Dicen que existe una ley que protege al comensal en contra del restaurantero o del taquero, supuestamente ésta inmuniza de cualesquier penalidad por comer y al final no cubrir la cuenta por falta de recursos.
A principios de los años setentas muchos nos fuimos a la gran ciudad de México, D.F. En busca de un sueño, formarnos como profesionales. Éramos muchos sinaloenses los que pernoctábamos en la colonia Santa María la Rivera dado la cercanía con las escuelas y facultades del Instituto Politécnico Nacional o IPN. Predominaban los burros blancos.
Algunos estábamos matriculados en la Universidad Nacional Autónoma de México o UNAM pero también pernoctábamos en esa zona ya que al haber muchos paisanos nos hacía menos hostil la estancia que en otras demarcaciones del Distrito Federal, lo cierto es que nos quedaba lejos la Ciudad Universitaria, sin embargo al haber muchos paisanos nos sentíamos como en casa, como si estuviéramos en Sinaloa.
En este lugar habitaban dos estudiantes que dejaron Costa Rica con el fin de formarse, uno como médico y el otro como economista. En aquellos entonces hacía mucha hambre en la comunidad estudiantil, casi nunca nos abandonaba, los motivos muchos; entre otros la mala administración de la mesada y lo poco que representaban estos dineros frente a los compromisos de vivienda, trasporte, ropa y alimentación.
El Pulgas y el Indio estaban ese día les gruñían más las tripas que de costumbre por lo que decidieron hacer “Pisa y Corre” en una de las muchas taquerías que existen en las calles de la Santa María, para ello escogieron una aledaña a la alameda que al centro tiene un hermoso quisco morisco donde se miraba la carne más suculenta; se sentaron, pidieron la carta, escogieron, enseguida ordenaron tacos de suadero, de longaniza, de buche, tripa y refrescos de cola para bajarlos, cuando estuvieron satisfechos, esperaron con paciencia el mejor momento para correr.
Se descuidaron los taqueros dada la gran afluencia de gente consumiendo, dieron la señal de retirada, pero el Indio que era atrevido disminuyó el paso y tomó del comal un gran trozo de tasajo que ya estaba en punto de comerse, seguramente se lo cenaría en compañía de su compadre esa misma noche.
Se lo dio como cuando los corredores olímpicos de 4 x 100 se pasan la estafeta, aunque el pedazo de carne estaba hirviendo no le importó, enseguida lo colocó bajo la chamarra Levis que traía para protegerse del frío que hacía en esos momentos, apresuró la carrera.
Los comerciantes se percataron del hurto y siguieron al que llevaba el bulto bajo la ropa. Éste acelero tratando de liberarse de la persecución, José María el Indio se fue en sentido contrario, al ver que no lo seguían se detuvo para darse cuenta de lo qué pasaba con su amigo que se miraba lento, cansado por lo copioso de los alimentos que minutos antes había degustado.
En las ciudades, muchas personas hacen un montículo liso con el fin de vencer el desnivel que se da entre la guarnición de la calle y la cochera de la casa, esta elevación les sirve para subir sus vehículos, luego los forran con azulejo lo que las convierte realmente en una pista de patinaje.
En uno de tantos resbaló el Pulgas que dio con su escurrida humanidad en el mosaico cayéndoles casi en los pies a los taqueros que se dieron gusto pateándole, lo dejaron hasta que vomitó lo que recién se había comido y de paso le decomisaron el tasajo. Momentos después que se retiraron los ofendidos, enseguida regresó el Indio para evaluar los daños que sufrió su compadre, maltrecho se lo llevó al cuarto que compartían con el “Loretòn” Favela.
Ignoro si en ese tiempo existía la ley a favor de los clientes, o ya existía desde entonces seguramente los comerciantes de carne estaba la desconocían, pero en lo que respecta al Pulgas no lo protegió; recuerdo que durante una semana no comió ya que no podía abrir la boca y se quejó de intensos dolores que le aguijonaban por todo el cuerpo producto de la golpiza que con saña le propinaron los ofendidos chilangos.
*Docente. Facultad de Medicina / UAS.