Por Faustino López Osuna*
Desde 1956-1957, Ramón Flores “El Pichuca” nos llevaba un año de ventaja en la Escuela de Enseñanzas Especiales No. 23 (internado de la Prevocacional del Instituto Politécnico Nacional) en Culiacán. Cuando cursábamos el segundo año en 1958, él estaba en tercero.
Originario de El Dorado, acostumbraba, como todos los internos que provenían de poblados cercanos a la capital del Estado (Costa Rica, Quilá, Navolato, Elota), a ir a pasar el fin de semana con su familia.
De lunes a viernes, como todos los que permanecíamos ahí becados (casa, comida y educación gratuitos), “El Pichuca” se aplicaba en el estudio, muy exigente, por cierto, para no perder el internado, manteniendo un promedio mínimo general de 8, dando la clase diariamente en todas las materias y sometiéndose a rigurosos exámenes mensuales que se promediaban con los semestrales y los anuales.
Como se daba a los maestros la lista de los alumnos internos, llevaban un control sobre nuestro desempeño escolar casi personalizado.
La necesidad de no rezagarnos, nos hizo aprender y aplicar un sistema de monitoreo: procurábamos al mejor de cada materia que llevaba promedio de 10, para que por las noches o fines de semana, nos nivelara repasando clases que se nos dificultaban (Física, Química, Matemáticas e Inglés, principalmente). A veces uno era el monitor.
Cuando alguno bajaba de 8 se le sacaba de su lugar en el pelotón para tomar los alimentos y se lo mandaba al último o a la “bacha”, como se le llamaba, con la advertencia de que si no se nivelaba, sería dado de baja como interno, pudiendo continuar como alumno externo, si bien le iba, porque al venir de familias de campesinos, obreros o clase media, casi ninguno teníamos para pagarnos casa y comida lejos de nuestros pueblos.
Como premio a nuestra dedicación, oficialmente nos daban 20 pesos mensuales de “Pre”, que nos servían para ir a la peluquería, al cine y para refrescos o golosinas.
Como actividad cocurricular, se nos alentaba al deporte. Ramón Flores era muy buen estudiante y nunca cayó en irregularidades académicas. También era un deportista destacado en boxeo.
El permanecer alejados de nuestras familias hasta por un año en plena adolescencia, de algún modo nos templaba el carácter y reforzaba en nosotros el compañerismo.
Una semana antes de finalizar su último año escolar en 1958, Ramón, con una complexión física como la mía, me pidió el favor de que le prestara una camisa beige marca Zaga que me había visto, porque quería ir a una fiesta con unas amigas.
Quedó que al día siguiente de la fiesta la mandaría a lavar y planchar para entregármela.
Se vino el fin de semana y Flores decidió ir a visitar a la familia a El Dorado.
Compró el boleto del camión de la ruta Culiacán-El Dorado y estando a la espera de que saliera la “corrida”, pasó por la calle de la terminal un amigo suyo de allá, que iba en una camioneta y lo invitó a que se fuera con él.
Sin importarle tener en la bolsa boleto para la “troca”, subió atrás y partieron volados.
Cosas del destino, para unos, o de contingencias, para otros, a los pocos kilómetros sobre la carretera, volcó la camioneta, falleciendo Ramón en el percance.
A los pocos que todavía quedábamos por regresar de vacaciones a nuestros pueblos, nos devastó la noticia.
Como el accidente ocurrió en los límites del municipio de Culiacán, se trasladó su cuerpo al Forense local y lo velamos en el corredor más amplio del internado, que da a la calle Rafael Buelna, frente a los salones de clases.
Como no estábamos integrados a la sociedad culiacanense, el velorio estuvo muy solo. Tampoco hubo coronas como se acostumbra en las funerarias.
Todos pasamos la noche más negra de nuestras vidas de estudiantes de secundaria, lejos de nuestros seres queridos, quienes se conmocionaron al conocer lo ocurrido.
Y sucedió que Ramón no tenía ropa limpia para vestirlo para ser velado.
Y la señora que le lavaba y planchaba arregló la camisa beige que me había pedido prestada y con la misma se le veló y lo sepultaron.
La semana pasada, invitado por estimados amigos ex prevorianos, muchos de ellos de mi generación, en un viaje de solidario compañerismo, visité Tamazula, Durango, cuna del primer presidente de la República, don Guadalupe Victoria, conviviendo nuevamente con quienes la vida y el internado de la Prevocacional nos brindaron la oportunidad única de crecer como hermanos hace 57 años.
De regreso a Culiacán, platicando con mi compañero de grupo Juan Sáinz Castillo, recordé a Ramón Flores, el querido “Pichuca” de El Dorado, quien, en la plenitud de su vida, no se merecía la muerte que tuvo.
Descanse en paz.
*Economista y compositor