Por Faustino López Osuna*
Soledad, se lee en el diccionario, es el estado del que vive lejos del mundo. También es pesar y melancolía por la ausencia, muerte o pérdida de persona o cosa. Considerada la Filosofía como el estudio más general de la existencia, se puede rastrear a lo largo del pensamiento occidental, que la noción de soledad no apareció en el periodo presocrático, casi quinientos años antes de la era actual, pues resultó más apasionante a los pensadores de entonces el descubrimiento del mundo exterior del hombre (el macrocosmos, los cuatro elementos naturales, etc.), que el interior. No fue sino hasta la aparición de los filósofos religiosos que el ser humano volvió los ojos a sí mismo. La poesía mística de Santa Teresa (1515-1582), muestra, en estado de gozo, dicha visión: “Vivo sin vivir en mí/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero.”
Ya en la plenitud del siglo de Oro español, Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635), se asume magistralmente, cuando escribe en octosílabos: “A mis soledades voy,/ de mis soledades vengo,/ porque para andar conmigo/ me bastan mis pensamientos.” Y remata el poema con una digresión científica extraordinaria, que clava como banderilla en el cuerpo del toro de la Santa Inquisición: “Dos polos tiene la tierra,/ universal movimiento.” El conocimiento iluminando la oscuridad de la conciencia.
En esa línea continuaron, hasta nuestros días, los grandes, enormes poetas, sacando chispas o lascas, como las llamó Salvador Díaz Mirón (1853- 1928), del choque de fierro contra fierro o de pedernal contra pedernal, de la ignorancia contra la ignorancia, para producir la idea luminosa que redime la soledad humana. Así, José Martí (1853-1895) escribe: “En la vida,/ cual un monstruo de crímenes cargado,/ todo el que lleva luz se queda solo.” José Gorostiza (1901-1973) cierra su formidable poema Muerte sin fin, profiriendo: “¡Oh Inteligencia, soledad en llamas!”
Rubén Darío (1867-1916) va más lejos. Habla de la luz negra, que es lo que proyecta la lámpara del Guernica de Pablo Picasso (1881-1973), para enfrentar a la sombra del nazismo sobre el sacrificado pueblo español. Sostiene el padre del Modernismo: “La negra, que es más luz que la luz blanca/ y las azules de los cielos.”
Contra todo solipsismo (teoría filosófica idealista según la cual nada existe fuera del pensamiento individual, y que toda realidad percibida no es más que fruto de nuestra imaginación), en los poemas precitados se levanta un poderoso soliloquio universal contra toda forma de dictadura o tiranía enemigas de la inteligencia del ser humano, atravesando el tiempo cósmico de Heráclito, en tanto que soliloquium es discurso de una persona que se habla a sí misma. Su sinónimo, el monólogo, es discurso que se dirige uno a sí mismo o escena dramática en que sólo habla una persona.
La vida, contrario complemento dialéctico de la muerte, acompaña durante toda su existencia al solitario, al poeta, en su tenaz labor de combatir la sombra. No está solo. Únicamente en la no vida se está solo, como lo exclama Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870): “¡Qué solos se quedan los muertos!”
En este sentido, Antonio Machado (1875-1939) ha escrito el más hermoso verso de cuantos poemas se han escrito en cualquier idioma en la tierra: “Quien habla solo espera hablar con Dios un día.”
*Economista y compositor