Por Víctor Roura*
En su Historia general de las cosas de la Nueva España, fray Bernardino de Sahagún escribió que “el juego de pelota se llamaba tlaxtli o tlachtli que eran dos paredes, que había entre la una y la otra veinte o treinta pies, y serían de largo hasta cuarenta o cincuenta pies; estaban muy encaladas las paredes y el suelo, y tendrían de alto como estado y medio, y en medio del juego estaba una raya que hacía al propósito del juego; y en el medio de las paredes, en la mitad del trecho del juego, estaban dos piedras como muelas de molino agujeradas por medio, frontera la una de la otra y tenían sendos agujeros tan anchos que podía caber la pelota por cada uno de ellos. Y el que metía la pelota por allí ganaba el juego; no jugaban con las manos sino con las nalgas herían a la pelota; traían para jugar unos guantes en las manos, y una cincha de cuero en las nalgas, para herir a la pelota”.
Con el descubrimiento, en 1995, de una cancha de juego en el Paso de la Amada, Chiapas, que data entre 1400 y 1250 antes de Cristo, “se puede entonces considerar –dice Eric Taladoire en su ensayo publicado en la revista Arqueología Mexicana, número 44, correspondiente a julio y agosto de 2000– que el ulama, el juego de pelota más representativo de Mesoamérica, es producto de una tradición cultural de más de tres milenios, tomando en cuenta su pervivencia actual”. Dicho hallazgo modificó de tajo la historia deportiva, pues la cancha (o “taste”, derivación de tachtli, que significa “cancha”) fue construida “casi cinco siglos antes que las canchas que ya se conocían en El Ujuxté y Abaj Takalik, Guatemala”. Con ello, asimismo, Mesoamérica se convierte en el origen de este tipo de juegos, incluyendo a los mismísimos futbol y beisbol (en una pintura en Tepantitla, Teotihuacan, se ha encontrado el dibujo de un hombre dominando la pelota con los pies y en Las Higueras, Veracruz, fueron hallados fragmentos de un mural “con representaciones de personajes –nos dice María Teresa Uriarte en el ejemplar citado– que llevan unos objetos semejantes a bates de béisbol”), de manera que los antecedentes tienen que ser reelaborados para evitar confusiones e ignorancias tales como las registradas en los diccionarios deportivos, que otorgan los méritos a ciudades no americanas: “Antes de su nacimiento oficial en 1863, el futbol conoció un largo periodo de gestación –leemos, por ejemplo, en la Enciclopedia Mundial del Deporte de la Editorial Uteha–. Ya, hacia el 2500 aC, en China, los soldados se entretenían en empujar con el pie o el puño una bola de cuero llena de cabellos o de crin. Existen, también, trazas de un juego análogo entre los indígenas del alto Atlas, los asirios, los egipcios y los japoneses. Más tarde los griegos jugaron al ‘episkyros’; los romanos en el primer siglo aC introdujeron en la Galia y las Islas Británicas el ‘harpastum’, que se practicaba con una vejiga de buey sobre un terreno rectangular”.
Ni se diga de las ofuscaciones de literatos consagrados que, por acabar con premura sus historias, dejan en el olvido las investigaciones serias con tal de proseguir su “éxito” escritural. Ahí está, digamos, Joanne K. Rowling, la autora británica de las aventuras de Harry Potter que causara un revuelo inusitado en el mundo editorial. En su primer tomo: Harry Potter y la piedra filosofal (Emecé, 2000), con la misma ligereza con que es tratado el orbe de la brujería, del mismo modo la escritora asevera, en la página 142, que el “quidditch” es un juego de magos muy fácil de entender. “Hay siete jugadores en cada equipo –dijo Wood, mientras le mostraba a Harry una pelota rojo brillante–. Tres se llaman cazadores”. La pelota se llama “waffle”. “Los cazadores se tiran la quaffle y tratan de pasarla por uno de los aros de gol –explicó Wood- -. Obtienen diez puntos cada vez que la quaffle pasa por un aro”. Harry comprendió: “Entonces es una especie de baloncesto, pero con escobas y seis canastas”.
Quizás Rowling aún no está enterada, pero el origen de su “quidditch” no es el basquetbol sino el ulama mesoamericano, jugado entre uno y siete jugadores por equipo, tal como el “quidditch”, que trataban de pasar el balón precisamente por un aro, como le explica Wood al ingenuo Harry, que lo confunde, el aro, con la canasta. Y vaya que el juego de pelota era practicado. “Las más de las mil 500 canchas identificadas a la fecha –señala Taladoire– están muy por arriba de las 691 registradas en 1981; éstas se encontraban en 568 sitios, mientras que los mil 500 juegos de pelota registrados actualmente sereparten en más de mil 250, desde los más famosos, como Cantona, Puebla; Xochicalco, Morelos; o Chichén Itzá, Yucatán; hasta sitios menores como Petulton, Chiapas; Ixtapaluca Vieja, Estado de México; o Gualterio Abajo, Durango. En comparación, las instalaciones deportivas griegas o romanas del Viejo Mundo tienen un número mucho menor, a pesar de la importancia que se les concede en numerosos estudios”. Pero no sólo como juego tuvo (o tiene, ya que igual hoy es practicado por diversas asociaciones estatales que agrupa a cerca de medio centenar de disciplinas, divididas en “juegos”, “deportes” y “juegos de destreza mental”, según nos informaba Marta Turok en la revista Arqueología Mexicana y nos señalaba Miguel Alberto Ruiz en el reportaje incluido en las dos páginas anteriores) su importancia el ulama (de hule, que era el material de sus pelotas), sino que incluso rebasaba “su papel de rito o de deporte. El juego y su simbolismo no siempre necesitaban el marco arquitectónico de la cancha para existir”. Pueden consignarse múltiples hipótesis con relación al simbolismo del juego, indica Taladoire: “Rito de fertilidad, ceremonial guerrero, significado astral o papel económico sonsólo algunas interpretaciones documentadas”.
Una de sus variadísimas formas consistía en el sacrificio humano: los perdedores eran asesinados, en medio de la cancha, para la supervivencia de sus dioses. Eran tan imprescindibles sus juegos que en lugares como Monte Albán, por ejemplo (tercer volumen de Pasajes de la Historia, Conaculta / México Desconocido, 2000), “hacia el lado oriente, se encontrabaun campo (gueya) del juego lachi (tlachtli), donde los guerreros recreaban el rito del movimiento (ollin) con una pelota, para preservar la vida y ganar las guerras. Era tan importante este rito que en el plano de la ciudad se había señalado la construcción de cinco edificios para el mismo fin”. Hasta en eso, el rito permanece con sus variantes: hoy, el sacrificado es el árbitro (a veces, ciertamente, también los entrenadores), si bien nunca, aunque las ganas no faltan, es descuartizado o degollado en el centro de la cancha… sino un poco más tarde o al otro día en los medios especializados deportivos.
*Periodista y editor cultural.