Por Carlos Lavín Figueroa*
Hasta la primera mitad del siglo pasado y poco después, gritaba por todas las calles un hombre provisto de una caja de madera con una pieza metálica en lo alto que le servía de base para hacer su trabajo, era el zapatero, se sacaban los “zapatos viejos” de los niños que todavía “aguantaban” un arreglo y algo parecido sucedía también con los paraguas que antes como ahora igual se estropean y el paragüero era el único especialista capaz de componerlo y había que esperar a que pasara un día aquel hombre para que lo arreglara porque no había otro de repuesto. Lo mismo era con el persianero. Pero los tiempos cambian, y ahora, ni voces por las calles, ni zapatero, ni paragüero, ni persianero. Se descompone el paraguas y se compra otro. Se perdió con tristeza el pajarero que en su espalda llevaba jaulas apiladas con cardenales, calandrias, primaveras, pericos y gorriones, ahora algunos los venden en tiendas de mascotas; se fue el barquillero aquel que hacía sonar su triangulo de percusión que con su bote colgado al hombro y ruleta a modo de tapa, a la que por una moneda le dabas vuelta y marcaba la cantidad de barquillos y palitos de harina y miel que “ganabas”,se ha perdido un oficio en cada pueblo; útil y provechoso, y sobre todo sencillo y con él otros muchos como el del lechero de a caballo que medía y despachaba leche bronca a puerta de casa, que dejándola reposar se obtenía la mejor crema o ya hervida las deliciosas natas ya con sal ya con azúcar, igual llegaban los quesos, requesón y mantequilla envueltos en totomoxtle, -hojas secas de maíz –se pierde el panadero que con su gran canasto puesto como sombrero y base de tijera al hombro llevaba por las tardes el pan caliente hecho en horno de leña que bien sabía, chilindrinas, corbatas, conchas que con aquella crema o natas eran una delicia; se fue el pastor que vendía cabritos y lechones vivos en temporada navideña que igual los “preparaba” dentro de casa dejándolos listos para el horno, también se fue el aceite artesanal de oliva y aceitunas negras ya maduras, y verdes traídas del vecino Estado de México… ahora todo se compra en el súper. También desapareció el marchante que compraba fierro viejo y aquel que gritaba roopa usada que vendaaaa. El tiempo se llevó oficios añejos, como al aguador; al hojalatero soldador, porque ahora ya nadie tiene tinas, tinajas ni embudos ni otros utensilios de lámina galvanizada, porque los compran de plástico y más baratos; se fue el “tlachiquero” que elaboraba y vendía pulque y aguamiel en botijas de piel de cabra, queda uno en Cuernavaca, que una vez a la semana llega a pie con su rocín cargado.
Más antes se perdió la profesión de “sereno”, vigilante de barrios con su lámpara de petróleo en mano y silbato que no agarraba pero si hacia huir a los trasnochados malintencionados, y también se fue el leñador que con sus cargas en lo alto de la burra vendía manojos de leña y ocote cuando no había gas en las viviendas, lo mismo que el carbonero con sus costales de yute llenos de carbón. Casi desaparece el organillero que a medio siglo pasado todavía lo acompañaba un mono cilindrero encargado de recolectar las monedas; y volaron los pajaritos de la suerte, era una vida enmarcada en lo romántico, sin prisas, aún no se aparecía el espectro del estrés.
Apenitas se perdió la profesión de molinero al que las señoras llevaban muy temprano su nixtamal ya cocido con tequesquite para después hacer las tortillas en el tlecuil sobre comal de barro calentado con tizones y encalado para que no se pegaran y se inflaran como debe ser absorbiendo a su interior aroma de leña. Se perdió el “recadero de palabra” o en papel por si no se confiaba en su memoria o en sobre cerrado por si era algo confidencial, el que por unas monedas, un obsequio pero más que nada por hacer un servicio, llevaba y traía recados de una casa a otra, de un pueblo a otro, sin olvidar las palomas mensajeras… En los pueblos todavía se pueden ver algunos de estos oficios, pero la modernidad los liquida, en las ciudades aún sobreviven en la calle los tejedores de palma y ratán orque ahora son un lujo, pero se perdió el afilador y su agudo organillo ya que ahora los cuchillos casi no se usan porque la comida se compra ya hecha o hasta enlatada y congelada, y así, pues no pierden el filo, pero por si acaso se tienen afiladores eléctricos, que nunca se usan.
Mucho antes se fue: el barbero, que además hacia curaciones y tratamientos de salud y en el mismo viaje se fueron las rezadoras y las plañideras a sueldo que “destrozadas” y a punto de desmayarse se echaban a llorar en los velorios y al pie de las tumbas. Se fueron para siempre el sombrerero y con él la elegancia de esta prenda, hoy hay gorras que se venden ya deshilachadas; y el talabartero, ya que al cuero hace tiempo lo sustituyó el poliéster.
Ya no hay lebrillos de blanco esmalte porque la gente no mata gallinas ni hace longaniza ni chorizos en su casa como antiguamente. No hay cazos de cobre porque la gente de ahora no elabora mermelada, ni cajeta, ni chongos ni ate ni guayabate con sus hijos observando alrededor, los compra ya hechos, hoy son adorno. Ya no hay cántaros para el agua, ni filtros de los que goteaba el agua fresca y cristalina que caía en una olla, sabía a jarro, ahora la gente tiene refrigeradores que enfrían el agua de beber. Eran filtros adaptados con los moldes de barro, llamados popularmente “formas”, que servían en las haciendas de Morelos para elaborar grandes bloques de azúcar llamados “pilones”, de ahí surgió “y mi pilón”, y el tendero cortaba un pequeño trozo de esa gran pieza de azúcar que regalaba a sus clientes, pieza que en tamaño muy menor se conoce como piloncillo. Las ollas y cazuelas de barro se extinguen porque la gente, si hace comida, prefiere hacerla en la olla exprés aunque no tenga el mismo gusto que le da el fuego lento, cuando las cocinas eran el centro de reunión familiar.
Con estos costumbrismos se fueron épocas más felices y románticas de México, conservaban lo regional, en cada pueblo eran parte de su identidad.
Fuente, FUNDACION, inédito, mismo autor D.R. ©
*Cronista de Cuernavaca.