Por Verónica Hernández Jacobo*
El Edipo es en el discurso psicológico un malentendido, el edipo instala la prohibición bajo la admonición de .“..eso te está permitido, eso, te está prohibido”, es decir se entra al campo de la ley, y de ahí en adelante el sujeto será regulado con la ley en la mano. Como el niño está sometido al principio del placer, la prohibición le parece un exceso y se revela con el berrinche, con la agresividad, con el odio, de algún modo estos comportamientos son necesarios en niños y niñas y no pueden evitarse, es la resultante de aplicar la ley, es decir, por haber asumido el edipo se paga con ciertas resistencias de lo infantil. Cuando no se aplica la ley al niño y niña todo se está permitido, hay cierto fracaso y niño y niña son los que orden a los padres y los ponen en su lugar, el de ser un sitial que responde con placer a sus exigencias, “cómprame ese teléfono, quiero ir allá, eso no me gusta dame eso, u lo otro”, el padre sometido por el amo del placer de sus hijos.
El edipo pone a operar lo que conocemos como función simbólica vía la metáfora paterna, esta es fundamental porque despliega la interacción simbólica con el otro, y hace de los simbólico la matriz de las subjetividades de todo sujeto, es por eso la importancia de este concepto, el más allá del edipo sería la falla del padre. En Homero Simpson ópera un más allá del padre, un padre supuesto, pulverizado, un padre que tomado por el discurso capitalista lo infantiliza, decimos que en ese instante Homero es gozado por el capitalismo, al reducirlo sólo a un ente de consumo, un niño generalizado y domesticado por el placer, que los mercados del capital le ofrecen, Homero no puede disponer del edipo, ni siquiera operar la castración, no tiene ley como envoltura simbólica, sólo obedece a la ley del consumo, el mercado del atasque.
El edipo, como se darán cuenta, tiene una función estructural en el dispositivo analítico, incluso podemos afirmar que hay un pasaje necesario lógico, del edipo a la sexuación. El edipo despliega el modo en cómo simbólicamente se adquiere la sexuación, ¡ojo, no la sexualidad!, esta última tiene una lectura más biológica, en cambio la sexuación se refiere a cómo cada sujeto asume simbólicamente sus formas muy particulares del goce, más allá del remanido del orgasmo, el goce es otro constructo sobre el cual luego volveré y va más allá del placer, coloca al sujeto en su desborde, casi en su locura.
Atravesar por el edipo implica haber aceptado que no todo me está permitido, que hay accesos a los cuales es imposible penetrar, ya sea la hermana, la madre, los hijos, y que de aceptar el edipo implica socialmente acceder a lo que conocemos como normalización, el edipo pese a las malas lecturas que se dan de este concepto, acercándolo más al oprobio, que a la razón lacaniana, instala la humanización porque juntó con el lenguaje es lo que nos separa de los otros animales, incluso, pasar por el edipo impone en el ser humano acceder a la heterosexualidad.
“El padre actúa por su nombre produciendo en el lugar del Otro un efecto de significación fálica. La consecuencia que se desprende de la distinción entre el padre real y su función simbólica es que padre es un significante que se distingue de la maternidad biológica: todo padre es adoptado. El padre adopta a su hijo al reconocerlo como propio: el niño adopta a su padre al consentir la acción de su ley” (De que sufren los ninos, Silvia Elena Tendlarz).
*Psicologa, invstigadota, maestra.