Por Faustino López Osuna*
Radicado en Sinaloa, cuando cumplía 21 años de haberse constituido como Estado, el Nigromante desplegó una ardua labor de concientización entre los más destacados políticos del Estado. En 1852 el gobernador, Francisco de la Vega, promovió su candidatura a diputado federal por esta entidad, defendiendo el liberalismo en el Congreso de la Unión. En 1853, criticó fuertemente a Antonio López de Santa Anna, quien en ese año regresaba por séptima ocasión a la presidencia de la República, lo que motivó que fuera encarcelado once meses, la mayor parte de ese tiempo encadenado. Al triunfo de la Revolución de Ayutla, fue liberado y fungió como secretario de Ignacio Comonfort, renunciando al cargo al advertir la falsedad de los principios liberales de éste, afiliándose con Benito Juárez, Melchor Ocampo y Guillermo Prieto al Partido Liberal, para combatir con su pluma, precisamente, a Comonfort.
El Nigromante regresó a Sinaloa como juez civil, pero volvió a la capital del país como diputado por el Estado de México al Congreso Constituyente de 1856-1857, donde fue el más notable orador y una de las más grandes figuras del ala jacobina (partidario ardiente de la democracia). Los diputados propietarios que representaron al estado de Sinaloa, fueron los licenciados Antonio Martínez de Castro y Mariano Yáñez. Don Francisco Zarco, en su Historia del Congreso Constituyente, señala que el Nigromante ocupó un altísimo lugar como líder del radicalismo en el Congreso que aprobó, al fin, la libertad de cultos, contribuyendo de manera decisiva en la elaboración de las Leyes de Reforma.
Manteniendo una permanente relación con Sinaloa, hacia 1859 don Ignacio Ramírez, durante el gobierno del general Plácido Vega, logró la derogación de los impuestos draconianos que había aprobado, tres años atrás, el gobernador Pomposo Verdugo. Igualmente, fue secretario del propio gobernador Plácido Vega, hasta su derrocamiento, acompañándolo, cuando su destierro, a Álamos, Sonora.
Al derrotarse finalmente a los conservadores, de enero a marzo de 1861 el presidente Benito Juárez nombró a Ignacio Ramírez Secretario de Justicia e Instrucción Pública de México, creando la Biblioteca Nacional y unificando la educación primaria en el Distrito Federal y en los territorios federales. El siguiente mes, abril, el Nigromante ocupó la Secretaría de Fomento, desde la que, entre otros importantes objetivos, asumió la responsabilidad de la exclaustración de las monjas; reformó la ley de hipotecas; hizo efectiva la independencia del Estado de la Iglesia; seleccionó un excelente grupo de profesores de la Academia de San Carlos; salvó para la nación infinidad de cuadros de pintura, lo mismo que millares de libros, que existían en las bibliotecas de los conventos; en Puebla trabajó en la desamortización de los bienes del clero y, en septiembre del mismo año, fue electo presidente del Ayuntamiento de la Ciudad de México.
Durante la guerra de intervención, domiciliado nuevamente en Sinaloa, combatió a los franceses en Mazatlán. En noviembre de 1864, en el mismo estado, defendió a presos políticos y escribió en La Opinión local y La Estrella de Occidente, de Sonora, hasta que fue desterrado a los Estados Unidos. Regresó a México antes de la caída de Maximiliano y, por enésima vez, fue encarcelado, primero en San Juan de Ulúa y, posteriormente, en Yucatán. Recobrada su libertad, para desconcierto de dogmáticos y fanáticos de hogaño, en 1867 fundó El Correo de México, financiado por Porfirio Díaz, nueve años antes de llegar a la Presidencia.
Posteriormente, el Congreso de la Unión lo nombró Magistrado de la Suprema Corte de Justicia, cargo que ejerció durante doce años, separándose del mismo al ser llamado por el propio Presidente Díaz, para hacerlo, como antes el Presidente Juárez en 1861, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, esta vez de noviembre de 1876 a mayo de 1877, regresando a ocupar el cargo de Magistrado de la Suprema Corte de Justicia, hasta su muerte, a causa de un infarto, en la ciudad de México, como se ha dicho, el 15 de junio de 1879, tercer año de la primera gubernatura de Sinaloa de Francisco Cañedo.
En el inmenso anecdotario popular de Ignacio Ramírez, figura el escándalo que provocó el pintor Diego Rivera en su controvertido mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda” en el hotel Del Prado de la ciudad de México, en el que aparecía el Nigromante sosteniendo un letrero con la frase “Dios no existe”, encrespando marchas y agresiones de católicos indignados, por lo que se mantuvo el fresco oculto durante 9 años, hasta que el mismo Rivera cambió la leyenda por el de Academia Letrán, donde lo pronunció. En Mazatlán, es de tradición porteña mencionar que la hija de su hermano Miguel, su sobrina Alejandra Ramírez, fue la que inspiró el vals Alejandra, de Enrique Mora.
El nombre inmortal de Ignacio Ramírez, está inscrito en el Muro de Honor del Congreso del Estado de Sinaloa; figura, también, en El Pequeño Larousse Ilustrado, y sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres de México.
*Economista y compositor.