Por Salvador Enrique González*
Un día estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas. En ese momento llegó Aristipo, otra persona que vivía con lujo adulando Alejandro Magno y le dijo: “Mira, si fueras sumiso al emperador, no tendrías que comer esa basura de lentejas”. El pensador le contesto: “Si tú aprendieras a comer lentejas, no tendrías que degradarte adulando al emperador”. Diógenes de Sinope fue un filósofo griego que formo parte de la escuela cínica, nació en Sinope en los años 412 a. C. y murió en Corinto en el 323 a. C. No legó a la posteridad ningún escrito; la fuente más completa de la que se dispone acerca de su vida es la extensa sección que escribió Diógenes Laercio le dedicó en su Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres.
Durante su vida el sujeto virtuoso fue exiliado de la ciudad en la que nació y se trasladó a Atenas, donde se volvió alumno de Antístenes, pupilo de Sócrates. vivía como un vagabundo en las calles de la ciudad, se dedicó a convertir la pobreza extrema en una virtud, se cuenta que utilizaba una tinaja como hogar, solía caminar por las calles repitiendo “busco hombres” (Honestos). Lo único que poseía era una lámpara, una sábana, un bastón y un recipiente para beber agua, del cual se desprendió después de ver a un niño tomar agua con sus propias manos. En algunos momentos de su vida estuvo en Corintio donde continuó con la idea de la autosuficiencia como una vida independiente y natural con respecto a los lujos de la sociedad. Según él, la virtud es el soberano bien, La ciencia, los honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar. El principio de su filosofía consiste en denunciar por todas partes lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al mínimo sus necesidades.
El pensador profesaba una filosofía ascética, acostumbraba dar sus discursos en una de las plazas de Atenas, donde la gente pudiera escuchar con claridad lo que él manifestaba. Era considerado como un perverso para algunos, pero como un estudioso para otros. En la historia de la filosofía no se escribe mucho acerca de este personaje, pero se pueden rescatar algunas cosas importantes: Se cuenta que una mañana, cuando el sabio apenas despertaba, pasó por ese lugar un reconocido terrateniente. El hombre se le acerca diciéndole que ha tenido una buena semana, y que está dispuesto a compartir algunas monedas con él, para comer o beber algo, las rechaza diciendo que él tiene una moneda y ya no necesita, puesto que le es suficiente para comprar un plato de trigo y algunas naranjas, el hombre sorprendido por lo que el filósofo decía, insiste ofreciéndole las monedas reforzando su idea al mencionar que el docto necesitaría las monedas para comer el próximo día. A lo que el filósofo responde por última vez: -Si tú me aseguras, sin temor a equivocarte, que yo viviré hasta mañana, entonces, quizá tome tus monedas…
El caviloso hombre no ambicionaba mucho, era feliz con el sólo hecho de poder satisfacer las necesidades esenciales que tiene un hombre, comía solo cuando tenía hambre y además se alimentaba sólo con la cantidad necesaria o quizá con lo que era capaz de conseguir.
En otra ocasión se cuenta que el filósofo descansaba en su tinaja tranquilamente sin preocupación alguna, pero en esta ocasión lo va a buscar una persona que no es nada más y nada menos que Alejandro Magno, emperador de Grecia o de la mayor parte de su terreno.
El macedonio se acerca al estudioso diciendo que ha escuchado mucho acerca de él, mencionando algunos puntos de la filosofía que predica, según el emperador le estaba demostrando su admiración y ofreciéndole al filósofo cualquier cosa que este quisiera incluso las cosas que ni los hombres con máximas riquezas de Atenas se han atrevido a soñar, pues no había nada en el mundo que el gran imperial Magno no pudiese conseguir; el sereno hombre sin mucho interés por escuchar lo que la persona que tenía parada frente a él le decía se queda en silencio como si pensara en algo que pudiera complacerlo, después de unos pocos segundos el asceta le responde al emperador diciéndole:
“No seré yo quien te impida demostrar tu afecto hacia mí. Querría pedirte que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi más grande deseo. No tengo ninguna otra necesidad y también es cierto que sólo tú puedes darme esa satisfacción”. Con eso el sabio demostraba su sencillez para enfrentar la vida, rechazando cualquier tipo de riqueza, por unos cuantos rayos de sol.
Pero la historia no termina ahí, hay una segunda ocasión en la que se cuenta que el macedonio volvió a encontrarse con el pensardor, esta vez estaba parado observando atentamente una pila de huesos humanos; el emperador pregunta que si cuál era motivo de que estuviera mirando tan atentamente la pila, y el intelectual le responde:
“Busco los huesos de tu padre pero no logro distinguirlos de los de un esclavo”.
Los guardias, o súbditos del rey le llaman la atención al filósofo, diciéndole que es Alejandro Magno a quien se dirige, intentan atacarlo pero Magno los detiene y el pensador se retira con poco interés por lo sucedido, se cuenta que después de esto también se retira el soberano agregando:
“De no ser Alejandro, hubiese deseado ser Diógenes”.
* Estudiante de psicología y Derecho por la UAS