Las vidas ejemplares de hombres y mujeres santificados, por lo regular soslayan aspectos tan humanos como los inherentes a su configuración corporal y actitudes vitales.
En este caso, Santa Teresa de Jesús, descendiente de judíos conversos, adquiere matices interesantes en la belleza descrita por algunos de sus biógrafos. Veamos algunos textos, entresacados del “Libro de la Vida. Teresa de Jesús”. Edit. Castalia (2001).
María de San José Salazar anotó que “tuvo en su mocedad fama de muy hermosa y hasta la última edad mostraba serlo”. En pocas palabras era bonita. Respecto a su tamaño el mismo biógrafo señaló que:”Era de mediana estatura, antes grande que pequeña, gruesa más que flaca y con todo bien proporcionada”; cómo es posible dilucidar fue llenita y de buenas carnes.
“El cuerpo algo abultado, fornido, todo el muy blanco, limpio, suave y cristalino, que en alguna manera parecía transparente”, anotó Jerónimo de San José.
“El rostro no nada común”; mostraba un atractivo, podemos decir guapura, “…la del color de él blanca y encarnada, y especialmente en las mejillas, donde parece que se veía la sangre mezclada con la leche”,
Referencia campesina para destacar el color rosado en las mejillas.
Al rostro se une la descripción de su cabeza, la cual adquiere otros matices cuando se menciona que “Tenía el cabello negro, limpio, reluciente y blandamente crespo”. “La Frente ancha y muy hermosa”. “Las cejas algo gruesas y de color rubio oscuro con pocas semejanzas de negro, el pelo corto y ellas (las pestañas) largas y pobladas, no muy en arco, sino algo llanas”.
A estas alturas de la descripción aquí conjuntada adquiere visos eróticos. “Los ojos negros, vivos, redondos; no muy grandes, más muy bien puestos y un poco papujados; en riéndose se reían todos y mostraban alegría y por otra parte muy graves cuando ella quería mostrar gravedad”.
Los sacerdotes describidores, al fin hombres, sucumbieron a la belleza de Santa Teresa. “La nariz bien sacada, más pequeña que grande, no muy levantada de en medio y en derecho de los lagrimales para arriba disminuida hasta igualar con las cejas, formando un apacible entrecejo; la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas arqueaditas y pequeñas, y todo ella no muy desviada del rostro”.
“La boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho, el de abajo grueso y un poco caído, de muy linda gracia y color”. María de San José, casi implora un beso en esta boca anhelada.
“Los dientes iguales y muy blancos. La barba bien formada, las orejas pequeñas y bien hechas. La garganta ancha, blanca y muy alta, sino antes metida un poco”.
Llenos de un interés por otras partes del cuerpo de la santa y promotora carmelita, se abocan a las extremidades: “Tenía muy lindas manos, aunque pequeñas y los pies muy lindos y muy proporcionados”.
Llegan al extremo de abocarse con fruición a detalles como los lunares en el rostro: “…al lado izquierdo, tres lunares levantados como verrugas pequeños, enderecho unos de otros, comenzando desde debajo de la boca el que mayor era y el otro entre la boca y la nariz y el último en la nariz, más cerca de abajo que de arriba”.
“Era en todo perfecta, por un retrato que al natural sacó fray Juan de la Miseria”, expresa María de San José.
Hasta en su escritura hubo inquisiciones, Suzanne Bressard en Etudes Carmélitaines (1946), descubre “…un algo viril que la rodea en todos sus actos y hasta en su manera de pensar, el juego maravilloso de contrastes pasionales, y especialmente la genial contradicción de la tendencia expansiva con la necesidad de evadirse”.
En este caso la belleza no está peleada con la santidad, más bien la abona, y las referencias anotadas, cubren un espacio simbólico de una mujer que trascendió por sus expresiones espirituales.
*Director del Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa.