Por Horacio Valencia*
La facilidad con que realizamos juicios, la banalidad de la valorización, las falsas plataformas emocionales y la defensa de creencias por moda y tendencia definen este tiempo. Nunca como antes las personas tienen foros de opinión donde pueden expresar sus ideas; quizá en otra época los individuos interesados en externar su voz necesitaban periódicos, revistas o panfletos impresos: ahora todos tenemos un sitio en las redes sociales.
Nunca como antes hombres y mujeres le dan una importancia fundamental a valorar el tema que sea (aceptar o rechazar, pero en altos porcentajes se tiende al rechazo): política, daños contra el medio ambiente, contra animales, plantas o uno mismo (que va desde la diabetes y el sobrepeso, pasando por los abusos contra la mujer o el bullying entre los niños), pornografía, violencia en las regiones de los países, fundamentalismo religioso, protestas en las calles del mundo, entre otras temáticas particulares que merecen análisis.
Si bien los usuarios censuran muchos de los conflictos que se viven en el día a día, y niegan con todas las vísceras, propuestas oficiales (manifestándose en paranoias crecientes), las soluciones son pocas a los conflictos profundos, las opiniones se multiplican y son avasallantes en la más alta expresión de la globalidad: Internet. Hay más gordos que nunca, la crueldad entre los niños siempre ha existido de modo sistemático, las manifestaciones urbanas han dejado de ser pacíficas, para revivir las guerras de trincheras, o desconocemos lo que ocurre en las culturas de otras partes del globo. Todo aquel que tenga una boca que hable, aunque la idea y la opinión mesurada nacen del pensamiento.
¿Qué es lo que habita en el baúl de la memoria de cada uno de los individuos? Sin duda, recuerdos, emociones y sensaciones positivas o negativas, imágenes de alegría o tristeza, palabras que nos marcaron para bien o para mal. El ser humano aprende de modo emocional. Los conceptos son de orden secundario. Pero el pasar del tiempo, en este espacio al que hemos llamado existencia, ha construido, de manera estructurada, pensamientos, que a su vez, conforman la cultura humana.
Para el estudio del término cultura se necesita toda una vida, sólo para definir y observar la diversidad de respuestas y acepciones que la palabra posee. La teoría es amplia, pero bien vale la pena esa vida dedicada a la investigación de uno de los términos netamente más humanos, y que con el correr de los siglos, las raíces del significado se dispersan como el humo del tabaco.
Lo siguiente es ciencia ficción: me imagino a las personas defendiendo con bocas, uñas y dientes (y pensamiento incluido), la Filosofía, la Historia, el Arte, la Literatura o las Ciencias. Sería bueno ver en medios sociales (en especial en México), masas de personas que conviertan estas redes en comunidades lectoras, y no sólo en nichos especializados donde sí se da lugar al libro y sus posibilidades críticas. Sería bueno observar menos imágenes de mascotas domésticas o falsas percepciones políticas, y sí más animación a la diversidad de las expresiones que nacen de pensamientos creativos: música, danza, fotografía, cine o pintura.
Los valores del arte existen, sólo hay que ir a ellos. Porque el arte y las manifestaciones auténticas pasan el arco de fuego del tiempo y se quedan entre nosotros, pero sólo hay que ir a buscar. Nos preocupa más ser escuchados en el nido de nuestro ego, y nos interesa menos perseguir un verdadero afán por descubrir y observar el pensamiento y las ideas del otro.
La ignorancia deliberada es una forma de censura de nuestro tiempo. Somos censores por derecho propio, y porque se puede decir me gusta, a partir de nuestro bastión electrónico. Sin duda tenemos derecho a opinar de todos los temas, pero, ¿desde qué sitio de nuestro cuerpo nace la opinión? Nunca como antes hemos ocupado de la lógica del pensamiento, nunca como antes la reflexión y la sensatez deben de ir de la mano por un camino que parece alejarse del espíritu de hombres y mujeres.
Si bien los avances tecnológicos nos refrendan como humanidad y nos hacen la vida más cómoda en el entretenimiento o en nuestro estudio y trabajo, el uso de la libertad y la responsabilidad de opinión deberían de huir de la retórica o el lugar común en las redes sociales. Avanzamos tecnológicamente, pero nuestro discurso se baña de extraños elogios que también son formas de fanatismo o de la clonación de la palabra.
Sabiendo leer, no se lee en nuestro país. Esta contradicción está en los distintos comportamientos sociales, ya sea porque algo, deliberadamente no nos interesa, o porque sencillamente culpamos de todos nuestros males a las esferas del gobierno represor. Si un gobernante no lee o no sabe expresarse de modo adecuado, allá él. Los ciudadanos deberíamos de ejercer una postura radical en la lectura, en la apreciación de las manifestaciones artísticas o en las prácticas de la diversidad. Con la conformación de una sociedad que conozca sus bienes culturales, estará dando la cara a la democracia, la inteligencia y la aceptación de las ideas ajenas (quizá lo anterior, también sea ficción).
Frases, chistes, oraciones, consejos, quejas, deseos o anuncios comerciales son el pastiche en redes sociales, y tenemos los nuevos grafitis que nos merecemos. Es posible que las redes de nuestro tiempo no sean los lugares donde se den las opiniones válidas y pensantes. Quizá el lugar esté en los libros (a punto de la desaparición, dicen algunos), o en la luna, o en marte, o fuera de nuestra galaxia. ¿Quién puede saber?
* Poeta , pedagogo y licenciado en literatura.