Por Jaime Irizar Lopez*
Vivimos en un mundo donde el empleo es tema de análisis diario y preocupación de gobiernos y particulares, en el cual la crisis económica agudiza la dificultad de los jóvenes para conseguir uno, y donde al trabajo se le ve siempre desde la óptica económica, y se repara pocas veces en su esencia y ha dejado de verse como un valor humano que sirve para ayudarte a ser feliz.
En un escenario ideal, nadie sería presa fácil de las envidias ni de las frustraciones, si tuviera un trabajo que le generara los recursos suficientes, para que sin grandes complicaciones y gracias a la magia del crédito y el ingenio, le permitiera solventar las necesidades diarias de casa, vestido y sustento, y además pudiera sufragar los gastos de estudio de los hijos que desean superarse.
No existe en mi opinión nada más estresante ni frustrante que sentir que estás en la etapa más productiva de tu vida y saber que quieres y puedes aportar tus habilidades y potencialidades al mundo laboral y que tan sólo por el hecho de no haber nacido rico ni tener ningún tipo de relación con los poderosos no te puedes emplear.
Da pena ver a tantos jóvenes preparados que ven pasar los días luchando, intentando, buscando, y sufriendo la impotencia de querer cambiar su status y no poder hacerlo; pero en este artículo no intento convertirme en analista de la políticas económicas del país, por que de eso sé lo mismo que de física cuántica o de viajes intergalacticos (o sea nada), sino más bien pretendo tratar de hablar un poco sobre lo que el trabajo debería representar para quienes sí lo tienen.
En una sucesión interminable de hechos y de hombres, se va construyendo día con día la historia de la humanidad. Dios en su diseño perfecto de la vida, nos tiene marcados tiempos para cada cosa y nos induce a hacer cada cosa a su tiempo. El trabajo, en mi opinión, es una parte importante de ese diseño. No tenerlo frustra, tenerlo debería aliviar tensiones y generar alegrías.
El trabajo remunerado nos sirve entre muchas otras cosas más, para mantenernos ocupados y útiles cuando menos una tercera parte de nuestra vidas; sirve también para aliviar con frecuencia el tedio de las horas vacías; nos regala un espacio adicional para la convivencia y la construcción de nuevos afectos y amistades; propicia que en momentos difíciles, además de la familia y los amigos, los compañeros de empresa (la otra familia) nos regalen las tan necesarias muestras sinceras de solidaridad y aminoren las penas que por el sólo hecho de vivir todos en su momento habremos de pasar. Sin olvidar por supuesto que al trabajar y hacer las cosas bien desde la primera vez y al mantener vigentes las ganas de superarnos a nosotros mismos, tendremos por estos dos grandes factores, satisfacciones internas que nos motivarán y elevarán nuestra estima, dándonos una razón adicional para intensificar el gozo de la vida.
La familia, los pasatiempos, las amistades y el servir a los demás son o deberían ser también, al igual que el trabajo creativo y constructivo, otras fuentes generadoras de felicidad.
Es bien cierto que cuando coinciden favorablemente perfiles personales, condiciones laborales, y una vocación para servir, el trabajo se convertirá todo el tiempo en un factor generador de felicidad.
Tengo la fortuna de trabajar en una empresa eminentemente prestadora de servicios. Junto a mis compañeros atendemos las 24 horas de todos los días del año a turistas, clientes, huéspedes, comensales y múltiples curiosos que nos visitan.
El “Hotel Misión” en que trabajamos, está ubicado en la ciudad de Mocorito, pueblo lleno de magia, que históricamente ha atrapado a los soñadores, poetas, pintores, músicos, escritores, científicos, investigadores y románticos en lo general, nacidos o avecindados en ésta tierra llena de mujeres y hombres buenos que crean las condiciones de afecto suficientes para despertar en automático una fuerte inspiración para la actividad creadora.
Dicho hotel esta albergado en un edificio de estilo colonial de dos plantas, con un gran patio central en su interior, mismo que esta enmarcado por una arquería de medio punto con pilares de cantera y un jardín perimetral muy bien cuidado. Data el edificio de principios del siglo xx y es el producto terminado de uno de los rescates arquitectónicos más bellos y ejemplares que se hayan hecho en esta hermosa cabecera municipal.
Al respecto quiero platicarles que el trabajar en dicho hotel y atender de manera directa a clientes te permite tener experiencias variadas y vivencias de lo más gratas, y además sin costo alguno, recibir en ocasiones lecciones de vida al interactuar con un genuino interés en las personas y con las tareas que a diario realizas.
