Por Faustino López Osuna*
Ayer me enteré que morí. Radiofónica y periodísticamente. Hacia la una de la tarde, Obdulio Burgueño, hermano de Abel, director de la Banda Paty del pueblo, llegó presuroso, con una sonrisa no sé si nerviosa o de pena porque se sentía ridículo hacerlo, para informarme, primero, que una hermana mía en México, Celia, le habló a Miguel Tirado, su vecino, para pedirle que me buscara porque yo no contestaba el celular desde hacía horas, y, la neta, me dijo con esas palabras, que estaban preocupados porque se había corrido el rumor de que yo había muerto.
En esos instantes recibí de Mazatlán una llamada del licenciado Leonardo Vázquez Manzano, buen compañero jubilado del Cetis 127, dizque para saludarme. Al rato supe que en realidad lo que quería era confirmarles a los maestros José María Orozco Bataz y Sylvia Osuna Zatarain, entre otros, que yo estaba bien. Chequé el celular y encontré cinco llamadas perdidas. Una de ellas era de mi hermana Waldina en Cholula, Puebla, a quien hablé primero. Se encontraba en casa de mi sobrino Paúl, hijo de mi hermana Juanita, también allá. Más tarde encontré dos mensajes de voz de ella, guardados, que había dejado mucho antes y no los había escuchado. De momento, la situación quedó aclarada. Luego le hablé a mi hermana Celia en México, quien me puso al tanto que su hija Marlene, en el puerto, había rastreado la noticia de la radio, de donde había surgido todo. Y, obviamente, se había tratado de una confusión. En realidad, se informó al público, como servicio social, que en Aguacaliente de Gárate, había fallecido el señor Faustino Cabanillas Osuna.
Alguien distorsionó el aviso, posiblemente suprimiendo el apellido Cabanillas, y, según mi sobrino Omar, hijo de mi hermana mayor, Lucrecia, el periódico El Debate había subido a internet la noticia. Su hermana Karla, esposa del buen amigo y destacado escritor Juan José Rodríguez, que ese día se encontraba también en la ciudad de México, supo por éste que le habían llamado de Noroeste de Culiacán para confirmar la noticia de El Debate. Y ella llamó a Aguacaliente a Carmen García, para que me buscara, cosa que hizo. Del Distrito Federal, Celia igualmente llamó a Lupita Valdez, mi vecina, pidiéndole lo mismo.
Parecido a lo que ocurre en los velorios, en los que se cuentan chistes para sobrellevar la tensión de la fatalidad del momento, alguno de los sobrinos me pidió que a quienes me llamaran sobre el asunto, les contestara, parafraseando la canción popular, que no estaba muerto, que andaba de parranda. A los que pude, agradeciéndoles su preocupación, les recordaba los dos versos del título de este trabajo: “Los muertos que vos matasteis/ gozan de buena salud”, de Don Juan Tenorio, del poeta español José Zorrilla (Valladolid, 1817-1893). Mi supuesta muerte, pues, no pasó de la preocupación de familiares y amigos. Y bueno fue que no trascendió al ámbito oficial, porque entonces sí hubiera sido cierta.
Quien sí murió, lamentablemente, fue el doctor Gonzalo Armienta Calderón, a quien conocí entre 1972 y 1973 trabajando a nivel nacional en favor de los trabajadores de México, en el departamento de Contratos del INFONAVIT, desde su creación, rescatado por el licenciado Jesús Silva-Herzog Flores. Conservo hasta hoy el grato recuerdo de cuando vi en un enorme bastidor en su oficina, el poema Lex, completo, de Salvador Díaz Mirón, que inicia: “Sabedlo, soberanos y vasallos,/ próceres y mendigos:/ nadie tendrá derecho a lo superfluo/ mientras alguien carezca de lo estricto./” Concluyendo: “Y la equidad se sentará en el trono/ de que huya elegoísmo/ y a la ley del embudo que hoy impera/ sucederá la ley del equilibrio.”
Hombre de controversia, pero también de convicciones, de gran carácter y enorme sensibilidad humana, el doctor Armienta Calderón fue un sinaloense apasionado de su tierra, pese a quienes lo infamaran. En su azaroso tránsito universitario, como ligera brizna sobre el desierto, convocó para crear una extraordinaria revista cultural, “Albatros”, entre otros, a Dámaso Murúa. Muy valioso fue que su talento, en el servicio público, se haya puesto al servicio del Estado, como secretario general de Gobierno, durante la administración del gobernador Juan S. Millán.
El viernes 27 de su fallecimiento, atendiendo la atenta invitación al programa “Al día con la Secretaría”, de los señores Olegario Contreras, Manuel Castaños y Eva Beltrán, en Radio Sinaloa, en Culiacán, no me fue posible asistir a la conferencia ”Alternativas de tratamiento para la remoción del arsénico de aguas contaminadas”, de su hija María Aurora Armienta Hernández, miembro de El Colegio de Sinaloa, en el auditorio de la Universidad Politécnica de Sinaloa. Vaya para ella y su distinguida familia la solidaridad por la irreparable pérdida del doctor Gonzalo Armienta Calderón, su padre.
*Economista y compositor.