Por Juan Carlos González Gastélum*
Imágenes: Ramón Lozoya
Así como en todas las latitudes del planeta sus habitantes rinden culto a la vida y a la muerte de una u otra forma, en Mocorito se le rinde pleitesía a la despedida o desprendimiento de los vivos al umbral en donde moran los que ya nos han abandonado.
La Fundación Grupo ANJOR y en ayuntamiento municipal, publicaron la convocatoria para el quinto episodio del concurso de altares a los difuntos ofreciendo una bolsa de diez mil pesos a quienes resulten ganadores.Por ello el interés ya tan generalizado de la población de la cabecera municipal e incluso de comunidades aledañas, pues en esta ocasión los habitantes de El Pochote y de la Otra Banda de los Ibarra tuvieron su participación.
Las cinco de la tarde, el jurado, la banda de música Sinaloense y la población comenzaron a realizar el recorrido en el que además de los sencillos altares que pudimos apreciar, también se instalaron unos muy vistosos en los que en siete escalones simbolizaron el transcurso del difunto hacia el cielo y poder llegar al descanso eterno.
El primer nivel ponían la imagen del santo de la devoción del finado, en el segundo escalón que corresponde a las ánimas del purgatorio, la sal en el tercer escalón, para purificar el espíritu, en el cuarto nivel, el pan como alimento para quienes están en tránsito al cielo, comidas y frutas de la predilección del difunto en el quinto escalón, la foto del difunto en el sexto escalón y en el último escalón, una cruz de tierra o ceniza con semillas símbolo de la fertilidad.
Además, en casi todos los altares estaban presentes los siguientes elementos como un espejo, calaveras de dulce, comida, pan, un arco, una vara, un perro guía, papel picado, copal o incienso, ente otros elementos que guardan un enorme simbolismo mimetizando las culturas prehispánica, española y el catolicismo o religiosidad.
No bastaría el espacio para ir describiendo en esta entrega cada uno de los altares en los que se hicieron notar diversos aspectos: el amor, el respeto y el buen recuerdo del o los difuntos a quienes se les rinde homenaje, el trabajo notorio de unión familiar y más de un caso del compromiso institucional por rescatar y perseverar en la población esta hermosa tradición mexicana como quizá ninguna otra.
Llegó el momento de la premiación, la cual se llevó a cabo en el centro cultural Dr. José Ley Domínguez, en donde tomaron la palabra la ciudadana presidenta municipal, Lic.Glloria Himelda Félix Niebla, el presidente de Fundación GRUPO ANJOR, Ing. Carlos Antonio Sosa Valencia, así como el Dr. José Eleno Quiñónez López.
Después de revisar casi treinta altares, los tres primeros lugares fueron distribuidos de la siguiente manera: el tercer lugar para el altar dedicado al señor Don Aurelio Sosa, elaborado por el joven, poeta laureado del carnaval Mocorito, por cierto, José Ismael Inzunza Sosa; el segundo lugar, para el altar dedicado a Doña Leonor Arce y elaborado por Alan Bojórquez Mendoza y el primer lugar para COBAES Mocorito, con un altar en honor de don Manuel Rivera Valenzuela.
En los discursos prevalecieron tres aspectos: la presidenta agradeció al Ing. Sosa por el gran impulso a la cultura que desde la asociación Dr. José Ley Domínguez se brindó en estos tres años de su administración municipal, el propio Ing. Sosa, emocionado, expresó que las actividades como la realizada en esta ocasión son basé para la buena y sana convivencia, el rescate del lado humano de la sociedad y la posibilidad de dar más realce a Mocorito, a su vez el Dr. José Eleno Quiñónez, se comprometió a impulsar este tipo de actividades en la cabecera y en todo el territorio municipal.
Así pues, la muerte, se vuelve presencia, una nueva etapa de este paso por el universo, camino que todos hemos de recorrer. En los altares está el sincretismo, la realidad pues ante el altar, el muerto se hace presente. En el altar está mucho de su historia, que nos la cuentan sus familiares, exaltando las virtudes, recordando las vicisitudes del ya ido. Es círculo en el que los que no habían estado, ahora están y los que no estamos hoy, quizá mañana seamos los convidados principales y figuremos en el altar. ¿O no? en este sentido, no se enuncia como una ausencia ni como una falta; por el contrario, es concebida como una nueva etapa: el muerto viene, camina y observa el altar, percibe, huele, prueba, escucha. No es un ser ajeno, sino una presencia viva. La metáfora de la vida misma se cuenta en un altar, y se entiende a la muerte como un renacer constante, como un proceso infinito que nos hace comprender que los que hoy estamos ofreciendo seremos mañana invitados a la fiesta.
*Docente UAS-Mocoritense.