Por Andrés Garrido del Toral*
Al occidente de la ciudad de Querétaro se eleva un cerrillo que originalmente tenía sólo 25 metros sobre el nivel del mar, donde se entretejen fantasías, realidad, certeza, ficción, leyenda e historia. Aunque es una minúscula mole, en pocos sitios del país la presencia espiritual de la patria llega a tanta elevación, por eso, proyecta su sombra sobre las luces de la aurora del México moderno surgido en 1867, que eleva a la patria toda. Este lugar es el Cerro de la Campanas “mínimo de materia que contiene el máximo de espíritu”, donde se “afirmó nuestra misión democrática”, como dijeron J. Guadalupe Ramírez Álvarez y Adolfo López Mateos, respectivamente.
Una vez consumada la Conquista de Querétaro en el primer tercio del siglo XVI, don Marcos García fue uno de esos españoles a quienes se les entregó la mayor parte de nuestra riqueza territorial. En el año de 1584, por Cédula Real, le fue otorgado el privilegio a Marcos García para establecer una heredad, que con el nombre de San José, se formó de la mayor parte del inmenso territorio aledaño al cerillo de referencia en el poniente del pueblo.
Tan pronto estuvo fincado el derecho de esta heredad, su propietario inició la construcción de una capilla dedicada a San José, se puso en servicio el mes de octubre de 1587. En el fondo de la noria vieja de la que fuera Hacienda de la Capilla se encuentra el testimonio de esta fundación, en una piedra de cantera grabada en el siglo XVI.
Es de hacer notar que la Capilla de San José, de este lejano paraje para el Querétaro de aquel entonces, fue una de las más viejas construcciones queretanas. Siendo esto así, se congregaban los habitantes de las goteras del pueblo en esta capilla, y el ejercicio religioso continuo en ese lugar, hizo que se le quedara el nombre desnudo de la Capilla, cuando realmente lo era de San José.
Para convocar a los actos religiosos se empleó una pequeña campana, esto hizo que a la hacienda y a los terrenos aledaños se les nombrara “de la campana”, incluyendo al cerrillo.
La imaginación popular hizo que se creyera en unas hipotéticas piedras que sonaban como campana al golpearse unas con otras y que su sonoridad se regaba por el valle que circunda al cerro. Cuando el Ayuntamiento de Querétaro presidido por el Lic. Braulio Guerra Malo construyó un parque en ese sitio en los años de 1989-1991, los trabajadores del Departamento de Parques y Jardines removieron las grandes piedras hacia lugares estratégicos dentro del mismo parque, donde no estorbaran, y dichos servidores públicos afirman haber escuchado el sonido de las campanas.
Lo cierto es que fruto de esta conseja popular, el nombre del “Cerro de la Campana” se pluralizó en “Cerro de las Campanas”, y todavía más, algunos creen que se nombró así porque en su falda se fundieron algunas de las campanas que alegraban con sus voces de bronce a la ciudad.
*Cronista del Estado de Querétaro