Nacional

La LLorona

Por domingo 27 de octubre de 2013 Sin Comentarios

Por Andrés Garrido del Toral*

La-Llorona1Sin lugar a duda, la leyenda mexicana que más impacta en el ánimo de los infantes mexicanos es la de “La Llorona”, la cual hemos oído sentados en las piernas enjutas de nuestros abuelos o en furtivas escapadas nocturnas de parte de un compañerito.

Aunque la leyenda se opone al conocimiento histórico científico, el hacer este trabajo de divulgación es sólo para cumplir el cometido de tratar de unificar las versiones tan variadas que sobre “La Llorona” existen en las regiones de nuestro país. También, en cuanto al tiempo, las diferentes versiones no se ponen de acuerdo: para algunos es un fenómeno prehispánico; para otros es del Virreynato y para los queretanos como don Valentín Frías es allá por los años de 1862-1864. Analizaremos en primer lugar la versión de los historiadores españoles del siglo xvi que la recopilaron de informantes indígenas inmediatamente después de la conquista del Imperio Azteca ocurrida en 1521; en 1528 para ser exactos.

Fray Bernardino de Sahagún al hablar de la diosa azteca Cihuacóatl, en el capítulo IV, del libro I de su Historia General de las Cosas de Nueva España, escribe “que aparecía muchas veces como una señora compuesta con unos atavíos como se usan en Palacio; decían también que de noche voceaba y bramaba en el aire… Los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos, y los cabellos los tocaba de tal manera que tenía como unos cornezuelos cruzados sobre la frente”, y en el libro XI pone, además, al enumerar los agüeros con los que se anunció en México la llegada de los españoles y la destrucción de Tenochtitlán, que el sexto pronóstico fue “que de noche se oyeran voces muchas voces como de una mujer angustiada y con lloro decía: ¡Oh, hijos míos, que ya ha llegado vuestra destrucción! Y otras veces decía: ¡Oh hijos míos, ¿dónde os llevaré para que no os acabéis de perder?!”. Esta versión del fraile Sahagún también puede encontrarse de manera principalísima en el Códice Florentino de 1555, en la parte correspondiente al Libro XII, y en el Testimonio de Diego Muñoz Camargo en su obra “Historia de Tlaxcala”.

Para los informantes indígenas los agüeros o presagios, entre ellos el de la mujer llorosa, ocurrieron diez años antes de la llegada de los españoles, pero para el destacado historiador Miguel León Portilla dichos sucesos tuvieron lugar a partir de 1517, es decir, dos años antes de la llegada de Hernán Cortés a nuestro territorio. Cabe advertir que Muñoz Camargo agrega en relación a la versión de los Informantes de Sahagún, que la voz y suspiros de mujer, anegada en llantos y sollozos, “¡Oh, hijos míos! del todo nos vamos a perder ¿a dónde os podré llevar y esconder?”. También menciona que este fenómeno fue oído muchas veces y muchas noches.

De estas versiones prehispánicas de “La Llorona” no podemos hacer a un lado la hermosa leyenda maya del Caminante del Mayab, donde Guty Cárdenas en la música y Médiz Bolio en la letra, recrean la antigua conseja de que una nube blanca que vino y que se fue cantaba con voz de mujer y que era llamada IXTABAY. Los habitantes de Yucatán, Tabasco y Quintana Roo se explican este fenómeno como producido por emanaciones gaseosas de los pantanos en las selvas, y que las aves nocturnas emiten chillidos muy agudos que llegan a confundirse con la voz humana femenina.

En el extraordinario libro “Hernán Cortés”, tesis doctoral de don José Luis Martínez, encontramos que en el año de 1508 aparecieron sobre la Gran Tenochtitlán las fantasmas llamadas tlacahuilome, aunque coincide que en el año de 1517 tuvo lugar el antecedente de “La Llorona”.

Para el erudito jesuita Francisco Javier Clavijero, la diosa Cihuacóatl era llamada también Quilaztli, y trata en su “Historia Antigua de Méjico” que los indígenas creían que esta deidad había sido la primera mujer que tuvo hijos en el mundo, la cual siempre paría gemelos…” Estimada como gran diosa y decían que se dejaba ver muchas veces cargando sobre las espaldas un niño en una cuna”. Cabe mencionar que no se refiere a la diosa ni a sus apariciones como presagio de la conquista ni mucho menos con lamentos o lloridos.

La-Llorona2Don Miguel León Portilla reconoce que este tipo de testimonios indígenas, desde el siglo xvi hasta el presente, han provocado no pocas perplejidades y cuestionamientos. Se pregunta el insigne historiador “¿se trata de prenuncios y presagios concebidos a posteriori, es decir, consumada la invasión que siguió al encuentro de gentes del Viejo y el Nuevo Mundo? ¿O será posible, acaso, descubrir insospechadas formas de significación en esas palabras que, desde luego con grandes variantes, parecen constituir el prólogo de los relatos, dramáticos testimonios de los vencidos?”

Jerónimo de Mendieta atribuye al demonio ser causante último de tales portentos y profecías. Piensa que algunas de las profecías indígenas sobre la venida de los españoles parecen haberse hecho desde tiempos muy antiguos.

