Por Alberto Ángel “El Cuervo”*
Llegó, con su mochila clonada al barrio de los que poseen los originales… Traía el pelo a la moda, los zapatos cansados y la juventud repleta de sueños ajenos… Asombrado, recorrió una y otra vez las mil y una esperanzas que al levantarse había alimentado para dirigirse a su cita en Il Giornale… La jornada había comenzado a las cuatro de la mañana… El agua helada erizaba la piel… No había agua caliente, así que no le quedaba de otra, no quería llegar tarde… Sabía que ella le esperaba puntual y muy bien presentado… De cualquier modo, había escuchado en algún lugar y de alguna voz docta que comenzar el día bañándose con agua fría tonificaba los músculos y rejuvenecía la piel… Temblando aún, fue vistiéndose con aquellas prendas compradas ex profeso para la cita. Nuevamente pensó en ella y lo exigente que era… Había que complacerla si quería seguir adelante de manera adecuada… Las ilusiones se tejían más y más a cada segundo…
—Me voy, abuela…
—¿Tan temprano, hijito…?
—¡Cuál temprano, abue… Al contrario, ya se me hizo tarde…! Está lejecitos y a esta hora hay mucha gente yendo de un lado a otro… A ver qué tal… Estoy muy ilusionado, abuelita…
—Te va a ir muy bien, hijo… La muchacha se ve buena gente…
—Sí, lo es… Se ha portado muy linda conmigo… Bueno, dame mi bendición que se me hace tarde…
La cita era muy importante… Desde que la conoció, supo que cambiaría su vida… Por eso acudía con tanta ilusión… Ella le había dado esperanzas de que todo se lograría como lo esperaba… Vivía con su abuela desde que tenía uso de razón… Había sido la única figura femenina presente en su vida… Su madre había muerto casi al nacer… No conocía más familiares que la abuela… Tal vez por eso también tenía fincada su esperanza en esa cita… Después de sortear todo el tránsito de locura infaltable en el despertar de la enorme metrópoli mexicana, llegó por fin… Al mirar el reloj, se dio cuenta que era demasiado temprano… Comenzó a caminar casi automáticamente para desgastar minutos… Después de todo, habría que cuidar que no diera la impresión de estar desesperado. Ella debía verlo tranquilo, muy tranquilo y confiado… Era un barrio elegante, caro… La gente se movía confiada como si viviera en una burbuja de cristal protegida contra todo intento de agresión… Todo estaba limpio y cuidado… Hasta la calle permanecía impecablemente limpia… Una barda de alambre marcaba el límite territorial de los desposeídos que permanecían del otro lado en otro tipo de existencia… Pensaba en ello cuando miró a aquella niña que tal vez había dejado de crecer debido al peso de las cubetas de agua… Enormes cubetas, si es que pudiera llamársele así a esas latas con un palo atravesado en la boca de la lata de donde se ataban unas cuerdas que pendían de la vara gruesa acomodada en la espalda… Una vez levantadas, había que emprender la caminata desde la pipa, el camión cisterna que repartía agua gratuita mediante una cuota de cinco pesos por cabeza… Pero el agua era gratuita, así se anunciaba…
“¡Este no es un anuncio político más, no…! Si capturamos tu atención, no es con afán proselitista sino para que tú, televidente sepas lo que estamos realizando en bien del ciudadano… Nuestra meta era que se cubriera toda la red acuífera hasta sus casas y donde la estrategia fallara, llevar agua de manera totalmente gratuita hasta el último rincón… Que no quede ningún ciudadano sin agua completamente gratis…”
La niña caminaba con gran esfuerzo pero mostrando una gran condición física… Aunque tal vez no era niña, sólo lo parecía… Había quedado muy corta de estatura debido al peso de las cubetas que había que cargar diariamente para proveer a la familia de agua… El contraste era brutal en un lado y otro de la barda de alambre… Nuevamente miró el reloj y emprendió la marcha de regreso a Il Giornale… Se acomodó la camisa nueva con la que buscaba impresionarla agradablemente… Después de carraspear un par de veces, entró con paso decidido al restaurante modernamente elegante… Llegó hasta una mesa del fondo y ahí tomó asiento para esperarla… Con la emoción mostrándose por todos los poros, recorría una y otra vez el lugar aprovechando cada instante para asegurarse de que el peinado a la moda permanecía en su sitio… Frente a él, una mesa de jóvenes disfrutaba de platillos elegantes con nombres extranjeros elaborados por mexicanos y con productos mexicanos… El acento de los jóvenes en un discurso nimio, banal, como el que todos hemos tenido alguna vez en la adolescencia, era extraño… Era un acento que parecía causado por hablar con la boca llena… O tal vez fueran esos platillos elegantes con nombres extranjeros los que provocaban que hablaran así como si tuvieran la boca llena del bocado en turno… Al lado de ellos había una pareja… Eran tal vez los únicos viejos en el restaurante moderno y elegante… Ella lloraba muy discretamente… Él, intentaba consolarla sin perder la compostura… Eran como dos maniquíes que sufrían sin perder la conciencia de que estaban en un aparador… Él le da su pañuelo, ella lo toma cuidadosamente entre los dedos y en un delicadísimo gesto, apenas toca el lagrimal para que la prenda absorbiera las lágrimas que no alcanzan a derramarse… Una mesa más allá, otra pareja con edades más jóvenes, hablaban interminablemente y entre frase y frase se abrazaban como si fuera a ser el último abrazo… Se apretaban casi hasta impedirse mutuamente la respiración y al separarse venía el beso, el beso que fluctuaba entre la ternura más suave y una desesperación manifiesta… De inmediato una sonrisa compartida y la plática otra vez… No pudo evitar poner atención cuando escuchó de ella un nombre que le resultaba extremadamente familiar…
—¡En Zacatlán, amor… Cuándo me iba a imaginar que te iba a ver en Zacatlán…!
