Por Iván Escoto Mora*
En 1983 la Organización de Naciones Unidas estableció la Comisión Mundial sobre el medio Ambiente y el Desarrollo. De los trabajos encabezados por la Primer Ministra sueca Gro Harlem Brundtland, surgió el informe que reconoce en un documento oficial (1987) que: “la pobreza es la mayor causa y efecto de los problemas ambientales” y; “el desarrollo sustentable es el desarrollo que satisface las necesidades del presente, sin comprometer la capacidad para que las futuras generaciones puedan satisfacer sus necesidades propias”.
De las anteriores consideraciones se advierte una particularidad que en cierto grado podría advertirse irreconciliable. Si los mayores impactos en el medio ambiente se producen a causa de la pobreza, es en buena medida porque los países altamente tecnificados explotan o sobre-explotan los recursos naturales de las regiones periféricas. El informe Brundtland parece pasar por alto que dadas tales circunstancias, no es la pobreza sino la acumulación de riqueza concentrada en pocos polos de la tierra, la que produce la devastación de los recursos naturales.
En Ensayo sobre el principio de la población, Roberto Malthus señala que, mientras los hombres se reproducen de manera geométrica, los alimentos se generan aritméticamente. Los recursos naturales son indispensables para satisfacer las necesidades del hombre pero son insuficientes, en tal estado de cosas, los países que tienen mayor capacidad económica, es decir, de explotación, de control y dominación sobre el resto, lucharán por satisfacer sus demandas antes que las de los otros. No es extraño que en muchos países con holgadas riquezas naturales coexistan profundas condiciones de miseria. Eduardo Galeano en su libro Las venas abiertas de América Latina refiere que los nativos esclavizados al trabajo colonial en las minas de plata, jamás conocieron el esplendor de las ciudades barrocas. Bajo metros de ignominia, señala el autor uruguayo, los mineros explotados morían jóvenes, envenenados a los pies de grandes señores que aliviaban su tedio en el fasto de las cortes novohispanas.
Las concepciones de desarrollo sustentable establecidas en los instrumentos internacionales han fracasado porque se reducen al terreno del discurso político. Si bien el tema de la sustentabilidad constituye una noción en la que muchos ramos del desarrollo humano intervienen, entre otros los jurídicos, económicos y sociales, lo cierto es que ésta no puede abordarse fuera de la estructura ética del compromiso global.
El pasado 28 de marzo de 2014, durante la inauguración del Ciclo Oaxaca Anfitrión de las Ciencias, cuyo eje temático fue la ecología y contó con la asistencia del Dr. José Sarukhán, la Mtra. María del Rocío Ocádiz Luna, Rectora de la Universidad La Salle Oaxaca pronunció las palabras que a continuación se trascriben:
Hablar de ecología es, en esencia, hablar de ética, posicionar al hombre frente al mundo, y frente a sí mismo, para definirse en un juicio fundamental: ¿razón o deseo?, ¿impulso o contención?, ¿supervivencia o extinción?
Jorge Reichmann en su libro La habitación de Pascal invita a reflexionar sobre la acción humana que es incapaz de contener sus deseos, sus pasiones, eso que en el mundo griego se denominó Hybris y nosotros, en la actualidad, llamamos desmesura, condición de irrefrenable vacío en el que nada es suficiente.
¿Cuánto es lo necesario para colmar la necesidad del hombre? La respuesta a esta pregunta parece no tener fin. Cada día se requiere más energía, más consumo, más gasto, más desperdicio. En Japón, por señalar un ejemplo, ha sido construido medio centenar de reactores nucleares para satisfacer las exigencias de ciudades devoradoras, perpetuamente alumbradas, infinitamente hambrientas. ¿Cuál es el precio de esta fulgurante civilización? En marzo de 2011 un terremoto, seguido de un tsunami, produjo una falla en el funcionamiento de un reactor nuclear de Fukushima y con ello, llegó la catástrofe.
Probablemente nadie podría estar en contra del desarrollo de la civilización, sería difícil negar la importancia de la ciencia y la tecnología a la vida del hombre pero, también sería necesario decir que ningún desarrollo es posible si se construye sobre los hombros de la indiferencia, la voracidad y el egoísmo.
La explotación irracional de los recursos de todos, para colmar el placer instantáneo de algunos, es una conducta calificable, cuando menos, de ingenua. El afamado economista Nicholas Georgescu afirma: “Quien predica que la tecnología llegará justo en el momento adecuado para salir del agujero ambiental, es un entusiasta de la Primera Ley de Walt Disney que reza: El deseo lo hará realidad”. Sin embargo, el deseo desvanece ante la catástrofe.
Como entidad inmersa en el mundo, la humanidad tiene el deber inexcusable de realizar una reflexión profunda sobre su actuar cotidiano, debe replantear sus prácticas y asumir un compromiso decisivo con el ambiente.
*Abogado y filosofo / UNAM