Hace aproximadamente medio año, mi amigo Joaquín López Hernández, destacado investigador originario de Teacapán, Escuinapa, Sinaloa, me recomendó algunos textos que hablan sobre una de las tantas infamias cometidas hace poco más de 75 años, por las fuerzas de asalto de la Alemania Nazi, en contra de judíos, bautizada como La Noche de los Cristales Rotos, y que tiene que ver con los acontecimientos de la noche del 9 de noviembre de 1938. Los documentos recomendados por mi amigo Joaquín, nos hablan sobre el ataque directo perpetrado contra judíos de origen polaco, residentes en la Alemania nazi, donde de manera violenta cientos de familias fueron sacadas de sus hogares por soldados alemanes. Más tarde, centenares de judíos fueron pasado por las armas; aproximadamente 25 mil corrieron mejor suerte: fueron detenidos y deportados o llevados a campos reservados.
Fue esa noche un infierno para aquellos que tuvieron el infortunio de caer en las garras de la furia alemana. Una de las peores infamias en la historia de la humanidad. Días después de este ataque militar, las propiedades de judíos fueron confiscadas o destruidas; escuelas, hospitales, comercios y más de mil centros de oración (sinagogas). Se desató una feroz cacería política y económica contra judíos radicados en Alemania. Sin duda aquello marcó el principio del holocausto.
El pretexto de aquel ataque, fue que un par de días antes (el 7 de noviembre de 1938), un joven judío de 17 años llamado Herschel Grynszpan había asesinado al secretario de la embajada alemana en París, Francia, Ernst von Rath. Previo al ataque se había dado una gran manifestación violenta en Alemania, que las autoridades pretendieron hacer creer, era un acto espontaneo; en dicha manifestación se cometieron actos vandálicos, hechos donde la autoridad permaneció indiferente. Ni policía ni cuerpos de auxilio se movilizaron para detener las agresiones a comerciantes judíos. Los bomberos también permanecieron indiferentes; con gran calma observaron las columnas de humo y las llamas que consumían los establecimientos de comerciantes judíos; aquella actitud demostró que la turba, había sido previamente preparada para el efecto.
Mucho tuvo que ver Joseph Goebbels, encargado del ministerio de propaganda alemán en la organización de los acontecimientos; de tal suerte que acatando órdenes de Adolf Hitler, canciller del Tercer Reich, dio puntual seguimiento al desarrollo de los saqueos y destrozos, no sólo a comercios, sino también a escuelas, hospitales y hasta de cementerios. Sólo habían bastado un par de días para que los judíos vivieran el principio del fin.
Ser judío era delito. Por ello fueron capturados y llevados a campos de concentración, donde las condiciones insalubres y falta de alimentación causaron cientos de muertes.
Días después del ataque militar, los negocios destruidos fueron habilitados y reabiertos pero atendidos por ciudadanos no judíos. Se impuso el toque de queda para todos ellos y se limitó el tiempo en que podían permanecer en la calle. La vida cambió drásticamente para jóvenes y niños judíos de origen austriaco, polaco o alemán. Se prohibió su ingreso a escuelas, museos, talleres de arte, restaurantes, piscinas de natación, cines y teatros; fueron segregados en Alemania. Ante esa situación todos querían huir de aquella pesadilla; el ambiente se tornó desesperante y se dieron suicidios de familias enteras. Cerca de seis millones fueron asesinados, en la etapa más cruel que se recuerde en la historia de la humanidad.
*La Promesa, Eldorado, Sinaloa, noviembre de 2013.
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