Hace algunos días nos visitó un empresario del ramo hotelero, hombre seguro de sí mismo, quien ejercía un liderazgo de afecto y conocimientos sobre el resto de los tres que lo acompañaban. Con el tono de voz que usan los hombres que saben bien lo que quieren y con la confianza que da toda una vida de éxitos, pregunta con firmeza, pero a la vez de manera cortés, por el encargado. A sus órdenes le respondo intrigado por el tono de voz tan lleno de energía. Oye, me dice, vengo de los Mochis exclusivamente a conocer este hotel donde trabajas, podrías hacerme el favor de tomarte un refresco o una cerveza con nosotros pues quisiera hacerte algunas preguntas que satisfagan mi interés y curiosidad.
En el trayecto del lobby al restaurante me pasó el brazo sobre mi hombro y con ello rompió el hielo y me generó la sensación de ser su amigo de toda la vida. Mira Jaime me dijo, esto que hizo tu patrón con este edificio hasta convertirlo en un magnífico hotel, tan sólo lo hacen aquellos que tienen un gran afecto y cariño por su tierra, por su pueblo y por su gente. Estas acciones son en éstos tiempos, más que una inversión comercial, una verdadera apuesta de afecto, difícil de ser bien dimensionadas por el gobierno y por ende poco valorada, mucho menos apoyada por quienes tienen la obligación de promover el turismo. Te lo digo yo que sé mucho de esto. Dile a tu jefe que lo felicito y que pronto volveré aquí a comprobar si es cierto que tienen la mejor sazón en cocina regional y que la sopa de tortilla “no tiene madre” como tu me dijiste en la breve charla que tuvimos, pues has de saber que yo tengo el orgullo de poseer un restaurante allá en los Mochis que según el decir de muchos, ostenta dicho título y tu comentario sobre la sopa que se prepara aquí en “El Restaurant la Esquina” si que me calentó y picó el orgullo.
Tras terminar el recorrido integral por todas las instalaciones del hotel y después de recibir de mi parte las instrucciones para visitar los lugares turísticos más importantes del pueblo, y sobretodo donde comprar chilorio, chorizo, panelas y jamoncillos, se despidió diciéndome con gran énfasis: Felicítame al Ing. Sosa, acciones de este tamaño son las que verdaderamente hacen falta en nuestro Estado. De veras que no sabemos los Sinaloenses lo bello que tenemos en cada uno de los municipios. Regresaré, ya lo verás.
En ese mismo día, desde temprana hora observé que ingresaron al restaurant tres señoras a las que el paso del tiempo no les había afectado en lo mas mínimo; a todas luces eran platicadoras, entusiastas, felices de vivir, a quienes todo en su entorno era razón de charla y gozo. Observé que se dejaron recomendar por los meseros a la hora de ordenar su desayuno y después de degustar los platillos sugeridos iniciaron una larga sobremesa en la que sostuvieron una charla que se me antojaba era para actualizarse en torno a sus vidas, revivir muertos con la plática y vivir de nuevo al refrescar sus gratos recuerdos de juventud. Después de ello, decidieron conocer todas las instalaciones del hotel y para tal efecto se dirigieron al lobby donde la recepcionista y yo tuvimos la fortuna de atenderlas directamente.
Después de escuchar sus deseos y de indicarle en consecuencia a la recepcionista que les guiara en su pequeño tour por el hotel, les pregunté en tono curioso que si de donde venían. Somos de Alhuey respondieron a coro, pero de las tres, dos vivimos en Culiacán y la mayor de nosotras en Estados Unidos; somos hermanas nos dijeron con orgullo y gran satisfacción.
En lo personal me dio la primera impresión que eran unas señoras que aparte de respetables eran muy agradables, de esas pocas mujeres que conozco que desde su niñez agarraron firmemente el entusiasmo, el optimismo y la simpatía de la mano y no los han soltado ni para ir al baño, mucho menos ahora que empiezan a transitar por la edad de oro. Tan así lo eran, que en tiempo record rompieron las formalidades y empezamos a platicar como si fuéramos viejos conocidos. La hermana mayor nos dijo que este hotel les recordaba los grandes bailes que en su época se efectuaban. Con todo respeto hicieron los comparativos con los bailes actuales. En esos tiempos nos señalaron,nuestros padres, por sus costumbres, eran muy celosos y vigilaban muy de cerca a nuestros pretendientes, pero era en esos bailes donde se realizaban los sueños de cualesquier noviero, pues sin tantos protocolos o permisos familiares te agarraban de la mano, te abrazaban y a veces te estrujaban y todo eso con la anuencia de la familia y de la sociedad presente. Eso si que era bonito siguió diciendo, no que ahora cada quien baila por su lado, mirando para donde a nadie le importa y a veces terminan bailando macho con macho. Todos reímos y festejamos la ocurrente comparación. Les he de confesar, dijo la mayor de las tres, que en ocasiones al bailar pegadito como se acostumbraba en esos tiempos, y con un plebe que me gustara, hasta escalofríos sentía recorrer por la espalda, dicho lo cual dio rienda suelta a su risa contagiosa.
