Por Andrés Garrido del Toral*
México decidió por la república en vez de la monarquía a raíz de la mala experiencia que fue para los mexicanos el llamado imperio de Agustín de Iturbide, y optaron por la forma de estado federalista y no por la centralista por el grado de libertad que ello implicaba para los estados miembros a partir del modelo creado por los estadounidenses. El inicio de nuestra vida independiente no fue nada fácil; obtuvimos independencia política pero no independencia social ni económica porque viejas instituciones de la dominación española de 1521 a 1821 seguían vigentes en México, y por lo tanto, un alto clero mojigato y corrupto, altos militares y una plutocracia de terratenientes, tenían como rehenes de su explotación a la totalidad del pueblo mexicano, que no sabía diferenciar entre ser siervos de España y de esta nueva oligarquía, beneficiaria única del movimiento insurgente. Por ello, la historia mexicana de 1821 a 1867 será la de cuartelazos, golpes de timón, asonadas y motines que llevarían a experimentar con el centralismo, federalismo, república, monarquía, liberalismo y conservadurismo, en gobiernos legítimos o de facto, que nada ayudaban a la estabilidad financiera, social o política.
Al escribir estas líneas marco límites en cuanto a comprender que Benito Juárez y sus partidarios –al igual que los adversarios- no eran dioses ni traidores en una generalización irresponsable-, sino que al fin de cuentas eran hombres de carne y hueso a los que la historia y el tiempo les han dado su justa dimensión.
En enero de 1867, a Maximiliano solamente le quedaban como bastiones las ciudades de Querétaro, Morelia, Veracruz, Puebla y México, y abandonado por Napoleón III y el ejército galo, estaba por resolver a qué ciudad del interior partiría para librar la batalla que sabía, iba a ser la definitiva. Maximiliano no pudo concretar su sueño de gobernar un país pacificado por las siguientes razones que son sabidas por todos: su pensamiento liberal que chocaba con los conservadores que lo patrocinaban; el ratificar las Leyes de Reforma ante el enojo del Vaticano y del partido clerical; el nombramiento de liberales moderados en su gabinete; su carácter aparentemente frívolo, inclinado al romance clandestino, al cultivo de las artes y recolección de insectos; su desapego a la gravedad que requerían los asuntos de importancia para el pseudo imperio y que terminaban resolviendo Carlota Amalia o sus principales colaboradores; el retiro de las fuerzas francesas y el dinero prestado por Napoleón el pequeño con intereses de usurero y que fue pésimamente usado –por una parte- ,y por la otra, una porción que nunca llegó a las arcas imperiales; pero sobre todo, la amenaza de Estados Unidos sobre Francia y Austria para que terminaran esa quimera de imponer un imperio en América, donde el principal dueño del nuevo mundo era una república federal, y en consonancia con la doctrina Monroe y del Destino Manifiesto, jamás iba a permitir la consolidación de un enclave europeo en su traspatio, para lo cual le advirtieron a Napoleón III y al emperador Francisco José –hermano de Maximiliano-, que evacuaran México de manera inmediata o los norteamericanos y prusianos movilizarían tropas hacia Austria-Hungría y hacia el Valle de Anáhuac. Si los norteamericanos dejaron entrar a tierra azteca a los franceses en 1863, fue porque estaban muy ocupados resolviendo sus conflictos internos en la Guerra de Secesión que finalmente ganaron los federalistas norteños, identificados con Juárez y la República, al contrario de los sureños confederados que mantenían relaciones de amistad con los imperialistas.
*Cronista del Estado de Querétaro