Por Carlos Lavín F.*
El teatro, el anfiteatro y el circo romano fueron grandes instalaciones para divertir al pueblo. Este último inspirado en los hipódromos y estadios griegos de menor tamaño estaba destinado a espectáculos y competencias. Durante el Imperio, llegó a España donde continúa la tradición con las corridas de toros, aunque en Cataluña ya están prohibidas.
A finales de la Edad Media y siglos posteriores, en la provincia romana de Bretaña, se desarrollaron distintas competencias en equipo; en la segunda mitad del siglo XVII, surgen las primeras asociaciones de fútbol, y se comenzaron a disputar los primeros encuentros con un reglamento. En 1872, Escocia e Inglaterra disputaron el primer partido oficial entre selecciones nacionales, y de ahí llegó al mundo. Así el futbol remplazó al circo romano.
Hoy el tema no es un asunto meramente trivial, baladí o frívolo como puede parecer a algunos que olímpicamente desprecian su importancia “para no caer en desprestigio sociocultural”, hay de todo en esta villa.
El futbol, es una gran industria creadora de cientos de miles de empleos directos e indirectos, es asunto de seguridad nacional, está en la balanza de la economía y la puede afectar, sobre todo cuando su selección no logra asistir a un campeonato del mundo; es también un espectáculo para entretener la jodidez por aquello de que “al pueblo pan y circo”. Es esperanza y satisfacción de muchos que no las tienen en otros rubros y no necesariamente económicas, es asunto prioritario que se vela y encubre en los más altos niveles de política y la economía.
Pero no sólo en México, a nivel mundial los gobiernos presionan para las grandes decisiones en este deporte, hasta el Papa está interesado, recientemente tuvo una entrevista con el presidente de la Federación Internacional de Futbol Asociado, para tratar asuntos futboleros, ahí, Joseph Blatter su presidente confesó que los gobiernos de Francia y Alemania intervinieron para darle a Qatar la sede mundial, donde ambas naciones tienen fuertes intereses. Es una fuerza que nos mueve a diario, dice el humanista presidente del Uruguay.
Es un asunto cultural; un partido clásico o de campeonato mueve a la ciudad y al país, debido a su interés impera la reventa, está en juego el honor, la honra, este año si, este año si, entran las tamboras, cornetas, amuletos que terminan sudados de manos nerviosas, con él se superan adversidades.
Los medios, como los televisivos ven afectadas sus finanzas, si no se califica para un mundial se pierde un negocio extra, afectando también a patrocinadores, restaurantes y bares que a veces son salvados de la quiebra por estos torneos. Es tema analizado seriamente por doctos, pero despreciado por airosos seudointelectualoides, por aquello de que no los vayan a confundir con nacos.
Para un mundial, y antes su eliminatoria, se anuncian los partidos con mucha antelación, a lo ancho y largo de la nación se espera el mes, el día y la hora con sus minutos, la industria gastronómica y otras se preparan con esperanzas para una ciclo de jauja, en las plazas públicas se colocan monitores, hay negocios, derrama, camisetas, cornetas, gorras, se hacen toda clase de promesas a la Virgencita de Guadalupe; no tomar, dejar de fumar, ser mejor persona, pero sólo una a la vez, y por una semana, no más. Si se gana, repican las campanas, aficionados toman calles, se ondean banderas, todos se ponen el saco de la victoria, ¡ganamos!, si, se, pudo, si, se, pudo, la gente se sulfura, gasta, sale, se divierte, festeja, con ella “dejamos de ser tercermundistas” y las promesas se olvidan. Ah, pero si se pierde, el cambio es radical, se quitan la camiseta, se abaten banderas, incluso antes de terminar el partido surgen abucheos y rechiflas a la selección, al parecer esto sólo se da en México, pues pierde ella, no nosotros, en los medios surgen frases consoladoras; “esto es sólo un juego señores, se gana y se pierde, como dice la canción, pero no hay que llorar / hay que saber perder”; hay hasta suicidios, la gente se deprime, no sale de sus casas, es un caos anímico, y, surgen nostálgicas esperanzas…, “para la otra, para la otra; habrá otro entrenador no como este…, porque no lo sacaron antes, estamos en un bache, que no la veían venir, por eso estamos como estamos, ¡los “europeos” ya son vedettes, que llamen al piojo, que la selección sea el América!”, y hasta sus antagonistas lo tienen que aceptar.
Esto es el fútbol, pasión, si no vea; cuando un delantero avanza con la pelota, sólo, y a toda velocidad hacia el portero contrario surge el grito ¡máátalo, mááátalo!; igual, de manera frenética se pide una mano, aunque no quiere decir que sea para que se la corten al integrante del equipo contrario, y, si es un penalti que puede definir el partido, y más un campeonato, entonces la mano es exigida por la multitud de manera furiosa, y de tanto tumultuoso grito al portero contrario, este termina el partido con dudas de su masculinidad…, rescoldos del circo romano.
Es el fútbol, donde los espectadores agotan bajos instintos, olvidan penas, comparten triunfos, derrotas, todo bajo control, y en espera del siguiente evento les va la vida.
Pero se calificó para el mundial de Brasil y la esperanza de millones de compatriotas sigue medio viva.
*Cronista de Cuernavaca.