Por Verónica Hernández Jacobo*
El relato paso a paso de las conflictividades por la que atraviesa Temple Grandin es el que Margaret M. Sacariano tuvo a bien resumir en un libro: habla de la experiencia del autismo de la lucha sostenida por una autista, donde según la autora sortea el autismo que no se cura, apoyada por el amor de su familia y sus amigos. En el libro observamos esa gran capacidad de Temple Grandin por explicar su existencia, sus procesos mentales, y como esta experiencia se fue comunicando de manera pausada, paso a paso su devenir, en ese modo de ser en que se instala lo autista. La vivencia que nos transfiere Temple es aterradora, ya que expresa esos sentimientos de aislamiento, de soledad absoluta en la que se encuentra atrapado el autista, sin ningún recurso auxiliar, sólo el sostenimiento del deseo de la madre que intenta salvarla de lo real que la consume.
Desamparo y ansiedad como condición reactiva a ese modo de ser llamado autismo, lo importante de este texto es su clara discursividad con un lenguaje sencillo, donde se da testimonio de los avatares, conflictividades y formas muy particulares en las que Temple sortea la invasión autística mediante la invención, y no la medicación. Ella tuvo que inventarse un síntoma para sortear el autismo, no se le lleno el cuerpo de medicamentos, o más bien, su autismo no estaba esperanzado al medicamento de última generación, sino que tuvo que usar una máquina inventada por ella, con el fin de amortiguar la ansiedad autística, el desamparo, las voces que la perseguían y todo ese marasmo invasivo que tramitaba mediante su invención.
Es lo que siempre ha dicho el psicoanálisis, frente a un conflicto una invención, sin embargo, las personas huyen al médico, otros al discurso positivista para reasegurarse, y desde ahí encarcelar su angustia intercambiándola por certezas científicas irrebatibles. Esta angustia coloca tanto al niño como al adulto en una infancia generalizada de la cual nadie escapa. Con Grandin, observamos cómo no cede frente a su invasión, pero existe algo que sorprende a los neurocientíficos, es aquello que sostiene la invención de esta autista, a decir, el deseo materno. Ningún psicólogo, ni psiquiatra suple el deseo materno que se niega a aceptar la condición de inservible de Temple, es el deseo de la madre quien se pone en tensión para salvarla de ese lugar clasificatorio que le gusta a la ciencia, poner a los sujetos para reasegurarlos.
El discurso positivista se niega a aceptar el deseo materno, es decir la dimensión del afecto, intentando introducir conceptos muy vagos o light como empatía, la cual no es nada frente a un afecto tan complejo como es el de la angustia. Lacan decía que el único afecto que no engaña es la angustia, este afecto se superpone a otros tantos que instalan en el sujeto la dimensión de la ignorancia junto con el odio y el amor.
Estas modalidades de afecto poco se reflexionan, por ello es mejor castrar los conceptos haciéndolos soportables, como es el caso de la empatía.
El deseo de la madre se opone a lo real sin desaparecerlo, pero es el instrumento que permite llevar a su hija hacia el nombre del padre haciendo a lo real menos intrusivo, sólo desde ahí Temple puede confrontar el goce avasallante que le genera no estar provista simbólicamente del logos llamado castración, porque de hecho no hay logos sin castración es el gran invento freudiano, sin castración no hay función simbólica.
*Psicologa, invstigadota, maestra.