Por Faustino López Osuna*
Cuando a finales de 1967 fui a informarle al ingeniero Juan de Dios Bátiz Paredes, creador del IPN y mi tutor en el Instituto, que había obtenido una beca de la Federación Mundial de la Juventud Democrática para realizar un postgrado en Bulgaria, no solamente me felicitó, sino que me pidió que le mandara o de regreso le trajera toda la información que recabara sobre el yogur, pues México, a través de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, le había proporcionado a aquella República balcánica la tecnología para su industrialización. Me despidió afectuosamente y me deseó suerte.
Así llegué a la nación más oriental de Europa, puerta de entrada de Asia Menor al continente, cuyo territorio está formado mayormente por dos regiones montañosas, siendo la más importante la de los Balcanes, y las planicies del Danubio, Maritza y Romelia Oriental, en las que se concentra la población del país: Sofía, norponiente, la capital; Plovdiv, centro-sur, rumbo a Turquía; Varna, puerto en el Mar Negro; Burgas, igualmente al oriente, frente al mismo mar, y Ruse, al norte, limitando con Rumania, cuya frontera la determina el río Danubio. En aquellos años, Bulgaria contaba con cerca de 8 millones de habitantes y, Sofía, con menos de un millón.
Históricamente, los búlgaros, de origen turco, se establecieron en el siglo VI junto al Danubio; en el siglo VIII adoptaron la lengua y las costumbres de los eslavos, y en el IX, se convirtieron al cristianismo. El zar Samuel (977-1014) constituyó un poderoso Estado. Bizancio lo anexó en 1018, y a fines del silgo XIV, casi a cien años del descubrimiento de América por los españoles, el país sucumbió ante la invasión turca, permaneciendo sometido más de 400 años, hasta 1908, en que el príncipe Fernando proclamó la independencia y tomó el título de zar.
Pero si bien el pueblo búlgaro se convirtió en un heroico muro de contención salvaguardando por casi 5 siglos los valores judeocristianos de Occidente, le fue muy mal en las dos guerras mundiales. Aliada de Austria-Hungría en la Primera, Bulgaria hubo de ceder parte de su territorio a Grecia y Yugoslavia (Macedonia). Aliada de Alemania en la Segunda, fue ocupada por las tropas soviéticas en 1944 y se constituyó en república popular en 1946. El secretario general del partido comunista, Teodor Yivkov, en el poder desde 1954, fue destituido en noviembre de 1989, alcanzado por la avalancha de la caída del Muro de Berlín. En 1990 gana las elecciones el partido socialista búlgaro, a pesar de la fuerte oposición, constituyéndose un gobierno de unión nacional.
Así, pues, las condiciones del mundo eran totalmente distintas a las actuales, durante los dos años (1967-1969) que permanecí en la tierra del yogur, que en búlgaro se dice kíselo mliaco, o leche ácida, en español. (El de cabra es más exquisito que el de vaca). Todavía se vivía la era de Yivkov, que se mantuvo en el poder el mismo tiempo que don Porfirio Díaz aquí, en otro continente, con medio siglo de diferencia y ya no en el capitalismo salvaje como se le llama al sistema cuyo único fin es el lucro. Supe cómo era una dictadura, aunque la mexicana haya sido de una persona y la balcánica se hubiera constituido a nombre del proletariado pues, como toda dictadura, hacía nula igualmente la libertad de pensamiento y de expresión: aquella, por estar alineada a la Unión Soviética, acosaba y reprimía a quienes visitaban aún la Embajada de la República Popular China en Sofía, confiscándoles incluso la literatura de Pekín (un país socialista reprimiendo la propaganda de otro país socialista). En la propia Universidad y el Centro de Idiomas para estudiantes extranjeros, no se podía imprimir ningún volante; los mimeógrafos eran absolutamente controlados por las autoridades.
En esos años, igual como ha sido siempre a lo largo de la historia de la humanidad, las luces resplandecientes de algunos utópicos e idealistas que soñaban con un mundo más justo, fueron abatidas por las lúgubres sombras de las bestias: el Tribunal Bertrand Russell para condenar los crímenes de guerra de EUA en Vietnam, documentó, en París, el estremecedor sufrimiento provocado día y noche durante años por los bombardeos y el uso indiscriminado del napalm norteamericanos contra el heroico pueblo vietnamita; el abominable asesinato en 1968 del Premio Nóbel de la Paz 1964, Martín Luther King; el sangriento golpe de Estado fascista en Grecia, negación infame de La República, de Platón, en su propia tierra; la anti proletaria invasión de Checoslovaquia por los soviéticos; el pavoroso 2 de octubre de 1968, en México. Eventos y circunstancias de espanto que cambiaron en algo el curso de la historia del planeta, con los acordes de la música de Los Beatles, despidiendo al siglo XX.
Sobre varios de estos y de otros tantos temas más, intercambiábamos correspondencia mi hermano Florencio y yo, desde 1967 y, sobre todo, en 1968, mucho antes de la represión, cuando él cursaba el quinto grado de Economía. Recuerdo que después del 2 de octubre, preso con los demás compañeros del CNH en Lecumberri, le escribí y le envié desde Sofía versos de aliento, que después publicó en La Jornada doña Elena Poniatowska: Si has de sobrevivir/ haz el bien en la tierra;/ si te dan a elegir/ haz la paz, no la guerra./ /Vive para el amor/ y que el amor te colme/ y que nunca el rencor/ quede unido a tu nombre.
*Economista y compositor.