El orgullo y la alegría de la mujer yoreme se refleja en su forma de vestir
Por Juan Diego González*
“Eran los días en que el yori mostraba su odio y llegaba rapaz y violento a usurpar espacios que no le correspondían, intentando sublevar seres humanos que sentían -y sientenla obligación irrenunciable de defender el espacio de su nacimiento, la sierra y el río, de hablar con voz alta y clara para decir que son de este espacio. El sol que se asoma más allá del cielo azul, es nuestro abuelo eterno, la luna nuestra madre, las estrellas nuestros hermanos difuntos que nos cuidan y bendicen. La lluvia y el viento que cantan por la noche, cuando ruedan entre las rocas de la sierra del Bacatete, son parte de nuestra sangre, ritmo de nuestro corazón, como la forma que queremos y amamos a nuestros muertos, como la luz que avizoramos en el futuro.”
Este es un fragmento de las palabras dichas por la maestra Odilona, integrante de la tribu yaqui, al momento de inaugurar la muestra de vestidos tradicionales femeninos, “De flores y mujeres” en el Museo de los Yaquis en Cócorit. La tarde de agosto, miércoles si usted me precisa a decir, estaba calurosa. Pero de un calorcito sabroso, como para cafecearla bajo la ceiba que extiende esplendorosa sus brazos en el patio del Museo. Cuando llegué, el olor a tortillas recién hechas me tomó de las manos y jaló al tejaban de la hornilla. Mujeres yaquis torteaban con gusto las tortillas grandotas y otras las extendían perfectas en el comal grandote, hecho a la medida para ese alimento de los dioses. Dos hombres de la tribu bromeaban en la lengua, mientras atizaban leña para hacer una comida en una tina de aluminio. Luego me enteré que era ejotes con chile colorado, papas y carne.
Sí, aquello parecía una fiesta. Bajo la ramada grande, otras mujeres yaquis tenían a la venta rebozos, blusas bordadas con sus llamativas y preciosas flores, faldas de colores, entre otras artesanías. Niños corriendo y desbordando alegría. Los trabajadores del Museo de arriba para abajo, el patio lleno de sillas y atravesado por una pasarela –me supuse era el pódium- amigos estrechando manos, saludos abrazos, sonrisas, cámaras. La directora del museo, Marina Arteaga, dando entrevistas a la prensa y la artista Eda Chávez con la emoción previa al corte de listón, que le subía por el cuerpo y se le enredaba en los chinos de pelo. A todo decía que sí y a todos sonreía como si los conociera de muchos años. El diseño de la instalación fue su idea y también trabajó en el montaje. Me gustaría encontrar otra palabra para definir su propuesta artística que no fuera “chingona”, como por ejemplo: fuera de serie, espectacular, grandiosa. Lector, lectora, por favor, visite usted el Museo de los Yaquis y ayúdeme a encontrar una frase –menos mexicana y más elegante- que revele el arte de Eda Chávez. La exposición estará abierta lo que resta de agosto y todo septiembre. Cuando usted observe la enredadera gigante que asciende por el tronco de la ceiba y se abre en flores enormes, como en una explosión de alegría perene. Luego al trasladarse a la sala de exposiciones temporales, podrá admirar la vestimenta tan colorida y rica en detalles de las mujeres yaquis. La artista tuve la genial ocurrencia de formar con carrizos el cuerpo de una mujer y cubrirla con falta y blusa borda. Así, la mujer se vuelve metáfora de la unión con la madre tierra que nos da vida y sustento, ¿acaso las flores no nacen de la tierra, la cual nos espera al final de nuestros días para abrazarnos otra vez y para siempre?
Además, la sala está inundada por los olores de las hierbas que decoran las paredes. Todas las hierbas fueron traídas del corazón de la tierra yaqui, de Torim, de Potam, escogidas y recolectadas por la artista para crear –asumo- el ambiente místico entre la naturaleza generosa y el ser humano que busca purificarse, limpiarse y desnudarse de su egoísmo, porque desnudo salió del seno de su madre, para crecer y florecer entre los hombres.
Después de las palabras de bievenida de Marina Arteaga como anfitriona, una sorpresa provocó los comentarios de los asistentes. La pasarela fuepreparada para que mujeres yoremes mostrarán la evolución de sus vestidos a través del tiempo. Pregunté a los enterados y algunas personas mayores. Nadie recordaba algo así. Las mujeres lucieron cubiertas de historia su vestimenta tradicional, lo hicieron con el orgullo de un pueblo que guarda celosamente su cultura, tradiciones y lengua. Pero también lo hacían alegres de compartir un poco con los ajenos –nosotros los yoris- su manera de ver el mundo. Orgullosas, alegres y con un dejo de coquetería al dar la media vuelta y bajar un poco el rebozo de los hombros. Aplausos, fotos y más sorpresas. Inesperadamente entró Olga Alejandra, la sobadora tradicional que trabaja en el Museo de los yaquis, montada con garbo sobre un fino caballo blanco. Cámaras y aplausos se escucharon al unísono. Dio una vuelta por centro del patio. Una amazona yoreme en Cócorit. Eso fue el cierre de la pasarela.
Después vino el corte de listón de la sala temporal. Las mujeres yoremes, gustosas, se tomaron fotos con quien lo pedía. Algunas explicaban los significados de los detalles en los vestidos. Tarde de calor y de fiesta. Tarde que marca la historia de Cócorit. Luego llegó la cena y las tradicionales tortillas de harina fueron el cierre para el deleite de los comensales.
*Escritor, docente sonorense y Representante Legal de escritores de Cajeme A. C.