Por Iván Escoto Mora*
La cultura popular abre la puerta para desacralizar los contenidos herméticos que, bajo las neblinas de la intelectualidad, en ocasiones, pretenden ser secuestrados por los gurús de las academias.
Una de las más extraordinarias características de la estética es la posibilidad de transmitir sentimientos sin importar, al menos no en primera instancia, las razones. De este modo es posible disfrutar, por ejemplo, la Suite No 1 para violonchelo de Bach, sin ser concertistas; o la siniestra intensidad de Francis Bacon, sin ser pintores.
La experiencia artística se transmite, se produce y reproduce sin más intermediación que la de la sensibilidad connatural al hombre. La naturaleza, la vida misma, las grandes obras de la humanidad, son fuente de sensibilidad y emoción.
¿Qué pasará por la mente del artista cuando crea? Quizá sería imposible descifrar con exactitud esta interrogante, sin embargo, podríamos imaginar algo de lo que ocurrió a Andrew Lloyd Webber cuando se atravesó en su mirada Old Possum´s book of practical cats (Eliot, 1939) del cual tomó sus versos para construir el célebre musical Cats (1981). Sin duda ese “algo” fue un sentimiento estético irresistible y por ende, generador.
En el musical, Lloyd Webber retoma a T.S. Eliot para describir la personalidad felina y en concreto, la de un clan conocido como Jellicles, entes noctámbulos que gustan de reunirse para mostrar sus atributos en la secreta sociedad que conforman.
La anécdota, como la mayoría en el teatro musical, es bastante simple y no obstante ello, lleva implícita una profunda reflexión sobre la psicología social que fácilmente puede traspalarse a cualquier comunidad humana.
El libreto está dividido en dos secciones a lo largo de las cuales los miembros de la comunidad Jellicle van presentando una pintoresca gama de personalidades y rasgos conductuales que recuerdan sin duda la diversidad en todo lo existente.
Mientras los felinos hacen gala de sus dones en un basurero que de súbito se vuelve la sede de una extraordinaria reunión gremial, de pronto un zapato surca el escenario y se posa frente a los nocturnos ojos del clan. Los gatos saben que un hombre los observa y entonces, como si fueran destinatarios de una consigna histórica, se revelan ante su invisible espectador para responder a una pregunta que en su mudez, guía con gravedad toda la obra: ¿Qué es un Jellicle? La respuesta que se ofrece es sintética: un habitante de la noche; un ser que, por lógica, lleva un nombre Jellicle.
A partir de esa afirmación, que con lógica contundencia no deja cabida a refutaciones, es posible desprender una interesante reflexión sobre la psique del hombre como ser social, lo cual no resulta extraño si se piensa que Eliot, además de poeta, era Doctor en Filosofía por la Universidad de Harvard.
Cuando el misterioso clan felino explica de dónde surge el nombre Jellicle cada integrante del grupo adquiere una voz casi fantasmal. Como oráculos de respuestas parabólicas, los personajes de Lloyd Webber afirman que todos los gatos tienen tres nombres, uno que les es dado, otro con el que ellos se identifican y, un tercero, que nadie conoce pero que revela la esencia de su naturaleza.
Visto de este modo cada felino es muchos felinos a la vez aunque en el fondo siempre es el mismo, todos terminan siendo una sola expresión de lo múltiple existente. Esta tesis se refuerza dentro de la narrativa teatral con la historia de Grizabella, gata protagonista de la pieza.
Grizabella, glamurosa y atractiva en su juventud, es despreciada en su adultez por la tribu. Su gran pecado fue abandonar a los suyos para tratar de encontrarse con el mundo y al no lograr descubrir nada más que una inmensa soledad, regresa para toparse con la crudeza de un rechazo que sólo le resulta soportable por la fuerza de los recuerdos de un pasado mejor.
Tendría que decirse que, de un modo o de otro, en el clan Jellicle todos buscan, algunos en el exterior, otros en su interior. De esta manera se evidencia un deseo común: descubrir el significado de su existencia y con ello, encontrar el camino para la trascendencia. Los felinos quieren encontrar al gato que será elegido por Old Deuteronomy, viejo jefe de la tribu, para ascender al espacio celestial.
La gran sorpresa se da al final de la obra cuando el mesiánico líder elige a Grizabella para ascender al cielo Jellicle. Ella, una marginada, es la más digna, tal vez porque ha vivido en la experiencia de lo real y gracias a esto, ha logrado entender la relevancia de la identidad del ser-individual con el ser-colectivo.
A partir de este momento los gatos logran comprender que no existen diferencias entre los Jellicles, todos tienen algo en común y ese algo es la existencia en su integralidad. Los Jellicles deben aceptarse y aceptar, porque al final, ser miembro del clan es ser uno con todos.
Es mucho lo que se podría decir de esta pieza teatral que logra retomar la profundidad poética de Eliot y crear en su simpleza una reflexión que no pasa inadvertida. Quizá éste es uno de los rasgos característicos de la genialidad en Andrew Lloyd Webber, la habilidad de transitar de las honduras a las superficies con la agilidad de un felino y en tal sortilegio, darnos la oportunidad de sumergirnos en la inmensidad de nuestro ser.
*Abogado y filósofo/UNAM.