Por Jaime Irizar Lopez*
Cada vez que llego a el mes de mayo cumplo años, pero es en todos los diciembres cuando siento, acorde con mi estado anímico, que cumplo con toda seguridad quinquenios. Déjenme explicarles este figurado que encierra y alude sobre todas las cosas, a una mezcla de sentimientos y emociones que me hacen sentir que tengo más años que Matusalén y me obligan a alternar entre el júbilo, la depresión, el encierro, las trasnochadas, la ironía y la acidez para con los vivos y el cariño desbordado para los ausentes, todo lo cual, en su conjunto, bien puede definir mi personalidad bipolar bien controlada y casi disimulada en los otros meses del año a fuerza de voluntad y fármacos, pero es en el último mes del año cuando esta condición se exacerba notoriamente.
Es diciembre entre otras cosas para mí, el mes de las evocaciones nostálgicas, el obligado recuerdo de las personas, de sus gustos y tradiciones; es el tiempo de traerlos a la memoria respetuosa y cariñosamente; son los días de fiesta para los que tienen; y de despertar el deseo para los que no; son días que se prestan por lo regular para todo tipo de excesos, comidas, bebidas y desvelos.
Son los días del atole de pinole, las torrejas, los pavos y los pollos rellenos y otra serie de confecciones culinarias que cada familia de acuerdo a sus posibilidades económicas realiza por que quieren y desean diferenciar este mes con el resto de los meses del año ya transcurridos. En lo personal, rescato con carácter prioritario a los buñuelos dentro de todas las delicias gastronómicas, y eso aclarando que no estoy peleado con nada de lo que es tradición comer en estas fechas. Mi obesidad mórbida lo prueba fehacientemente.
Pero los buñuelos son para mí un postre simbólico y filosófico. En mi tierra y obviamente también en mi familia, comer buñuelos es tener la fortuna de poder decir que llegamos otra vez a diciembre, fecha en la que es costumbre su elaboración y consumo; no hacerlo es quedarse definitivamente en el camino, esperando tal vez que los suyos se acuerden de él tan siquiera en este nostálgico mes.
Si me lo permiten voy a comerme alegóricamente un buñuelo con cada una de las personas que más me hacen falta. Todas las grandes y dolorosas ausencias se sentarán conmigo una vez más en la mesa de mi casa a disfrutar esas delicias en forma de tortilla o de moños hechos de harina frita y bañados con miel de piloncillo.
En el mundo de la imaginación y la creatividad no hay más límites que los que uno quiera establecer. Por tal virtud haré hoy este romántico intento de relato. Se bien que estará conmigo en esa imaginaria gran mesa, mi pequeño hermano Saúl, aquel que murió de niño por causas atribuibles a la pobreza familiar extrema reinante en la familia Irízar durante los más de siete años que duró entre nosotros, a él le platicaré que los que le sobrevivimos si tuvimos, a diferencia suya, época de vacas gordas y que si llegamos a comer tres veces al día como era en ese entonces el más grande de los deseos y aspiraciones del clan familiar. Triste e irónico resultará platicarle que sus múltiples sobrinos gozaron y gozan de regalos caros que por motivos de celebración navideña sus padres les hacen llegar y que tal vez, con tan sólo lo que representa el costo del más modesto de ellos, hubiera bastado para comprarle toda la medicina prescrita que faltó para su curación. Duele, alecciona y frustra ese recuerdo, pero más el hecho de saber que aún hay familias que pasan por igual trance.