Para otros autores, estos presagios son obra de la naturaleza que anuncia “con misterios y proféticos murmullos” lo que está por venir en el contexto de grandes convulsiones.

No hay que olvidar que esta clase de hechos también fueron presenciados en la Roma antigua en los años anteriores al nacimiento de Cristo, coincidiendo con los hechos mexicanos en que la diosa madre de los romanos también fue vista en noches de luna llena deambulando por la metrópoli.

Para León Portilla parece tratarse de fantasías colectivas que interpretaron fenómenos naturales como presagios, precisamente porque había noticias y rumores acerca del hombre y otras realidades antes desconocidas pero ya muy cercanas y a punto de irrumpir en el propio escenario de las naciones indígenas.

Algunos intérpretes de esta leyenda mexicana creen encontrar en ella el lamento de la cultura vencida, también, el arrepentimiento de La Malinche por la dizque traición a los de su raza al haber servido a Hernán Cortés. Efectivamente, hay quienes dicen que “La Llorona” no era otra que la famosísima Malinalli que llora por remordimiento, pero se olvidan los autores que sostienen esta versión que Malintzin no traicionó a nadie, ya que como todas las naciones de lo que hoy es México, guardaba un odio infinito a los opresores mexicas.

Artemio de Valle-Arizpe en sus “Leyendas de las Calles de México” ubica a “La Llorona” a mediados del siglo xvi, cuando ésta henchía el aire de clamores sin fin, ante las conjeturas y afirmaciones que iban y venían por y de todos los rincones de la Nueva España. Aseguraban muchos que esa mujer había muerto lejos del esposo a quien amaba con fuerte amor, y que venía a verle, llorando sin alivio, porque ya estaba casado de nuevo, y que de ella borró todo recuerdo; varios afirmaban que era el ánima de una mujer que nunca pudo logar desposarse con un buen caballero a quien quería, pues la muerte no la dejó darle su mano, y que sólo a mirarlo tornaba a este bajomundo, llorando desesperada porque él andaba perdido entre vicios como mi compadre Chino García me dijo; muchos referían que era una desdichada viuda que se lamentaba así porque sus huérfanos estaban sumidos en lo más negro de la desgracia, sin lograr ayuda de nadie; no pocos eran los que creían que era una pobre madre a quien le asesinaron todos los hijos y que salía de la tumba a vengarlos; gran número de parroquianos sostenía que “La Llorona” había sido una esposa infiel y que, como no hallaba quietud ni paz en la otra vida, volvía a la tierra a llorar de arrepentimiento; o bien, numerosas personas contaban que había sido una ejemplar esposa a quien el marido celoso asesinó con un puñal empujado por injustas sospechas; hay también quien afirma que era una mujer española originaria de la Península Ibérica, llamada María Luisa de Olivos, la que en un arranque de locura o celos dio muerte a sus pequeños hijos.

La-Llorona3Sea el que fuere su origen, la verdad es que la famosa Llorona se convirtió en el azote de los noctámbulos novohispanos, ya que una vez que sonaba el toque de queda en las catedrales o parroquias los habitantes del Reino se encerraban en sus hogares o mesones a piedra y lodo.

Hasta los viejos soldados conquistadores no se atrevían a trasponer el umbral llegada la hora temible.

El lamento de la Llorona era largo y agudo y, según las crónicas, venía de muy lejos e iba acercándose poco a poco. Muchos valientes se atrevieron a cerciorarse de quién era el ser que lloraba de modo tan plañidero, quedando algunos locos y otros muertos del susto, pero hubo poquísimos que pudieron narrar lo que contemplaron: “una mujer, envuelta en un flotante vestido blanco y con el rostro cubierto con velo levísimo que revolaba en torno suyo al fino soplo del viento, cruzaba con lentitud parsimoniosa por varias calles y plazas de la ciudad, unas noches por unas, y otras, por distintas; alzaba los brazos con desesperada angustia, los retorcía en el aire y lanzaba aquel trémulo grito que metía pavuras en todos los pechos”.

Cuenta don Artemio de Valle-Arizpe que el grito más lastimero lo daba la Llorona al llegar al Zócalo de la Ciudad de México y allí se arrodillaba vuelta hacia el oriente, inclinada como si besara el suelo, y lloraba con ansiedad; después se iba en silencio y despacio hasta llegar al lago en cuyas orillas se perdía; nadie se explicaba si desaparecía en el aire o sumergiéndose en las aguas.

En el medio rural mexicano se contaba que su lugar preferido eran los ríos en las noches de luna; que espantaba el ganado y huían los animales en desbandada; que la habían visto echada al pie de una cruz o sentada en una peña sollozando; que salía misteriosa de las grutas y cuevas y que tenía cara de caballo o de mula al voltear el rostro a más de algún galán trasnochado como mi compadre Chava García me cuenta.

Para don Artemio la Llorona anduvo por las calles y campos de México hasta los primeros años del siglo xvii; después desapareció para siempre y no se volvió a oír.

*Cronista del Estado de Querétaro

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