En la edición anterior del periódico cultural que tiene en sus manos, se publicó la primera parte de un relato que escribí con el tema “Los Arrieros del Piaxtla”, que tiene que ver con el traslado que se hacía utilizando las famosas “recuas” a cargo de esforzados jinetes – “arrieros” – a través de la “Ruta del Piaxtla” en el Municipio de San Ignacio, de artículos de comercio y metales preciosos además de mercurio, azogue y plomo, entre las costa del pacífico sinaloense y los fundos en explotación minera enclavados en las cumbres de la sierra madre occidental, que dibuja la línea divisoria que limita los estados de Sinaloa y Durango, en aquella etapa en la que se registró histórica bonanza minera en los “altos” de Sinaloa, a finales del siglo XVIII y principios del XIX. (El Autor)
Por Salvador Antonio Echeagaray Picos*
En esa parte de la narración, recordemos que don Genaro, el líder de los arrieros nos “adoptó” como sus “sobrinos”, en aquella reunión de la noche previa a su partida rumbo a los minerales de “Tayoltita”, “Contraestaca” y el “Tambor”, acción de limpia y solidaria amistad la cuál acompañó esa noche con el consejo que dio al grupo de escolapios, referente a la necesidad que teníamos de aplicarnos a lo máximo en la escuela para que termináramos con buenos promedios y saliéramos del pueblo, becados, a estudiar alguna carrera universitaria. – “La minería en los altos está por agotarse” – nos dijo don Genaro. – “Por eso les pido que busquen otros horizontes para ustedes y sus familias”, concluyó.
Lo anterior generó para algunos de los que revivimos, en tiempos posteriores, aquellos años de juveniles recuerdos, la búsqueda de los conocimientos que nos prepararan para enfrentar el futuro ya con estudios tecnológicos o de carácter profesional en los centros urbanos sinaloenses, de frente a las imprevisibles consecuencias que se derivarían para la economía estatal, el anunciado colapso de la actividad minera en la zona de los “altos” del Estado.
Los hechos le dieron la razón a Don Genaro. Esa fue la última ocasión que acamparon los “Arrieros con sus recuas, en el “Paraje” del pueblo.
Sólo quedó en el memorial de la comunidad, por años y años, el eco del lento transitar de los animales que con sus cargas al lomo, conducidos por los arrieros, al arribar al Pueblo descansarían durante dos días en el “Paraje” que esperaba a hombres y bestias en un ambiente de calor humano que significaba la simpatía que su presencia despertaba entre los habitantes del pueblo.
Siguiendo el hilo de esta narración, les cuento que con la manifiesta intención de despedir al ídolo de nuestra niñez al abandonar el pueblo, le preguntamos la hora en que saldrían, contestando _”salimos todavía a obscuras, mucho antes de que ustedes despierten”. _ pronunció estas breves palabras frente al pequeño auditorio integrado por nosotros sus “sobrinos” con voz apenas perceptible con un cierto dejo, que cuando menos yo, sentí expresaba cierto pesar de parte de aquél personaje de recio carácter que de esa manera se despedía de la “familia ampliada” que dejaba en aquella “ribera del Piaxtla” San Javiereño.
En la placidez de aquella noche invernal, escuchando la voz del tío Genaro, con el entorno “musical” de los grillos cantores, de las ranas que se protegían bajo las piedras, el vuelo rasante de lechuzas y la voz gutural de los búhos en las ramas de los árboles cercanos, pregunté –“De donde vienen Don Genaro y por donde llegaron hasta aquí”, — con el interés de saber sobre la ruta seguida por los arrieros hasta llegar a San Javier.
De entre las volutas del espeso humo que rodeaba su rostro moreno requemado por los soles costeños, la voz pausada del “tío colectivo” nos dijo, — “salimos del Puerto (así se le conocía en toda la parte sur del Estado a Mazatlán) en la madrugada, para hacer la jornada hasta aquí y llegar pardeando la tarde buscando llegar con tiempo para preparar el campamento con la luz del atardecer”.–.
Y ahí mismo, sobre el pedazo de la tierra que alcanzaba a iluminar la fogata donde se calentaban los tacos de frijoles y los tamales sobre el improvisado sartén hecho de hojalata, que luego repartiría entre sus “sobrinos”, nuestro “tío”, pacientemente, nos dibujó los puntos que representaban los pueblos por los que habían pasado durante el trayecto hasta nuestro pueblo. –“de Mazatlán, señaló, jalamos siguiendo la orilla de los rieles del tren hasta la estación de San Dimas. De aquí torcimos a la derecha para conectar con el “Camino Real”, el que recorrimos para llegar al pueblo de Ixpalino, y ya en la orilla del rio Piaxtla, lo cruzamos por el “vado” que está frente al poblado de la “quebrada” de Los Sandoval, luego pasamos por “Camacho de arriba” y “Camacho de abajo” hasta llegar a este bonito pueblo de ustedes”–.
Durante su estancia en el pueblo, los arrieros instalaban el campamento para el descanso de hombres y animales, en un amplio espacio de aproximadamente dos hectáreas ubicado a la salida norte del pueblo, por el camino a San Ignacio, donde actualmente se encuentran las instalaciones de la nueva Escuela, un Kínder, la cancha de usos múltiples y un conjunto de casas habitación, por lo que ese inolvidable lugar, llamado muy apropiadamente “El Paraje”, es ya tan sólo un recuerdo para los sobrevivientes de esos lejanos tiempos.
Los “arrieros” como antes lo dijimos, partirían del pueblo en la madrugada del día siguiente.
Después de bajar al rio para darles de beber a las bestias y asegurar bien la carga sobre los aparejos, harían la jornada de aproximadamente ocho kilómetros hasta “El Cantón” en la margen derecha del Piaxtla, frente al pueblo de San Ignacio, donde almorzarían para recuperar fuerzas y enfrentar con éxito la parte difícil de la jornada que se iniciaría más adelante, pasando el pueblo de San Juán, asentamiento que se encuentra frente a las impresionantes estribaciones de la Sierra Madre Occidental.
Ocurre que la casa paterna en San Javier, se encontraba a la orilla del camino que llevaba en ese entonces, al “vado” del rio por el que forzosamente tenían que pasar los arrieros encargados de llevar a los animales a beber, por lo que, previo permiso familiar, fueron mis abuelos “anfitriones” a querer o no, de todos los “plebes” amigos de Don Genaro que se quedaron a dormir esa noche en casa, ya que a la hora que fuera, el ruido de las bestias al pasar nos despertarían y ello nos daría la oportunidad de acompañar a nuestro “Tío” en la despedida sorpresa que le daríamos como “representantes” del dormido pueblo.
Las recuas conducidas por los arrieros, transitaban por el camino que todavía a principios de los años cuarenta, tenía la categoría de “Camino Real” y conectaba a San Javier, con San Ignacio y a la vez, comunicaba a la cabecera Municipal con la red Nacional (Caminos Reales o Rutas de la Plata)
En el tiempo en el que este relato se sitúa, este camino entre San Javier y San Ignacio, comunicaba a la cabecera Municipal con el “Camino Real” que conectaba a su vez hacia el sur, con el Puerto de Mazatlán-Guadalajara-México, que llevaba al “Camino Real” de tierra adentro (Zacatecas-Guanajuato) o bien, rumbo al norte, con Culiacán-“Álamos- Paso del Norte y Santa Fe, pasando por Durango- Parral y Chihuahua, que comprendía el norte “Novohispano”.
( CONTINUARÁ )
*Notario Público.