Presidiendo la mesa, estará de nuevo mi padre Francisco, se que a estas alturas ya no le importará tanto cuidarse de la diabetes, no le importaba en realidad cuando vivía mucho menos ahora que en paz descansa, y podrá en virtud de tal circunstancia degustar junto conmigo de manera imaginaria uno, dos, o tres buñuelos rebosando de rica miel y platicar con esa sabrosura que le hizo ganar amigos y amores por igual. Mi padre vivió como quiso y murió también de igual forma. Le recuerdo con frecuencia y cariño cuando llegaba a la casa siempre cargado de víveres y provisión y les decía a mis hermanos mayores en calidad de consejo formador, que un hombre que se precie de serlo, nunca debería de llegar con las manos vacías a su casa, a lo que Jorge, el hermano mayor, un día le contestó con cierta ironía pero de manera respetuosa como él solo lo sabía hacer: “ si apá, pero que madre, usted viene cada 15 o 21 días a la casa y yo voy diario a la mía, no es la mismo”. Mi padre reía y festejaba siempre las ocurrencias de su hijo mayor. Vale decir que “chico” o “el rayito” como solían decirle, fue mujeriego hasta el final, hasta que un día que hormonalmente respondió “le petit mort”, se prolongó y agigantó tanto que acabo con su lastimado corazón. Dejó muchos, pero muchos hijos y miles de anécdotas amorosas y gratos recuerdos.
Invitado estará a mi ficticia mesa otro de mis queridos hermanos. Francisco Luis era su nombre, abogado y notario público su profesión; hombre serio y formal, en su tiempo fue un gran líder familiar, definido por sus rígidos principios y la poca tolerancia de las desviaciones conductuales de los hermanos. Amante nostálgico de su tierra de origen (Guamúchil), de sus costumbres y tradiciones. Apasionado por la pesca, por platicar, contar chistes, comer las sayas panteoneras (especie de tubérculos silvestres que se extraen después de las primeras lluvias), y por los buñuelos que la prima Raquel le mandaba cada año. Seguro es que lo dejaré platicar con amplia libertad para que me siga dando consejos en ese tono doctoral que siempre usaba hasta en los temas más sencillos que trataba. Amiguero, bueno para bailar y noviar, pero que no gustaba de dejar hijos regados como nuestro padre, consciente de la gran responsabilidad que esto implicaba para él.
A Jorge, el mayor de mis hermanos, el que me da las quince y las malas en tratándose de comer, seguro que estará también conmigo en ésta reunión para comerse con devoción varios buñuelos, a la vez que pretenderá dominar la charla con sus comentarios chuscos pero filosóficos sobre la vida, las mujeres, la forma, y las mejores técnicas que hay que conocer para poder enamorarlas. De seguro habrá de lamentarse al saber tras esta visita de ensueño, como sus hijos, después de su partida, se convirtieron en los más “mandilones” del pueblo y se dirá a sí mismo con tono quejumbroso lo inútil de sus enseñanzas y ejemplos; estoy casi seguro que se cacheteará de broma inicialmente, tras lo cual hará una pausa reflexiva y se conformará al saber que todos ellos son hombres y mujeres de bien, cuál fue su propósito y preocupación central durante toda su vida.
Lo reitero, la imaginación no cabe en espacios reducidos, por ello es que en mi mesa habrán de existir los suficientes lugares y buñuelos porque de seguro vendrá a ocupar un lugar de honor en dicha mesa, mi hermano y sobrino Fernando, “El Gran Fer”, quien pese a su corta edad nos dio y regaló a muchos de sus familiares y amigos, ejemplos claros de optimismo y entereza. Con su estilo tan peculiar para vivir, nos enseñó que la consciencia plena sobre la brevedad de la vida es, o debería de ser, el aliciente mayor para imprimirle alegría, intensidad y entusiasmo a todas las cosas que realicemos. Es importante mencionar, que durante la lucha que libró contra su enfermedad terminal, nos dio también ejemplares lecciones de fortaleza y sacrificio estoico, pues nunca hizo un gesto que pudiera denotar la gravedad de su mal, para evitar según él, preocupar en demasía a sus padres, hijos, y esposa. Nos enseño sobre la vida y también sobre la muerte. Espero que el “Fer” no nos baje con todos los buñuelos que pondré en la mesa, porque él, al igual que todo Irízar, era de muy buen diente.
