Por Juan Carlos González Gastélum*
Revisando mi correo electrónico me encontré con uno muy grato que es del encargado de la dirección de La Voz del Norte, Mario Arturo Ramos. El poeta me decía, como en otras ocasiones, que para cuando enviaba mi colaboración a este medio de comunicación cultural. Así comencé a escribir esta nota que ahora entrego, y espero que sea de su interés.
Como en otros momentos lo he hecho, comencé escribiendo acerca del viejo mercado municipal que por tantos años funcionó en Mocorito, lugar que me trae tantos recuerdos, pues vienen a mi mente personas de buenos sentimientos que ahí conocí. Pero también, de nuevo renace un deseo que desde siempre me ha interesado: reconstruir la organización arquitectónica de ese lugar que para muchos mocoritenses es motivo de melancolía. Así pues, los invito a imaginar que vamos paseando por los locales comerciales de este desaparecido lugar. Si comenzamos de la esquina que forman las calles Madero y el callejón 16 de septiembre, en una construcción muy característica de Mocorito, esto es un portal con arcos, estaba un negocio propiedad de doña Virginia Lugo era característico por unos ricos licuados de choco milk, o el pan de mujer y de panadero, refrescos de los que ya no se encuentran, como los Luceritos.
Enseguida de este negocio estaba el de doña Benita, esposa de Don Panchito Angulo. Historias sobre esta señora de tan buen corazón hay muchas, pero yo recuerdo que cuando íbamos a comprarle, sobre todo aquellas crocantes galletas de con forma de animalitos, ella siempre nos daba un buen pilón y una sonrisa, que no se le borraba nunca. Enseguida estaba la fonda de doña Evarista a quien le ayudaba su hija de nombre Luz Gutiérrez, una mujer muy guapa, tanto que llegó a ser reina del carnaval de Mocorito. Afuera del local de doña Evarista estaba la pila del agua era la única toma que abastecía el mercado municipal. Un local después estaba el lugar donde don Rosendo López y doña Gloria, su esposa, tenían un puesto en el que vendían pan y diversos tipos de abarrotes. Llegando a la esquina de 16 de septiembre e Hidalgo se encontraba un abarrote que fue propiedad de don Beto Bon y después fue de su hermano Pepe, luego paso a ser de la señora Milo de Bon. Ya situados por la calle Miguel Hidalgo, como rumbo a la presidencia, estaba un puesto en el que un señor de nombre Miguel, pero no pude encontrar el apellido, ofrecía algunos productos regionales de temporada como papachis, camotes amargos, calabaza enmielada. Al lado había un local en el que atendía un hombre que era todo sabiduría, don Julián Verdugo, sus pláticas eran siempre ilustradoras, me cuentan que con este hombre era un punto de reunión para grandes y chicos, solamente para escucharle hablar; también en ese local don Teodoro y doña Tere de López, tuvieron su venta.
Me acuerdo también que casi en la esquina del mercado, frente a la casa de doña Mica Peña, estaba un local que era usado como bodega, ahí vi muchos productos como jarcias, ollas de barro, catres, ¡hasta cajas para difunto! Ahora nos situamos en el pasillo, como dando vuelta hacia la calle Madero. Primero estaba un abarrote que atendían Doña Milo Gastélum y Chave López; en ese espacio, antes hubo negocio de mi tata Juan Rosas´, -no era, pero así le decíamos- y después fue de don Chémale Parra. Hay que decir que en todos los puestos había un ayudante, aunque también había quien se encargara de hacer mandados a las casas, principalmente de los locatarios, como Nano Velarde, un hombre muy respetuoso y servicial. En el local contiguo, estuvo instalada la primera tortillería de Mocorito, una pequeña máquina que hacia las tortillas, pero había que voltearlas a mano; por cierto, propiedad de la señora María Luz de Rubio. También hubo una zapatería de la señora Consuelo Camacho, mujer muy trabajadora que casó con Ramón Montes, de la Cofradía de Soto.
