Por Carlos Lavín F.*
Más que el albur prefiero el calambur y el retruécano. Son tres fenómenos lingüísticos de nuestro soberbio idioma, parte innegable de nuestra cultura, no todos entienden el albur, pero más desconocidos les resultan los otros dos que más allá del juego de palabras han sido recursos literarios empleados por poetas y escritores a través de la historia en no pocas ocasiones.
Advertencia: Este artículo puede causar alteraciones permanentes en el sistema neuronal, hormonal, linfático y en la libido de aquellas personas santiguadas que frente a otras ven el albur como depravado, pero que a solas gozan disoluto- agrado.
El albur trato de no tocarlo porque dirán que soy pelado, pero más que pelado, encajoso. Como vemos es un juego de palabras de doble sentido, en él, participan dos o más personas. Este fenómeno de la lengua española se repite en otros idiomas, en el inglés se llama slang. Su nombre viene del juego de baraja española llamado Albur que se juega a las dos primeras cartas. Se puede sacar en cualquier plática, está cargado de sentidos sexuales donde se humilla al contrario, es una competencia oral, bueno, verbal, existen variaciones como el lunfardo propio de la gente porteña de Buenos Aires que aparece mucho en el tango, y que lo llevó por el mundo la obra El Gaucho Martín Fierro, escrita en verso por José Hernández en 1872, obra ejemplar del género gauchesco, y no es lo mismo; el temido aceite caliente, que caliente te mido el aceite.
Versado en albures en el siglo XIX era don Benito Camelo, alardeaba de ser de aquellos del pueblo de San Casteabrondo, ya nonagenario decía que con una mujer provocadora pero sobre todo tentadora sólo le brotaban las lágrimas, pero aclaraba que del Cíclope, aquel ser mitológico de un solo ojo, y maliciaba que a su edad gustaba de gratinar las memelas de su pueblo, antojo que por su edad ya tenía prohibido.
Las reglas son similares pero las palabras y las formas cambian de región a región, por ejemplo en el cantadito caló del Tepito de la capital, y no es albur, lugar donde encontraron una gruesa serpiente con patas, a la que los vivaces tepiteños le pusieron por nombre Víbora Patudona, a propósito el barrio más caliente de la capital es Tepito; o las bombas enfáticas en Yucatán como la muy conocida: Al pasar por un panteón, me gritó una calavera, si no me lo vas a dar, enséñamelo siquiera; o el son jarocho con sus alegres jaranas como en Balajú que narra una aventura amorosa, llamada también albur por aquello de jugársela… Ariles (deseos-ensueños) y más ariles, ariles vengo diciendo, ábreme la puerta negra, ¡quítame de andar sufriendo!… Ariles y más ariles, ariles del carrizal,,. Me picaron las abejas… ¡ajá!… ¡pero me comí el panal!, fue famoso en albures Agapito López Caste alias el chico temido natural de Sumosotlán el Grande.
Y por cariño y respeto
a Culiacán no lo meto
y tampoco a Mocorito
la Atenas de Sinaloa merito.
El calambur por su parte, es una agrupación de las sílabas de una o más palabras de tal manera que se altera totalmente su sentido, consiste en modificarsu significado juntándolas de distinta forma, contrario al albur, es un recurso literario decente -la mayoría de las veces-. Como ejemplos están los divertidos “retos cantados” entre el buen Pedro Infante del mero Guamuchil y el altivo Jorge Negrete de Guanajuato. Y no es lo mismo; a misa van puras viejas devotas, que de puras botas van las viejas a misa.
El calambur más famoso en la historia de la lengua española es de Francisco de Quevedo escritor español del Siglo de Oro quien le dijo “coja” en su cara a la reina Isabel de Borbón, fue primera esposa de Felipe IV de España, en una tertulia de escritores y poetas que se daba en una tasca del viejo Madrid de los Austrias -monarcas anteriores a los actuales Borbones-, donde corría el vino, Quevedo apostó el pago de una cena con sus colegas a que él tenía el valor de decirle a la reina que era coja, como era realmente. Al otro día, compró Quevedo dos flores: y se presentó ante la reina en la plaza pública en la que ésta se encontraba. Con una cortés reverencia, Quevedo ofreció a la reina Isabel las dos flores, una sujeta en cada mano y con los brazos extendidos con la reina en medio, recitó los dos versos, dijo: Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja – es coja-, la reina adulada escogió la rosa y Quevedo vanidoso ganó la cena y vino en abundancia de aquella apuesta
El calambur no se hizo con intención, sino que nace del cruce de coincidencias algunos conocidos son: Si yo, loco, loco, ella loquita. / Si yo lo coloco, ella lo quita, disimula y di sí, mula, este último es mío, y les cuento que andando de fiesta un amigo que estaba intranquilo por el supuesto disgusto de su mujer repetía una y otra vez ¡Elsita se va a enojar!, más preocúpate, le dije, por el el cita-torio que te va a llegar.
El retruécano se puede confundir con el calambur, en este juego de palabras se invierten los términos de una frase en la siguiente, para darle un sentido diferente como: “En este país no se lee porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee”; “Siempre se ha de sentir lo que se dice, Nunca se ha de decir lo que se siente”, ¡Porque puede gustarle a la gente!, también son de Francisco de Quevedo menos la última que es la mía, y no es lo mismo; muchas vueltas da la vida, a, las vueltas dan mucha vida.
Y también está el quiasmo que consiste en presentar en órdenes inversos las partes de dos expresiones “Cuando intento odiar no odio, y a veces odio sin intentar”, o, “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”.
Si sólo a vuelo de pájaro vemos estos fenómenos lingüísticos, los podemos confundir unos con otros; nuestro idioma y la chispa del mexicano se conjugan en estos prodigios de la lengua hispana que creció con múltiples influencias y herencias, lengua que sigue viva, modificándose y enriqueciéndose continuamente y que ha aportado vocablos y locuciones a otros idiomas alrededor del orbe.
D. R. © 2012 C. L. F.
*Cronista de Cuernavaca.