—No te hubiera dejado ir… Definitivamente no te hubiera dejado…
—No sé… Eran otras circunstancias…
—Te hubiera reconocido de igual manera…
—Yo estaba aburridísima… Iba de chaperona de mi hermana…
—Le hubiera dicho a tu hermana que ya no se preocupara, que yo me encargaría de su chaperona jajajajaja
—Pero es que además yo estaba en otro canal jajajaja… Ellos emocionadísimos por todo y yo con mi walkman y mis audífonos oyendo las canciones en francés del cassette que había comprado en París… No sé, no sé…
Y el beso nuevamente… El beso y el abrazo desesperados como si fuera a ser el último… Como si fuera una promesa de encontrarse siempre incluso más allá de la vida… Reían a carcajadas… Sonoras carcajadas que brotaban más de ella que de él… Y de pronto asumían una mirada melancólica y con caricias enjugaban un llanto incipiente motivado tal vez por el amor… Y vuelta a la plática mencionando varias veces más a Zacatlán… No lo conocía, pero sabía por boca de la abuela que ahí había nacido… Y ahora esta pareja amorosísima a tres mesas de distancia, lo mencionaba con una cotidianeidad a la par de París, como si fueran de igual facilidad para viajar a ambas… Volvió la vista hacia otra mesa… Un par de amigos bromeaban acerca de la edad uno al otro… En la mesa de al lado otros dos, de apariencia no tan amistosa entre ellos, hablaban intentando parecer por demás serios y conocedores de economía y política… La empresa donde seguramente laboraban ambos se mencionaba a cada instante como si fuera lo único que existiera sobre la tierra… Las corbatas finas o aparente finas, habían sido colocadas dentro de la camisa entre el segundo y tercer botón para no mancharlas con los platillos caros de nombres extranjeros elaborados por mexicanos con productos mexicanos y que no obstante los nombres en otros idiomas se veían muy parecidos a unos chilaquiles en salsa verde o a una torta de jamón y queso en un pan raro parecido a una dona grande…
El restaurante continuaba con su actividad cotidiana… “Joven, le pedí una botella de pellegrino y me trajo esta agua con gas…” “Oye… ¿Nos tomas la orden porfis…? Traemos mucha prisa…” “Con gusto… ¿les traigo antes un croissant y un cafelatte? O nos vamos directo al platillo principal” “Perdón, pero le pedí sin cebolla y me lo trae totalmente cubierto de ella, de qué se trata…” “¿Nos das la cuenta por favor…? “ “…Y qué creen, que cuando nos dimos cuenta ahí estaba la maestra y había oído todo lo que habíamos dicho… ¡No manches… O sea, no manches güey…!” “Mire, Licenciado… La oportunidad que tenemos gracias al señor Gobernador, es única… Tenemos que aprovecharla…” “¡Ya sé, amor… Al morir, nos encontramos en Titán… La luna de Saturno… ¿va…?”
Y al mirar hacia atrás, se encontró con una mujer joven, elegante de manera discreta, con una chamarra de piel y un gesto de tristeza… Miraba el reloj y a cada vuelta del segundero, su gesto mostraba mayor preocupación… Había pedido un café y un jugo mientras esperaba… El jugo lo había dejado a medias… El café permanecía intacto como aguardando igual que ella… ¿A quién estaría esperando…? ¿Sería tal vez una primer cita de amor…? O quizá era una cita a ciegas y su preocupación era que no se reconocieran… Sí, tal vez se trataba de eso porque sobre la bufanda burberry se destacaba un broche muy grande que se empeñaba en acomodar cada vez que miraba el reloj… Ahí estaba la mujer, esperando su cita… Igual que él, ambos esperando… Ella por una cita de amor… Él por una cita con el empleo de lavaplatos…
—¿Juán… Eres Juán…?
—Sí, señorita, a sus órdenes…
—Pásale por acá, vamos a la cocina para mostrarte tu lugar…
En la reflexión acerca de los contrastes y la gente invisible…
*Cantante, compositor y escritor.