Por Verónica Hernández Jacobo*
Desde Freud sabemos que el niño, es lo inconsciente vivo, donde se van integrando las historias, los traumas y los goces tanto de sus padres como de él mismo, lo infantil se juega bajo la lógica del principio del placer, desde ahí despliega sus comportamientos, los dulces, el juego, la risa son la manifestación más espontánea de lo inconsciente desplegado en el empuje hacia el placer por parte de las infancias.
El placer es eso que siempre nos trae al pasado infantil, por eso el sujeto nunca madura, la infancia desde el placer siempre lo atraviesa, de ahí es que no se puede vivir el aquí y el ahora tan nítidamente, lo que vivimos siempre es el placer memorizado en una repetición incesante hasta nuestra muerte, y cuando el placer es imposible vivirlo se recuerda, pero el sujeto todo, vive no el aquí y el ahora, sino el placer eternizado en la historia realizado en el presente.
El placer es eso que nos ata a la infancia y ésta siempre se renueva en actos placenteros, una rica comida, un buen café, un abrazo, todo ello es el principio del placer real-izado en actos presenti-ficados, (presente), por ello el supuesto “aquí y ahora” no sería más que congelar un deseo placentero como ideal, pensando que el tiempo se detiene y sobre él no pesa otra ontica, y todos felices.
El placer en la infancia se instala y Freud bien lo sabía, en el balbuceo de los bebés, ahí el tan vilipendiado autor, ubica el puro placer lúdico del significante, es decir que el placer se desnaturaliza y queda capturado en lo psíquico, fuera del reduccionismo neurológico, de ahí Freud es su epígono, el placer se conecta con la repetición y sobre este entramado surge la realidad, la conciencia, que opone a lo displacentero, frustración, dolor en sí, por ello el sujeto no busca otra cosa que el placer y todo lo que es displacentero lo odia: estudiar, trabajar, la gente los vive como displacer, el antro, las bebidas, el ocio, las drogas, el sujeto lo vive como su exigencia, y sobre esto no renuncia.
Lo inconsciente en la infancia es el entramado de repeticiones incesantes del principio del placer que se vehiculizan mediante el lenguaje, asignando al inconsciente un valor de memoria, no es esa parte oscura del ser, sino que es la historia real-izada de cada sujeto y que investido del lenguaje se comunica, por ello, lo inconsciente es un saber, un saber porvenir, es decir que lo inconsciente nos vive en el futuro, no en el presente intentando siempre repetirse placenteramente, a esto el psicoanálisis le llama futuro anterior, el disfrute de la quincena que todavía no llega para invitarte unos camarones después cuando me paguen en el hoy, es decir lo inconsciente es nuestro futuro anterior anhelado desde el principio del placer que exige otra vez repetir.
Por eso se plantea que el hijo es el inconsciente realizado de los padres y de esa manera el hijo sería el síntoma de los padres, y estos síntomas-hijos no los dejan dormir, ya sea porque está llorando en la cuna, o cuando está en el antro y llena de preocupaciones.
El inconsciente del niño es la historia familiar que lo inviste, lo arropa, cada familia tiene su propia historia y cada niño bebe de este saber, de tal modo que lo inconsciente es un saber que no se sabe, que se impregna al niño y niña, que lo devora, lo inconsciente instala en la crianza la personalidad de cada infante, de que lo inconsciente es un saber no sabido pero que tiene efectos sobre el cuerpo, la mente, la escuela y todo el orden cultural, lo inconsciente es la cultura de cada uno inscrito en su cuerpo.
*Psicologa, invstigadota, maestra.