hasta que quedaba como él quería de acuerdo al argumento.

Cuando empecé a escribir me tardaba -y todavía- en afinar un párrafo, entonces, me acuerdo de Gabo y me regresan calma y ánimo, de no ser por las pláticas que tuve con él hubiera claudicado desde el principio.

Confieso que después de haberlo conocido, leía yo sólo de sus noticias y declaraciones, no leí nada de su obra hasta cuando se publicó “Crónica de una muerte anunciada”, historia que me sorprendería por empezar con el final y acabar con el principio, desde entonces hasta la fecha busco sus narraciones, y seguí leyendo su obra.

pag 6 Carlos Lavin2Decía que no le gustaba dar conferencias, ni exhibirse en televisión, mucho menos asistía a las presentaciones de sus libros, su primera novela, La hojarasca, la guardó, y tardó años en salir a la luz, y además, sin insistir, tardó en encontrar un editor. Finalmente se publicó y no recibió nada de regalías.

Decía que su vida fue otra a partir de los Beatles contaba que el mundo fue igual desde su nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Sobre los Beatles escribió:

“La única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidare aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Ángel, donde apenas si teníamos donde sentarnos, había solo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles.

Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres; «Help, I need somebody”. Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. En cambio, me empeñe, desde entonces, en incluir a los Beatles. Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un crítico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: “Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida”.

Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a máquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.

Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quien soy, ni que carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inició la liberación del sexo y otras drogas para soñar.

Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres e hijos, el principio de un nuevo dialogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos”. Ese fue el tiempo que marcó a Gabo.

pag 6 Carlos Lavin3Durante el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Zacatecas en 1997, García Márquez sorprendió diciendo: Jubilemos la ortografía, el terror del ser humano desde la cuna. Esta frase aún retumba, porque la lengua española, se adapta, se modifica, crece, vive.

En ese congreso García Márquez: agregó; “Simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos; y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos; enterremos las haches rupestres y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver.

Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos, siempre sobra una”.

En lo personal creo que la idea es razonable, pero la desaparición de la ortografía -de la que somos esclavos y que más bien es una doctrina y para nada una ciencia exacta-  trastocaría las raíces y por tanto el origen de las palabras; aunque en las similares lenguas peninsulares la ortografía es muy diversa al español aun en las mismas palabras.

Y la gramática española se modifica constantemente, el manual más reciente es del 2010.

 Y quién de nosotros, de estos y de aquellos- como Gabo –a quien todos vemos como una persona allegada a nosotros, y hasta como tío, no recordamos, She loves you, Let it be, Yesterday, I want to hold your hand, y hasta los niños de kínder de todo el mundo cantan hoy en coro, We all live in a yellow submarine, yellow submarine, yellow submarine.

*Cronista Cuernavaca

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