Por último la más grande, dolorosa y más reciente de mis queridas ausencias. Seguro que habrá de venir a mi casa este diciembre Doña Amalia, mi querida madre. Ella no era muy afecta últimamente a ir a las fiestas o reuniones en virtud de su avanzada edad y sus múltiples dolencias, pero se bien que tratándose de estar con la familia habrá de hacer su mayor esfuerzo, porque toda su vida se definió con la obligación de ser el horcón del medio para fomentar y fortalecer la unidad familiar y es por ello que afirmo que no faltará a mi mesa del afecto y se comerá un buñuelo en compañía del hijo que la hacía reír con su humor negro, sus ironías y con su cariño cuando le reclamaba el por qué de niño nunca le regaló un abrazo o un beso, a lo que ella contestaba siempre: como crees Jaime que después de lavarles y plancharles a los 19 hijos, hacer las tareas del hogar, corretear por un puñado de masa y conseguir un poco de sal o asientos de puerco para darles de comer aunque sea “tortillas puras con sal o con asientos”, podría tener tiempo suficiente para darles abrazos a tantos plebes, tras lo cual soltaba la risa con ojos llorosos provocados por mi injusto reclamo. Finalmente, invariablemente agregaba: “aparte, como mujer, siempre andaba pensando en que pasos andaría tu papá”. Ahora lo entiendo, con esa sola razón, siempre estaba más que atareada.
Aprovecharé esta oportunidad decembrina para darle un beso con mi boca enmielada por tanto buñuelo devorado, en esa cara de facciones hermosas, con su cutis siempre terso, como de porcelana fina, que le valió en su juventud el ser electa en mi pueblo como reina del carnaval. Al respecto les comento que yo para hacerla trastabillar le decía siempre que se tocaba el tema, que ella resultó ser reina porque en ese entonces tan sólo dos muchachas había en el pueblo y a la otra no la dejaron participar sus padres. De manera invariable dibujaba una sonrisa en su rostro todo hecho de bondad y cariño y me decía en calidad de respuesta levemente descalificadora de mi comentario, una frase de usanza pueblerina que recuerdo con mucho cariño:” ah que tu”.
El último buñuelo me lo comeré en memoria de todos los pobres del país que son muchos, de los que siempre andan “a la cuarta pregunta”, aquellos para quienes diciembre es un mes igual que todos los demás. También comeré otro más por los que están enfermos o transitan por una etapa difícil en sus vidas, por los que están privados de la libertad, ya que estas condiciones humanas también causan mucho dolor familiar. Mientras mastique los buñuelos dialogaré en silencio con mi Dios y pediré por ellos.
Por último les diré que en este artículo me la llevé sólo comiendo buñuelos, esa es en realidad la influencia literaria de mi alma gorda, pero quiero precisar en mi defensa, que como no se rezar bien, en esta ocasión la acción de comer, quiso hacer las veces de mis mejores plegarias y deseos para que los vivos que quiero y los muertos que extraño, sepan que los recuerdo con mucho respeto en este mes de análisis, balances y sentimientos encontrados. Con tanto exceso de comida y bebida que nos trae diciembre, no me quedará de otra que hacer el último día de este mes, otra larga lista de deseos y promesas, sobre todo para bajar de peso, aunque de paso quiero decirles en apego a la verdad, que mi Dios no me cumplió todos mis deseos solicitados el año anterior, sus razones tendrá y para mi bien ha de ser como decía mi madre. Para ser honestos, en contraparte yo tampoco cumplí con todas las promesas asentadas en dicha lista. Cuánta razón tienen los juristas que señalan que toda obligación que no le corresponde una sanción, propicia su omisión. Por último, dada mi edad y las enfermedades crónicas que padezco, en esa nueva lista de propósitos 2014, incluiré el comer buñuelos cuando menos cada tres meses, ante las posibilidades crecientes de no llegar al otro diciembre. Mejor me aseguro.
FELICES FIESTAS!
*Doctor y escritor.