Con esa confianza que de arranque nos generaron a Selene (la recepcionista) y a mí, y en apego a mi tendencia tan criticada por mi esposa de hacer bromas y preguntas poco prudentes, le dije a la señora que vivía en Estados Unidos: oiga ya que esté por allá, ahí le voy a encargar que si conoce a un gringo soltero que no este muy bien de la cabeza se lo presente a Selene pues ya tiene ganas de cambiar de aires y creo que se nos esta pasando la mercancía le dije todo esto en son de broma; no le hace que el galán tenga unos 80 años o más, lo que importa es darle salida a esta plebona. Todas esbozaron una sonrisa algo forzada, tras lo cual la señora mayor me dijo con un aplomo y sentido del humor que me dejo del todo impresionado. Si como no, fíjese que curiosamente yo me casé por segunda vez con un señor jubilado, ciudadano Americano, precisa y coincidentemente de 80 años, él me llevaba 30 años de edad y si me lo permiten les platicaré brevemente esta etapa de mi vida que me trae toda una serie de gratos recuerdos por lo feliz que fui a su lado. Es obvio que habrán de pensar que yo no era a mis 50 alguien que desconocía de sentimientos y amores, pero sí les puedo asegurar que nunca he conocido a un hombre igual. Era para decirlo en pocas palabras, alguien que a diario me hacía sentir que yo era la persona más importante para él, y con el tiempo y su trato, él fue lo más importante para mí. A diario me decía lo hermosa que era, que no había en el mundo nadie tan bello y bueno como yo; tan así me lo repetía, que terminé por creérmelo totalmente a sabiendas de que los espejos que tuve antes de conocerlo, seguramente no le darían la razón, dijo con suma modestia, pues aún se conservaba atractiva. Múltiples atenciones y cortesías de gentil caballero, palabras bonitas al oído, respaldo y apoyo total en todo momento, hacían que yo también consolidara día tras día, la idea de que él, además de buen hombre, era el más guapo del mundo. Nos dijo que curiosamente ella nunca lo vio ni viejo ni feo, con la excepción de la primera vez que conoció a un hijo que tuvo con su primera mujer y lo vio parado a su lado y no pudo evitar en ese entonces la comparación, y también en aquella ocasión en que hurgando en los cajones de una cómoda encontró unos lentes de aumento que su esposo había dejado de usar por necesitar otros de mayor graduación, y al ponérselos para saber como se vería ella con anteojos cuando los necesitara en lo futuro, pudo constatar por primera vez en su vida y después de tantos años de convivencia la infinidad de arrugas que surcaban su rostro; su descubrimiento la impactó, mas no cambió en nada sus sentimientos. Hace una pausa, sonríe y suspira, y luego dice como si platicara para sus adentros: sus tratos, sus palabras bonitas y su cariño hacia mí, me hacían que siempre lo viera joven y guapo. Hizo de nuevo otra pausa para emitir una franca carcajada y luego decirnos que ese día también cayó en la cuenta de que le hacían falta a ella unos lentes de aumento, pues descubrió en ese momento que se le hacia raro que su mundo siempre estaba algo borroso. Tras estas pausas siguió diciéndonos: yo a todo el mundo le platico sobre esta etapa de mi vida y les digo a mis parientes y amigos, sobretodo a los hombres, que aprendan de este ejemplo y seguro que como yo encontrarán la dicha, porque yo respondí a sus halagos dándole lo mejor de mí hasta el día de su muerte. Lo hice y me hizo feliz, de eso estoy completamente segura, afirmó categóricamente. Dar amor, trato y respeto es el mejor y más seguro camino para recibirlos en reciprocidad. Este es mi consejo concluyó, espero que a alguien le sirva.
*Doctor y escritor.