Por Faustino López Osuna*
Corría 1964. Yo cursaba el tercer año de la licenciatura en Economía en la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional. Conjuntamente con Rodolfo Rojas Zea y Enrique Bucio Márquez, publicábamos el periódico estudiantil “El Colmillo Atinado” ilustrado por Ríus y de vez en vez se me encomendaba entrevistar a algún importante escritor latinoamericano de visita a nuestro país. Por simpatía militante, me entusiasmaba contactar a creadores cubanos, aprovechando que una solidaria secretaria de su Embajada nos informaba de la presencia de sus connacionales en la ciudad de México. Así me apersoné en varias ocasiones con el poeta nacional cubano, el inolvidable Nicolás Guillén de Sóngoro Cosongo, que gustaba hospedarse en el modesto hotel Luma, a media cuadra de la estación del metro Insurgentes.
Como ya le resultaba familiar mi presencia, después de anunciarme aguardaba en el recibidor del hotel a que bajara de su habitación. Una vez que me saludaba, me alargaba un ejemplar a máquina de sus últimos poemas de, por ejemplo, “El Gran Zoo”, su primer libro bajo el régimen de la Revolución y que traía bajo el brazo buscando su publicación aquí. “Toma los poemas que quieras, chico, mientras voy por un trago”, me decía el poeta. Y a mí se me entumía la mano de escribir y escribir copiando lo más rápido posible aquellos versos, inéditos, para nuestro periódico.
En una ocasión asistí al auditorio Che Guevara de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a un recital que ofreció, después del cual se le llevó, con mucha discreción, a una cena privada, en un departamento que luego supe rentaba el paisano Leopoldo Sánchez Duarte, en Insurgentes Sur, muy cerca del Estadio del Instituto Mexicano del Seguro Social. Invitado por los compañeros universitarios, acudí y disfruté de una velada extraordinaria, donde Guilléncontó increíbles anécdotas de su vida. Entre otras, platicó que al término de la Segunda Guerra Mundial, fue invitado por intelectuales franceses a un congreso en París, pero que de última hora se informaron que por su filiación comunista no podía entrar a Francia por tren, avión ni barco, por una ley decretada por el anterior régimen fascista durante la ocupación nazi, que no había sido derogada. Y que en las protestas de los organizadores ante el Parlamento galo, argumentaban, infructuosamente, que era una monstruosidad que mientras Francia universalizaba a Nicolás Guillén en el Pequeño Larousse, prohibía su ingreso a su territorio.
Sin embargo, encontraron que no se prohibía explícitamente su entrada por paracaídas. Y así fue como, sin violar ley alguna, se internó en suelo francés y pudo participar en el congreso. Y, efectivamente, en el Larousse se lee: Guillén (Nicolás), poeta cubano, nació en Camagüey (1902-1989), cantor, en versos musicales y de amplio sentido humano, de temas negros (Motivos del son, Sóngoro-Cosongo, West Indies Ltd., Cantos para soldados y sones para turistas, El son entero, Tengo, Balada, El gran zoo, etc.).
Como se ha dicho, Nicolás Guillén nació en Camagüey y murió de 87 años en La Habana. Sus padres fueron don Nicolás Guillén Urrea y doña Argelia Batista Arrieta. Su nombre completo fue Nicolás Cristóbal Guillén Batista. A los 15 años de edad perdió a su padre, asesinado en 1917 por soldados que reprimían una revuelta política. Realizó estudios universitarios sin terminarlos en la Universidad de La Habana. En los años 20, hizo amistad con el gran poeta negro Langston Hughes lo mismo que con el Nobel Ernest Hemingway. En 1937, asiste en España al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, relacionándose allá con Antonio Machado, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Ilía Erenburg, Rafael Alberti, César Vallejo, León Felipe y Octavio Paz, entre otros. Conmovido por los acontecimientos de la guerra civil, ingresó al Partido Comunista, al que perteneció hasta su muerte. El mismo año, asiste en México al Congreso de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, donde se vincula con Silvestre Revueltas, José Mancisidor, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. En 1959, el triunfo de la Revolución cubana lo sorprendió en Buenos Aires, regresando de inmediato a su país. En 1961 fue electo presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), cargo que desempeñó hasta el último de sus días. Recibió, entre otros reconocimientos, el Premio Lenin de la Paz, en Estocolmo (1954) y, en Roma, el Premio Viareggio (1972). Desde 1927 (Poemas de transición) hasta 1979 (Nueva antología mayor), durante 52 años, publicó 29 libros de poesía. En 2013, lo recordamos a 111 años de su nacimiento y 24 de su muerte.
*Economista y compositor.