Por Andrés Garrido del Toral*
Se entiende por “revolución” a todo movimiento –generalmente violento- que altera o modifica las estructuras políticas, sociales, económicas y culturales de un pueblo. Las revoluciones tienen tres momentos: el premonitorio o ideológico; el destructivo o violento y; finalmente el constructivo, el que hace el proyecto de vida de una nación.
Sí existe en México el derecho a la revolución, pero no en la Carta Magna sino en la conciencia del pueblo. Es el “derecho a la evolución”, el cual consiste en la capacidad que tiene un pueblo de reformar su Constitución para ajustarla a las nuevas necesidades. México, Querétaro y el mundo no son los mismos de 1910, 1917 y ni siquiera del año 2000.
La conciencia es ciertamente más poderosa que la espada, ya que la conciencia se origina de lo mejor del espíritu, mientras que la fuerza está enraizada en el mundo material.
La conciencia logra fácilmente lo que la fuerza, aun con esfuerzos extremos, no puede. Una característica distintiva de la fuerza con la conciencia es que no tolera la disidencia.
Cuando estos dos polos se encuentran, tarde o temprano la conciencia logra salir airosa, porque está basada profundamente en la voluntad del pueblo; la conciencia es inmune a la fuerza.
La fuerza es atractiva porque emana un cierto encanto, aunque ese encanto se manifiesta en el aspecto del falso patriotismo, el prestigio o el dominio, mientras que, por el contrario, el verdadero poder es con frecuencia poco atractivo. A esto corresponde el encanto de lo imponente. Los débiles se sienten atraídos por situaciones como ésta y son capaces de ofrecer sus vidas, a cambio del encanto de la fuerza.
Una característica de la fuerza es la arrogancia mientras la conciencia se caracteriza por su humildad. Muchos sistemas políticos y movimientos sociales comienzan con verdadera conciencia, pero al pasar el tiempo, se asocian con personas que buscan su propio interés y terminan confiando cada vez más en la fuerza hasta que finalmente caen en desgracia.
Con el fin de comprender perfectamente la dicotomía que estamos discutiendo, es necesario considerar la diferencia entre inconscientes y conscientes. Los políticos inconscientes funcionan por conveniencia, se rigen por la fuerza después de ganar su posición a través de la seductora persuasión. Los estadistas conscientes representan el verdadero poder, se rigen por la inspiración, enseñan con su ejemplo, y representan principios claros y transparentes. Los estadistas con conciencia invocan la nobleza que reside en todos los hombres y la unificación a través de lo que puede ser denominado el alma colectiva. Aunque el intelecto puede ser engañado fácilmente, la consciencia reconoce la verdad. Donde el intelecto es limitado, la conciencia es ilimitada; mientras el intelecto se desconcierta con lo transitorio, la conciencia sólo se interesa por lo permanente.
La fuerza a menudo se basa en la retórica, en la propaganda, y en argumentos aparentemente verdaderos para obtener apoyo y encubrir las motivaciones subyacentes. Una característica de la verdad, sin embargo, es que no necesita defensa, es evidente por sí misma. Que “todos los hombres son creados iguales” no requiere justificación o persuasión retórica. Que es impropio asfixiar con gas a personas en campos de concentración es evidente; no requiere argumentos. Los principios de la conciencia están basados en que nunca requieren justificación, en cambio la fuerza la requiere inevitablemente. Siempre hay argumentos infinitos acerca de si la fuerza es o no “justificada”.
Está claro que la conciencia está asociada con aquello que apoya la vida y que la fuerza está asociada con aquello que se aprovecha de la vida para la ganancia de un individuo o de una organización. La fuerza es divisiva, y a través de su divisibilidad, debilita, mientras que la conciencia unifica. La fuerza polariza. La conciencia atrae, mientras que la fuerza repele. Como la conciencia unifica, no tiene enemigos verdaderos, aunque sus manifestaciones pueden ser rebatidas por oportunistas a quienes no les convienen sus objetivos. La conciencia sirve a los demás, mientras que la fuerza se sirve a si misma. Los verdaderos estadistas sirven al pueblo y se sacrifican a sí mismos para servir a los demás; los inconscientes sacrifican a los demás para servirse a ellos mismos. La conciencia atrae nuestra naturaleza más alta, la fuerza atrae nuestra naturaleza más baja. La fuerza es limitada, mientras que la conciencia es ilimitada. A través de su empeño en que el fin justifica los medios, la fuerza traiciona la libertad por la conveniencia. La fuerza requiere soluciones rápidas y fáciles. En la conciencia, las metas requieren más madurez, disciplina y paciencia para que den sus frutos.
Los grandes líderes nos inspiran para que tengamos fe y confianza en razón del poder de su integridad absoluta.
Los conceptos universales como la lealtad, la libertad y la paz no pueden crear antagonismo o conflictos, mucho menos guerra. La conciencia siempre se asocia con la no-violencia.
*Cronista del Estado de Querétaro.