Por Nicolás Avilés González*
En Costa Rica de angostas calles y callejones largos, vivió el “Toño Balas”. Creció en una familia que logró construir “El Restaurant Torres” primera edificación de tres plantas, además un hotel, un billar, el agua electropura y por todo esto el Balas creció en sábanas finas.
Muy al principio me costaba trabajo comprender como se integraba la familia del Balas ya que sus padres eran viejos y él adolescente, fue con el tiempo que me confesó que su mamá vivía en California y que Don José y Doña Gabriela Torres eran sus abuelos.
Sí, el Toño Balas fue hijo abandonado y como bien dicen los dichos:
“Criado de abuela ni pa´cazuela” el Balas no sirvió.
Me consta que Doña Gabriela trató de hacerlo hombre de bien pero él como los chivos tiró siempre pa´l monte. Doña Gaby no escatimó dinero para su formación y para cumplir con el propósito lo envió a un colegio militarizado en la ciudad de Hermosillo, Sonora.
Lo mandaron con el fin de separarlo de malas compañías, pero al poco tiempo desertó de tal disciplina y regresó al pueblo, evento que le cortó las alas a su abuela y con ello la esperanza de que sirviera o como dicen acá pa’que agarrara el surco.
Y Otra vez “la burra al cerco”, el Balas buscó de nuevo las malas compañías, reiniciamos las andanzas. Al poco tiempo noté que del colegio de donde se había fugado traía una arpilla de mañas.
Además de trampas, trajo la afición al tabaco, al alcohol, muchas ganas de gastar dinero y un franco rechazo al estudio y al trabajo. En sus múltiples intentos de regresar del tobogán donde había caído ingresó a la escuela de leyes de las UAS y nada.
Después de este fracaso vino la milonga, el alcohol, pleitos, interminables parrandas, poco a poco fue tejiendo su destino; por todo esto a pulso se ganó su apodo de “El Balas”.
Con el propósito de regresar a la vida ordenada y productiva se casó con una ingenua del pueblo con la cual procreó tres hijos y El Balas continuó en las mismas. Después de pasar infinidad de bochornos, malos tratos, violencia, la joven desistió del intento de cambiarle el estilo de vivir y se fue a Guadalajara, buscando el amparo de sus padres.
Al tiempo él la siguió a la tierra del mariachi. En esa metrópoli se empleó de gendarme, de saca borrachos, taxista, de todo; persistía en el trago, poco a poco fue desintegrando su persona.
Sus abuelos vendieron los inmuebles que en supuesto le correspondían en herencia, se quedó sin ella y se canceló el futuro. Sin bienes, sin orgullo y con mañas, poco a poco se fue hundiendo en el vicio.
Perdió a su hermanastro Rodrigo, murieron sus abuelos y sin su mujer e hijos su existencia fue un cuesta abajo. De manera apresurada fue descendiendo en el infierno de los vicios. Así, la última vez que lo miré en el pueblo me causó pena ajena. Lo ví deambulando sin rumbo, con ropajes sucios y raídos, sucio hasta del alma, fuera de control y ya sin fé por los terribles efectos del alcohol que a raudales corría por sus venas.
Me invadió el recuerdo del Toño Balas de otros tiempos, enfundado en bata de baño confeccionada con seda, pantuflas finas y perfume caro. Así con una botella en su mano derecha, tambaleando por los efectos del tóxico se perdió de mi vista mientras avanzaba rumbo a las vías del tren.
*Docente. Facultad de Medicina / UAS.