Por Sofia Mireles Gavito*
A medida que la sociedad colonial se consolidaba también se definieron varios brotes de lucha social entre los indígenas y los españoles que ejercían el dominio. Se sabe que fueron constantes las rebeliones y que en el siglo XVII los conflictos se agudizaron.
Junto a las formas de lucha que habían predominado en el siglo XVI, aparecieron otras nuevas; los trabajadores indios y negros no sólo se alejaban a zonas más inaccesibles, sino que además se dedicaban al bandidaje, la revuelta, el tumulto y a la rebelión masiva y prolongada. Se puede decir sin exagerar, que no transcurrían cinco años, sin que se produjeran importantes luchas en una u otra región.
La mayoría de los movimientos eran espontáneos, no estaban organizados ni hicieron peligrar al poder virreinal; más que nada eran brotes de descontento ante la injusticia racial y la explotación.
Hacia fines del siglo XVII, el 16 de mayo de 1693 hubo un motín de indígenas zoques en el pueblo de Tuxtla, por los malos tratos que recibían de parte de su gobernador. Motín en que perdió la vida el Alcalde Mayor Capitán Manuel Maisterra y Antocha, así como el Gobernador indio Pablo Hernández y el alguacil Nicolás Trejo. Días después, llegaron las fuerzas reales para restablecer el orden en el poblado, capturando a 400 zoques, mismos que fueron llevados a Ciudad Real (San Cristóbal actualmente). Fueron ahorcados alrededor de 30 indios. Los indígenas habían pedido la destitución de Pablo Hernández, Gobernador del pueblo de Tuxtla, por tratar despóticamente a los habitantes de los barrios de Santo Domingo, San Jacinto, San Miguel y San Andrés. La sublevación estuvo capitaneada por Luis Velázquez, indio principal.
En agosto del año de 1712, los indios tzeltales y grupos vecinos como los tzotziles y choles se rebelaron a raíz de la codicia y malos manejos de los gobernantes eclesiásticos, puesto que bajo la ley de repartimientos fue uno de los medios más efectivos de opresión para explotar al indígena, puesto que se lucró con ellos vendiéndoles productos malos y caros, y, muchas veces obligándoles a comprar cosas inútiles. Esta rebelión de los tzeltales es relevante, porque es la única que alcanzó proporciones que hicieron peligrar la persistencia del régimen colonial en Chiapas.
El centro de la rebelión fue el pueblo de Cancuc, de allí salieron las consignas del alzamiento hacia el sur: Chenalhó, Teultepec, Tenejapa, Oxchuc; hacia el oeste: Chalchihuitán; hacia el noreste: Guaquitepec, Tenango, Ocosingo, Chilón, Bachajón, Yajalón, Petalcingo, Tumbalá. El obispo Álvarez de Toledo aprovechó la hambruna provocada por varias plagas para medrar con la venta de granos, y aumentó los pagos por las visitas a los pueblos y la administración de sacramentos.
El movimiento reivindicó un principio religioso al forjarse en torno a una supuesta aparición de la Virgen a la joven María de la Candelaria, con el mensaje que venía a liberar a los naturales del yugo hispano, lo que dio origen a la famosa proclama del 10 de agosto, donde se asentaba: “ ya no hay Dios, ni Rey”. Si bien se respetaron en lo esencial los símbolos de la religión católica, el nuevo culto adquirió visos de Iglesia autónoma, con jerarquía propia, en franca rebeldía contra el poder eclesiástico; de hecho, se planeó formar un Estado teocrático indígena independiente, apoyado por un ejército a cuyos integrantes se nombró “soldados de la Virgen”. Otro tanto se hizo con la esfera civil, aunque readaptándola a su propia concepción: Cancuc fue rebautizada como “Ciudad Real” y declarada “capital de la Nueva España” de los indios; la opresora sede de la alcaldía pasó a su vez a ser llamada “Jerusalem” (residencia de los judíos, enemigos de Dios).
Algunos comerciantes y finqueros españoles de Chilón y Ocosingo fueron masacrados; a las mujeres hispanas capturadas se les obligó a casarse con indios o a servirles de criadas o mancebas. La violencia se propagó por toda el área, afectando a los indígenas que no se alineaban con los rebeldes, a aquellos que se habían distinguido por su anterior fidelidad a los españoles y aún a quienes se consideró amenazaban debilitar la rebelión.
Sofocado desde diversos frentes por milicias reunidas en Chiapas, Guatemala y Tabasco, el movimiento fue perdiendo las plazas ganadas. El 21 de noviembre, tras cinco horas de combate, cayó Cancuc. Al gran número de muertos en el campo de batalla se sumaron cientos de ajusticiados; entre ellos casi todos los cabecillas civiles y los mayordomos de la Virgen. Cancuc fue arrasado y luego reubicado, y una serie de plagas y epidemias que se abatieron sobre la provincia silenciaron finalmente la rebeldía hacia enero de 1713.
*Cronista de Tonalá, Chiapas.