Personajes muy típicos del mercado eran doña Chila y don Tino Camacho, tenían una verdulería, pero sobre todo un ánimo envidiable, siempre alegres y sobre todo, muy trabajadores. Después de un pequeño pasillo, hacia la izquierda, estaba un puesto en el que Cosme Chocho Camacho tuvo una mercería que debo escribirla con mayúsculas, pues tenía un surtido tal que parecía que todo se podía encontrar allí, papelería, juguetes, material para costura y bordado, ¡hasta pelotas de golf! Ahí después estuvo el primer negocio de jugos y licuados, propiedad de mi hermana Martha y su esposo, el Lic. Fernando Arce. Después de estos negocios, había otro pasillo que llevaba al centro del mercado; vamos a pasar. Entrando, a mano izquierda estaba un pequeño local en el que había una fonda, muy pequeña, era de una señora que conocíamos como doña Homobona y avanzando, como al centro del mercado, se podía encontrar la frutería de don Neto y doña Luz Parra de Castro. Además, había un puestecito en el que se rentaban cuentos; por un módico precio, se podían disfrutar las fantásticas historias del Águila Solitaria, Kalimán, el Memín, Rarotonga, Lágrimas y Risas o tantos otros; eso sí, no se valía contarlos, de lo contrario…
Imaginemos que volteamos a la derecha y encontraremos la fonda de doña Delfina Ochoa y sus hijas. Un dato curioso es que en ese local existió la primera estufa en todo el mercado, aunque el hornillo de leña, seguía funcionando, para ofrecer desayunos o comidas como machaca, bistec o asado, o bien caldo de cazuela o cocido, todos platillos típicos de mi pueblo.
A un costado había dos negocios, mis padres, Francisco y Mélida, también tuvieron un puesto en el que ofrecían frutas y verduras, con la característica de que mi apá era chofer de un tranvía y aprovechaba sus viajes casi diarios a Culiacán para traer mercadería que no se encontraba en nuestro pueblo, como el pan, los submarinos o los panquecitos de la marca Bimbo. Ahí también empezó la historia del Restaurant Mely, pues mi Amá ponía una mesa en la que ofrecía comidas. De las fondas del mercado, a 50 años es la la única que perdura, pero ahora en otro local y atendida por mi hermana Victoria, a un costado del hotel Misión. Y a espaldas, donde estaba un gran árbol de tamarindo, estaba el de la señora Tránsita de Camacho quien primero tenía una mercería y después vendía frutas y verduras. Vecino de doña Delfina, casi a espaldas, estaba instalado mi querido Nino Ángel González Jiménez. Era dueño de un abarrote que después pasó a mi cuñado Mario Medina y que ahora atiende en el Mercado nuevo. Frente a este abarrote estaba una bien surtida tienda, en la que se ofrecían muchos productos de talabartería, herrería y demás, la de Don Joaquín Amarillas.
Ahora, trataré de ilustrar la distribución de los locales que funcionaban en la parte central del mercado, aunque ya hice mención de algunos. Primero diré que don Carlos Chale Cota, tuvo un abarrote, ubicado casi enfrente de doña Delfina. Detrás estaba don Ernesto Verdugo, de oficio Zapatero, con una plática que dejaba con azoro a los que lo escuchábamos, lo recuerdo pidiendo azúcar y café en inglés cuando iba al abarrote de Mario Medina, en la que trabajé. A espaldas del local de don Neto Verdugo, estaban las carnicerías. Don Agapito Medina; después estaba don Panchito Angulo Hijo y adelante don Pedro Angulo, a quien cariñosamente llamábamos Pilo. Bien llegan a mi mente los momentos en que se escuchaban las notas de las mejores orquestas de Guamúchil o Guasave, que le tocaban todo el día a Pilo, haciéndose una tertulia muy amena lo que era una alegría para todos los del mercado.
En otra nave, estaba el local en el que funcionó, la tienda que fue de doña Benita y don Panchito Angulo señor, doña Pomposa pocha Velarde o de Doña Licha y el profe Lupe Damián. Enseguida don Juan Miguel Gil, después Pepe Bon y en al final el negocio de don Sinforoso Camacho. Frente a estos puestos, Chayo Medina y su esposa Chayito, tenían su venta de frutas y verduras. No puedo dejar de mencionar que en el espacio en que no había puestos, era lugar para juegos, corretizas, pelas, vaciladas y demás. También me acuerdo de doña Juanita de Ibarra quien vendía el mejor atole pinole que he probado, como no había desechables, llegabas, te tomabas tu taza de atole, la devolvías y ella la lavaba y la ponía estilar para el siguiente cliente.
Esto es lo que llevo grabado en mis recuerdos y lo que me han platicado Flora y Rosita, mis hermanas. Creo que debo aclarar que hay nombres que se repiten en los diversos locales, se debe a que algunos dueños se movían, buscando el mejor punto para la venta de mercaderías. Eso sí, el mercado funcionaba desde muy de madrugada para ofrecer café y desayunos a quienes llegaban al pueblo tempranito. Así pues, nuestro mercado ya no es más, los recuerdos y la nostalgia perdura, pero sobre todo, creo que perdura además la herencia de esos personajes que a diario arriesgaban su patrimonio, pero no los vencían las vicisitudes, por el contrario, sirvieron para hacer familias de respeto, con valores y con la voluntad de trabajo constante.
*Docente/UAPLC/Mocorito.