Por Carlos Lavín Figueroa*
En Cuernavaca, con sus once pueblos y sus barrios, es una tradición viva, cada año los días primero y dos de noviembre y en lo que resta de la semana, se realiza una exhibición y concurso de catrinas en el histórico Jardín Borda, casa de la época colonial, ordenada su construcción en 1783 por don José de la Borda destacado industrial, dueño del Mineral de Taxco productor de plata, propiedad que heredó su hijo Manuel quien construyó ahí un jardín botánico y de aclimatación para plantas europeas, conserva estanques y fuentes con juegos de agua que en sus inicios se activaban solo con la presión natural del agua traída de los manantiales del Tepeite y después de los Ojos de Agua de Gualupita, dos de los tantos manantiales que tiene Cuernavaca que surgen de las cercanas montañas del Ajusco. Esta casa fue en también posta de diligencias y resguardo de los cargamentos de plata pura en ruta hacia la Ciudad de México por el Camino Real que llegaba a Acapulco donde se desembarcaban las mercancías de la China traídas en el Galeón de Manila, mercancías que llegaban hasta Europa vía Veracruz. Ochenta años después, en 1864 fue Casa de veraneo de los emperadores Maximiliano y Carlota quienes ordenan construir los famosos jardines estilo francés. Este año la exhibición de las catrinas se realiza en la explanada frente al Palacio de Cortés.
Aquí se festeja a La Catrina que fue creada en México para hacer una representación alegórica de la alta clase social que prevalecía antes de la Revolución Mexicana, la Catrina se convirtió en el símbolo de la Muerte que inicialmente se llamó La Calavera Garbancera.
En todos los pueblos del estado de Morelos se festeja a los muertos con ofrendas; a los niños, a los adultos y uno especial que sólo se acostumbra aquí es el día de los “matados”, a los que murieron por arma blanca o de fuego, este festejo es el 28 de octubre.
El día 31 es la vigilia de Todos los Santos, y se celebra a los muertos chicos donde se organizan corridas de gallos y la gente sale por la noche a cantar con guitarras en esquinas y plazas, se visitan las ofrendas de los vecinos.
El 1º de noviembre se celebra el “Día de Todos los Santos” dedicado a los muertos grandes, las ofrendas son variadas y espectaculares de grandes proporciones, sobre todo las dedicadas a los muertos del año, son las ofrendas nuevas, las de los muertos nuevos, donde se recrea el cuerpo del difunto con ropa nueva, estas se reconocen por un camino de flores desde la calle hasta la ofrenda dentro de la casa, a las de los niños se le ponen juguetes nuevos y golosinas, esto, en el cercano pueblo de Ocotepec municipio de Cuernavaca hoy conurbado a la ciudad. En lo general aquí la fiesta es en grande, es el reencuentro de los vivos con sus muertos, días de felicidad, el pueblo es famoso por esta celebración, llegan visitantes de toda la región y familiares desde el extranjero llevando velas y flores en señal de respeto al difunto, a todos, sin distinción, se les ofrece comida en la mayoría de las casas; grandes cazuelas de mole de pipián, mole rojo, tamales de masa y ceniza llamados nejos, de frijol, calabaza en tacha, el platillo favorito del difunto, sus cigarros, sus bebidas favoritas. La celebración es excepcional, es toda una verbena, el pueblo huele a incienso, por la tarde se reciben familiares y amistades y por la noche se espera la llegada de los “santos difuntos”, se cena con ellos, se les sirve la comida como a todos.
El día dos de noviembre a temprana hora los familiares de los muertos van al camposanto a limpiar las tumbas que son pintadas y adornadas con flores y velas, al mediodía regresan a comer a casa y en la tarde se retorna al panteón para estar con sus muertos hasta las 8 de la noche. En los tecorrales, que son bardas colindantes de piedras sueltas y encimadas y afuera de las casas se acostumbra poner una veladora dedicada al “ánima sola”, a la que no tiene familia.
El día nueve, a las siete de la tarde, en tanto se escucha el repicar de las campanas, se despide a los “difuntitos” chicos y grandes, y se recoge la mesa, así se levanta el “altar”, en “la levantada” todo se regala a los asistentes. En ese momento, los espíritus cruzan el arco de entrada al panteón de Ocotepec, en el cual se lee el texto: “Aquí terminan las penas y comienzan los recuerdos”, y ellos entran en sus fosas para salir el siguiente día de muertos.
En Cuernavaca el panteón tradicional es el llamado de “La Leona”, data de 1883, tiene este nombre porque se construyó en los terrenos ya conocidos como loma de la Leona por ser dueña de ellos una viuda de apellido León, en el están sepultados personajes destacados en la historia de Cuernavaca y del estado de Morelos, no hay familia tradicional cuernavacense que no tenga aquí a sus difuntos familiares. En su fachada se lee la ya famosa sentencia “Postraos, aquí la eternidad empieza y es polvo la mundanal grandeza”.
Referente a la Catrina, por sus caricaturas que incluyen personajes esqueléticos, Manuel Manilla es considerado su precursor, antes que José Guadalupe Posada.
Diego Rivera pinto el mural “Una tarde dominical en la Alameda Central” con una Catrina y la pintora Bertha Sandoval Romero se inspira en ese mural y usa el atuendo con remembranzas a la moda de la época y con estampas de la cultura prehispánica.
En México nos burlamos de la muerte y se juega con ella con cierta picardía pero con respeto. De acuerdo con el folclor mexicano, “La Catrina,” hoy conocida también como la Muerte, la Calaca, la Huesuda y otros nombres más, puede mostrarse de muchas formas, algunas veces se representa alegre, vestida de manera elaborada, con ganas de divertirse e incluso coqueta y seductora con los mortales. Otras, la encontramos en puros huesos, o sonámbula, lista para llevarnos cuando menos lo esperamos. “La Catrina” se define por una serie de circunstancias íntimamente vinculadas con la historia y cultura mexicanas, sus tradiciones y costumbres de cada región; es considerada huésped imprescindible en el Día de Todos Santos y en el Día de los Fieles Difuntos. De acuerdo a esta tradición, la muerte y la memoria de nuestros fieles fallecidos, nos da un sentido de identidad que arraiga nuestra cultura.
“La Muerte” y “El Catrín”, aparecen en el juego de mexicanísima lotería aquella que se acostumbra en las populares ferias de los pueblos, así están asociamos paradójicamente con el placer de vivir ante la inminencia de la muerte.
La Catrina, con su naturaleza traviesa, ocurrente, simpática y coqueta nos invita a vivir con plenitud cada momento, y a través de las artes mayores y menores encontrar el sentido de la vida.
La doble identidad de La Catrina nos recuerda que la vida es aquí, ahora y en otra dimensión es eterna.
*Cronista de Cuernavaca.